En política, pocas emociones son tan corrosivas como la desesperación que produce la convicción de perder. Es el temor, a un resultado desfavorable o a la sensación que un “proyecto revolucionario” va al fracaso. Esa desesperación anticipada opera como “veneno silencioso”, abriendo espacios para que “el diablo meta la cola” y aparezcan conductas que intoxican la convivencia electoral.
Cuando una candidata, y el gobierno que representa, se convencen que la derrota es inminente y que la diferencia con el oponente es irremontable, comienzan a comportarse como si el fracaso ya hubiese ocurrido. Entonces sus estrategias pierden toda coherencia, convirtiéndose en una desesperada lucha por el poder.
Estas conductas tienen, además, efecto sobre un electorado que percibe “el olor de la derrota” antes de que las urnas se abran, produciéndole un efecto mágico: el elector decide apoyar aquella causa que cree que va a ganar. Así la derrota se vuelve profecía auto cumplida.
Pero, “ojo pestaña y ceja”, la desesperación frente a una derrota inminente abre camino a desviaciones peligrosas, que procuran “salvación improbable” mediante maniobras desesperadas e inescrupulosas como descalificaciones, falsedades sobre la regresión de beneficios ciudadanos o, lo que es más siniestro, la adopción de medidas destinadas a desfalcar al Estado o a ejercer venganza contra militares.
Es cierto que, desde la perspectiva de quien está mejor “aspectado”, no es conveniente “meter ruido” cuando el pan “está en la puerta del horno”. Pero, a riego de ser calificada de irreflexiva, a esta pluma le resulta imposible no denunciar que, a última hora, se están asignando millonarias indemnizaciones por causas de DDHH, mediante “acuerdos express”. Tampoco puede silenciar que en Punta Peuco, donde están prisioneros octogenarios soldados, ahora último se han dispuesto intervenciones estructurales al margen de la ley, con un manifiesto propósito de provocación al candidato y de humillación a los militares.
Sobre lo anterior, esta breve reflexión intenta eximirme por el atrevimiento de denunciar tan graves hechos y por solicitar a quien corresponda un pronunciamiento al respecto. ”En la vida existe la tendencia a confundir la prudencia con la conducta pusilánime“, no porque ambas se parezcan sino porque “el pusilánime” suele vestirse con la ropa de “la prudencia”. Dicho de otra forma, el pusilánime se refugia en el discurso de la prudencia para ocultar sus temores, porque así convierte su renuncia en virtud y su inacción en sabiduría.
Desde Aristóteles sabemos que la prudencia exige tanto discernimiento como acción. Según ”el estagirita”, el prudente no actúa impulsivamente, “pero actúa”; el pusilánime, en cambio, “espera el momento adecuado” … ese que siempre llega tarde.
Por último, para cerrar esta reflexión, todo indica que los principios de la Sociedad de la Libertad se impondrán en Diciembre, y que habrá “justicia para nuestros soldados prisioneros del pasado”. Por lo tanto, seré prudente, mis labios y mi pluma se obligan a callar. Sin embargo… ¡mis silencios seguirán gritando!
Por Cristián Labbé Galilea
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