La Navidad es de las celebraciones más significativas de la Sociedad Occidental, no sólo por su carácter festivo, sino por el sentido valórico y religioso que le da su origen. En esencia, ella conmemora el nacimiento de Jesucristo, acontecimiento que invita a la reflexión, a la humildad y al amor al prójimo. Lamentablemente, en el tiempo que vivimos, materialista e individualista, esta dimensión espiritual tiende a quedar opacada por el énfasis en el consumo y las apariencias.

Hablamos indistintamente de Pascua, Navidad y Natividad, clara señal de cómo las tradiciones se confunden en el tiempo. Si bien usamos con frecuencia el termino Pascua y damos a la Navidad carácter comercial, lo correcto sería usar el concepto de Natividad que claramente nos recuerda el verdadero sentido de esta celebración, porque la Pascua se refiere, según la liturgia, a la pasión, muerte y resurrección de Cristo… es decir a Semana Santa.

Pero no nos abrumemos, dar a estas fiestas su importancia valórica y religiosa no implica rechazar la alegría de compartir, con amigos y familia, algún presente, como lo hicieron los Reyes Magos con el Niño nacido en el portal de Belén. Lo importante es cautelar que no se pierda el sentido de estas celebraciones: solidaridad, generosidad y reconciliación.

Por lo mismo, como quiera que digamos: Navidad, Natividad o Pascua, estos días debieran ser una instancia de reflexión. Vivimos en una sociedad convulsa y violenta, por lo que debiéramos comprometernos “todos“ en la defensa de valores como la paz y la concordia, así como con el deber de renovar nuestro compromiso con la tolerancia y la convivencia cívica, lo que nos ayudaría a combatir la violencia, la indiferencia y el egoísmo.

Recuperar el sentido espiritual en estos días es un desafío. Debemos transformar esta fecha en una oportunidad para cultivar los valores esenciales para construir una sociedad más justa, fraterna y solidaria, especialmente para quienes viven en condiciones de dolor y soledad.

De manera muy especial, a esta pluma le resulta imposible no pensar en aquellos soldados “prisioneros del pasado” que, privados de libertad, pasan estos días lejos de sus hogares y de los afectos de sus seres queridos. Para ellos, estas festividades religiosas adquieren un sentido de silenciosa esperanza… sostenida por la fe en Dios y en la solidaridad humana.

Vivimos días de misericordia y reconciliación que nos debieran interpelar a elevar una oración por su bienestar, por su dignidad y por el reencuentro con sus familias. Solicitar en estas fechas la caridad cristiana no es un mero gesto formal, es un acto humano y justo que reconoce en cada uno de ellos a un hermano que merece justicia y paz.

Finalmente, con profundo recogimiento estas líneas elevan una plegaria a la Divina Providencia para que, en su infinita bondad, toque los corazones de quienes tienen la responsabilidad de decidir que aquellos que hoy sufren el olvido y el abandono, tengan en esta navidad… esperanza de Paz, Justicia y Caridad.

Por Cristián Labbé Galilea

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