En política, pocas trampas son tan sutiles —y tan peligrosas— como asumir anticipadamente que una elección está ganada. La confianza es importante porque motiva, cohesiona los equipos de trabajo, y transmite seguridad a los electores que se busca representar. Pero cuando la confianza se transforma en certeza, pasa a ser un peligro que adormece el esfuerzo y debilita la motivación. La historia de la política está llena de quienes creían tenerlo todo a su favor… y perdieron.

Es así como, en el último tiempo, la realidad electoral ha demostrado ser dinámica porque la opinión pública se ha vuelto volátil, haciendo que las preferencias cambien “en un santiamén». Nada está definido hasta el último día, y dar por ganada una elección es, muchas veces, el primer paso para perderla. Las campañas no se sostienen en encuestas ni en percepciones: se sostienen en el trabajo cotidiano, en la presencia constante y en la capacidad de escuchar a quienes realmente viven los problemas.

Por otra parte, la experiencia enseña que, cuando un sector cree que ya ha ganado, las exigencias y las responsabilidades se diluyen, se relajan los partidarios, se debilita el compromiso, y se pierde ese impulso que obliga a trabajar con ahínco en defender las ideas por las cuales se lucha. Es entonces cuando una ventaja circunstancial… se convierte en fragilidad. La política castiga la soberbia, pero premia la coherencia, el compromiso y la constancia.

Es allí donde, a juicio de esta inquieta pluma, cobra fuerza una máxima sencilla y clara… ¡nunca mucho costó poco! Ninguna victoria se logra sin esfuerzo, nada se logra sin sacrificio, disciplina y audacia. Pretender ganar una elección, como la que tenemos “ad-portas”, convencidos que es carrera corrida, es desconocer la naturaleza misma de la política.

Se preguntará mi intrigado contertulio a qué vienen estas reflexiones, si quienes leen estas líneas, en su mayoría, tienen su decisión tomada inclinándose por la opción que representa los principios de la Libertad, el Orden y el Progreso. La respuesta es muy simple… “la carrera no está corrida”, y la victoria no se logra esperando confiados que… “la suerte está echada”.

Lo anterior, no es sólo un principio estratégico: es una actitud ética, es la obligación de ser responsables… aun cuando las estadísticas sean favorables.

Las elecciones no la ganan quienes se sienten invencibles, sino aquellos que nunca dan por seguro el triunfo… la victoria no está en las expectativas, sino en actuar con humildad activa, y con la convicción de que todo logro demanda esfuerzo.

En síntesis, como en las grandes travesías de la vida, en política hay momentos en los que el camino parece tan favorable que es fácil dejarse llevar por la sensación de un triunfo anticipado: las encuestas favorecen, surgen apoyos que se cree importantes, “el clima social” acompaña, todo parece sonreír… Pero es justamente ahí donde se esconde el riesgo más profundo, porque en política, lo sabemos desde la experiencia histórica, que… ¡para ganar hay que trabajar!

Por Cristián Labbé Galilea

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