La Procuraduría General de la República en México estima que las redes delictivas asociadas a las barras bravas mueven anualmente el equivalente a varios millones de dólares en actividades como extorsión a comerciantes, narcotráfico menor y la venta coercitiva de entradas y merchandising. Este lucrativo negocio ha transformado la naturaleza de muchas hinchadas, pasando de ser agrupaciones espontáneas a organizaciones criminales con fuertes vínculos con el crimen organizado.
La promesa de un beneficio económico rápido actúa como un imán para jóvenes en contextos de pobreza. «No es solo por amor al equipo. Para muchos, es una salida laboral. Un ‘barrista’ de alto rango puede ganar en una tarde lo que sus padres en un mes, aunque sea mediante la intimidación o la violencia», señala un informe de la ONG «Seguridad y Justicia”. Esta financiación les permite operar con impunidad, pagar abogados y corromper autoridades.
La infiltración del crimen organizado ha profesionalizado la violencia. Las barras son utilizadas como brazo armado para disputas territoriales, como puntos de venta de drogas en los estadios y como grupos de choque. Datos de la Policía Nacional de Colombia indican que el 40% de los homicidios relacionados con barras bravas en los últimos dos años tienen nexos comprobados con bandas de narcotraficantes que usan las hinchadas como fachada.
Una señal de alerta clave para las familias es la posesión inexplicable de dinero u objetos de valor. Si un joven sin un trabajo formal suddenly cuenta con teléfonos de última generación, ropa de marca o un poder adquisitivo que no se corresponde con su realidad, es motivo de indagación. Este factor económico suele ser el más difícil de contrarrestar, ya que representa una solución inmediata a sus carencias materiales.






