El Presidente electo, José Antonio Kast, anunció públicamente su intención de residir en el Palacio de La Moneda a partir del 11 de marzo de 2026, rompiendo con una práctica de 68 años. «Nosotros hemos dado señales de que sí tenemos interés en vivir en La Moneda», declaró desde Buenos Aires, agregando que «no tengo problema en dormir en el tercer piso. Pero si puedo llevar mi cama, puedo llevar mi comedor y puedo llevar mis cosas». Este planteamiento, reiterado posteriormente en San Miguel, trasciende lo logístico para proyectar un mensaje político deliberado: «Somos personas austeras. Somos personas sencillas».
Jose Antonio Kast educa a todo el Zurderio Flojo y les dice respecto a vivir en la Moneda
"Yo no pido lujos, no pido que me atiendan, no voy a gastar plata del estado en mi, soy auto suficiente yo mismo puedo hacer mi cama"
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Santiago 1
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Un giro práctico con resonancias históricas
La decisión se fundamenta, según sus cercanos, en una lógica de pragmatismo y coherencia con su propuesta de «gobierno de emergencia». Al residir en Buin, a más de una hora del centro cívico, la lejanía contradeciría dicho concepto. Kast descartó explícitamente la opción de arrendar una residencia cercana –como hace el actual Mandatario Gabriel Boric en Barrio Yungay– por el gasto adicional que supondría. Así, su elección por habitar el palacio de lunes a viernes amalgama austeridad declarativa, eficiencia operativa y una reinvidicación de tradición republicana.
El Palacio de La Moneda, diseñado por Joaquín Toesca e inaugurado en 1805 como Real Casa de Moneda, se convirtió en sede de gobierno en 1846 bajo el mandato de Manuel Bulnes, quien fue también el primer Presidente en habitarlo. El último mandatario en residir permanentemente en sus dependencias fue Carlos Ibáñez del Campo, en 1958. Declarado Monumento Nacional en 1951, su arquitectura distribuye funciones de Estado en espacios cargados de ceremonial: desde el Salón Independencia y su balcony emblemático, hasta el Salón Toesca (Consejo de Ministros), el Salón Azul para reuniones de alto nivel y la Galería de los Presidentes.
La disputa por el espacio: entre lo protocolar y lo doméstico
La posibilidad concreta de adaptar una vivienda presidencial dentro del palacio activó un debate técnico y simbólico. Según exfuncionarios consultados por La Segunda, las opciones viables serían el tercer piso –que en 2011 albergaba oficinas– o las dependencias de la ex primera dama, cargo eliminado durante el gobierno de Boric. María Irene Chadwick, ex encargada de Protocolo, señaló que el Presidente Piñera ya contempló habitar el palacio en su segundo gobierno, considerando ideal el ala nororiente: «Son las más bonitas para vivir […] tienen más luz, más arreglos y es muy fácil hacer que sean casa». En cambio, el tercer piso, pese a su vista a la Plaza de la Constitución, es descrito como más «inhóspito», con accesos complicados y sin baños cercanos.
Reacciones políticas: austeridad, tradición y prioridades
El anuncio generó reacciones polarizadas que reflejan la lectura política del gesto. Para la oposición, el diputado y senador electo Diego Ibáñez (FA) cuestionó el foco del debate: «Qué pena que estemos hablando de si es que cabe la cama del próximo Presidente […] en vez de hablar de lo realmente importante». Recordó, además, que Kast votó en contra de reducir a la mitad la dieta parlamentaria, poniendo en tela de juicio la coherencia del discurso de austeridad.
Desde el oficialismo emergente, en cambio, se enfatizó el carácter práctico y simbólicamente positivo de la medida. El diputado Stephan Schubert (Republicano) definió a Kast como «muy pragmático» y celebró la virtud de la austeridad. Frank Sauerbaum, jefe de bancada de RN, valoró el retorno a una «antigua tradición republicana» y los ahorros en arriendo, reacondicionamiento y seguridad que conllevaría.
Conclusión: más que una dirección, una declaración de principios
La decisión de José Antonio Kast de habitar La Moneda trasciende la mera elección de domicilio. Se erige como un acto político cargado de significantes: busca encarnar un estilo de gobierno de proximidad y emergencia, proyectar una imagen de sencillez y rigor fiscal, y reconectar simbólicamente con una tradición presidencial anterior a la modernidad. Sin embargo, este gesto no está exento de críticas que interrogan su consistencia y prioridades. La materialización de este propósito –ya sea en el tercer piso o en las antiguas dependencias de la primera dama– no solo implicará una adaptación arquitectónica, sino que pondrá a prueba la narrativa de un gobierno que aspira a fundir la austeridad con la eficacia desde el corazón mismo del poder ejecutivo chileno.
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