Francisca, es hincha de Universidad de Chile y pertene a la Barra Los de Abajo. Iba al estadio desde que era soltera, luego se casó con otro chico de la barra, tienen una hija y también la llevan al estadio a ver la U. Aquí nos cuenta sus vivencias con la barra, lo bueno y lo malo que tiene estas agrupaciones de hinchas y el porqué atraen tanto a los jóvenes.

Los de Abajo", la historia de la barra brava de la Universidad de Chile que funciona como "un club" aparte y les ofrece un abogado a sus "afiliados"

Francisca, muchas gracias por recibirme. Cuéntanos, ¿cuándo comenzó tu historia con la U y con Los de Abajo?

(Sonríe con los ojos iluminados) ¡Uf, de toda la vida! Mi papá me llevaba desde los 8 años. El olor a humo de bengala, el ruido ensordecedor, esa marea azul… me enganchó para siempre. Ya de adolescente, con mis amigas, nos empezamos a ubicar más cerca del sector de la barra, de Los de Abajo. Ahí sentí algo distinto: no solo era alentar, era una energía brutal, un compromiso total.

¿Y cómo fue el paso de ser una hincha más a integrarte activamente en la barra?

«Fue orgánico. No es que te den un carnet (se ríe). Es ir siempre, alentar, conocer a la gente. Ahí conocí a mi marido. Él ya llevaba más tiempo en la barra. Nuestro primer «pololeo» era en la galería, gritando, saltando. Nuestra cancha de amor fue el estadio Nacional, los viajes a las afueras… La barra se volvió mi segunda familia. Es difícil de explicar, pero es una hermandad muy fuerte. Te cubren las espaldas, celebras los triunfos juntos, sufres las derrotas como una sola».

Hablas de hermandad, de familia. Incluso formaste tu propia familia dentro de la barra.

¡Exacto! Con mi pololo nos casamos, y obvio, la recepción tuvo tono azul (risas). Y cuando nació nuestra hija, a los seis meses ya tenía su buzo de la U diminuto. Su primer partido en el estadio fue a los dos años. Para nosotros, no había otra opción. Es nuestro mundo. Ella ahora, con 10 años, ya sabe todas las canciones, le vibra el cuerpo cuando cae un gol. Ver la pasión en sus ojos es lo más lindo que me ha dado esto.

Eso es lo hermoso, el legado. Pero este mundo de las barras también tiene un lado muy oscuro, de violencia, enfrentamientos. ¿Cómo vives esa dualidad?

(Su rostro se serena) Es la pregunta difícil, ¿no? Lo bueno es lo que te digo: la comunidad, la identidad, la sensación de pertenecer a algo más grande que uno. Es una válvula de escape para la rabia, la frustración de la vida diaria. Ahí dentro todos somos iguales, no hay jefes, ni deudas, solo la U. Y para los jóvenes, eso es un imán. Encontrar un grupo que te abrace, te dé un propósito, una emoción pura en una sociedad que a veces los deja al margen.

¿Y lo malo?

Lo malo… es cuando esa pasión se tuerce. He visto a amigos caer en la pelea estúpida, he sentido miedo de verdad en algunos viajes. El exceso, el machismo a veces, la intolerancia. Hay una línea muy fina entre la lealtad y la obcecación. Yo, como mujer, he tenido que ganarme mi respeto a pulso, doble. Y ahora, como madre, mi mayor temor no es que mi hija vea a la U perder, sino que se cruce con la violencia. Nosotros tenemos reglas clarísimas: vamos al sector familiar, o en ciertos partidos, con un grupo muy sereno de la barra. Hemos aprendido a cuidarnos.

¿Entonces, cómo se equilibra? ¿Por qué seguir siendo parte?

Porque el núcleo, lo esencial, es hermoso y puro. Es el amor por la camiseta. Enseñamos a mi hija eso: el respeto por los colores, por la historia, por cantar hasta quedar sin voz. Tratamos de filtrar lo otro. La barra, en su mejor versión, es apoyo solidario, es hacer ollas comunes en tiempos difíciles, es visitar a un hincha enfermo. Eso es lo que queremos que ella vea y herede.

Finalmente, Francisca, ¿qué le dirías a una persona que solo ve las barras como un problema?

«Que trate de mirar más allá del titular de los diarios. Claro que hay problemas graves y hay que combatirlos. Pero para miles como nosotros, es el corazón del estadio. Es donde se guarda la memoria, la tradición popular del fútbol. Somos familias, obreros, profesionales, unidos por un sentimiento. La U no es solo un club para mí; es la historia de mi papá, de mi matrimonio, de mi hija. Y Los de Abajo, con todo lo complejo, es la tribuna desde donde hemos gritado esa historia. No cambiaría eso por nada».

 

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