Experto: Comisario (R) Roberto Álvarez, Exjefe de Inteligencia Policial en Eventos Deportivos.
La incorporación de mujeres a las primeras líneas de las barras bravas ha modificado radicalmente el mapa de riesgo en los estadios. Desde el punto de vista policial, ya no enfrentamos a un grupo homogéneo de hombres jóvenes. Su presencia introduce variables nuevas y complejas que obligan a un replanteamiento táctico y logístico.
Tradicionalmente, los operativos de control se basaban en ciertas dinámicas previsibles. La presencia femenina las altera. Por un lado, puede, en algunos contextos, actuar como un moderador temporal de la violencia extrema entre facciones rivales, al menos inicialmente. Por otro, en caso de confrontaciones, introduce un factor de alta sensibilidad social y mediática. La respuesta policial ante una mujer involucrada en disturbios es scrutiniada con una lupa diferente, lo que exige un entrenamiento especializado en proporcionalidad y trato diferenciado.
Además, su rol ya no es periférico. No son solo acompañantes. Participan en la logística (transporte, comunicación), en la primera línea de cánticos y, en algunos casos documentados, en enfrentamientos físicos. Esto las convierte en agentes activas dentro del plan de riesgo, no en meras espectadoras a proteger. Para la inteligencia policial, es crucial identificar líderes femeninas y entender su influencia dentro de la dinámica grupal.
El mayor desafío ético y operativo surge en los desalojos o detenciones. Se deben extremar los protocolos para evitar cualquier acusación de abuso o violencia de género, garantizando la integridad física de las detenidas en instalaciones separadas y con personal femenino disponible. Esto requiere recursos específicos que antes no se contemplaban.
En definitiva, ignorar este fenómeno es un error estratégico para cualquier fuerza de seguridad. La mujer barrista es un actor con agencia propia en el ecosistema del fútbol. Su gestión requiere un análisis desprovisto de estereotipos, que las reconozca como parte integral (y a veces decisiva) de la hinchada, con los mismos derechos pero también con las mismas responsabilidades ante la ley. La seguridad en el fútbol moderno exige esta mirada inclusiva y realista.
La incorporación de mujeres a las primeras líneas de las barras bravas ha modificado radicalmente el mapa de riesgo en los estadios. Desde el punto de vista policial, ya no enfrentamos a un grupo homogéneo de hombres jóvenes. Su presencia introduce variables nuevas y complejas que obligan a un replanteamiento táctico y logístico.
Tradicionalmente, los operativos de control se basaban en ciertas dinámicas previsibles. La presencia femenina las altera. Por un lado, puede, en algunos contextos, actuar como un moderador temporal de la violencia extrema entre facciones rivales, al menos inicialmente. Por otro, en caso de confrontaciones, introduce un factor de alta sensibilidad social y mediática. La respuesta policial ante una mujer involucrada en disturbios es scrutiniada con una lupa diferente, lo que exige un entrenamiento especializado en proporcionalidad y trato diferenciado.
Además, su rol ya no es periférico. No son solo acompañantes. Participan en la logística (transporte, comunicación), en la primera línea de cánticos y, en algunos casos documentados, en enfrentamientos físicos. Esto las convierte en agentes activas dentro del plan de riesgo, no en meras espectadoras a proteger. Para la inteligencia policial, es crucial identificar líderes femeninas y entender su influencia dentro de la dinámica grupal.
El mayor desafío ético y operativo surge en los desalojos o detenciones. Se deben extremar los protocolos para evitar cualquier acusación de abuso o violencia de género, garantizando la integridad física de las detenidas en instalaciones separadas y con personal femenino disponible. Esto requiere recursos específicos que antes no se contemplaban.
En definitiva, ignorar este fenómeno es un error estratégico para cualquier fuerza de seguridad. La mujer barrista es un actor con agencia propia en el ecosistema del fútbol. Su gestión requiere un análisis desprovisto de estereotipos, que las reconozca como parte integral (y a veces decisiva) de la hinchada, con los mismos derechos pero también con las mismas responsabilidades ante la ley. La seguridad en el fútbol moderno exige esta mirada inclusiva y realista.



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