¿Cuánto duran los ciclos? La historia ofrece alternativas diversas. Están los económicos que muchas veces se abren con una crisis y terminan con otra, basta revisar la historia reciente argentina. O los internacionales, que definen el orden mundial y que muchas veces parten y se cierran con un conflicto. Ahí está el Tratado de Viena y el de Versalles. En el caso de Chile hay interpretaciones diversas, algunos dicen que el 18 de octubre de 2019 se cerró un ciclo, y otros que el pasado 7 de mayo terminó otro. Sea así o no, no deja de ser irónico que Chile recuerde en septiembre los 50 años del Golpe de Estado en un país donde la izquierda acaba de ser derrotada y la derecha celebra el mejor resultado electoral de su historia.
“Fue el mejor de los tiempos, fue el peor de los tiempos, fue la edad de la sabiduría, fue la edad de la locura”, escribía Charles Dickens en su extraordinaria Historia de dos Ciudades. Algo hay de eso por estos días. Los tiempos de cambio son contradictorios. Es el péndulo del que muchos hablan. Aunque para Gonzalo Cordero lo que hay en realidad son unas promesas que chocaron con la realidad, “haciendo evidente que todo fueron sueños vendidos por falsos profetas” como “la ‘primera línea’, los constituyentes que votaban desde la ducha y los jóvenes buena onda que iban a cambiarlo todo”. Es la tierra de las “ilusiones perdidas” como tituló su columna.
Pero volviendo a los 50 años del Golpe, para Ascanio Cavallo, el drama de la realidad actual es que si bien la historia nunca se repite igual, “a veces sus protagonistas (…) tienden a emular incluso lo que desearían evitar”. Marx decía que la historia ocurre dos veces, primero como tragedia y después como farsa. Y la pregunta es si estamos en la versión farsa. Para Cavallo, en el actual gobierno se están reproduciendo “las dos almas que desgarraron a la Unidad Popular (…) el polo revolucionario y el polo reformista”. Y como si fuera un aprendiz de brujo, Boric asumió “invocando el nombre de Allende y citando masivamente sus discursos”, sin saber probablemente, “la enorme fantasmagoría que despertaba”, según Cavallo.
Y si de Allende se trata, para Carlos Meléndez, “el faro que alumbra las grandes alamedas por las que transita el pueblo progresista se ha quedado sin luz”. Porque según él, el resultado de la pasada elección de consejeros constitucionales no es sólo un revés “para la izquierda local, sino para la regional”, porque en América Latina “no hay otro proyecto más serio de izquierda democrática que la chilena”. Pero el problema, para él, es que en esta oportunidad la nueva izquierda chilena sobreideologizó su propio proceso. Olvidó, dice, que “las mayorías silenciosas votan por contextos y no por textos”. Aquí no hay uniones eternas y “a la nueva izquierda”, apunta, “no le queda más que preferir la nueva Constitución compartida”. Quizá, como escribía Ernesto Ottone, “de tanto empujar al país hacia la izquierda terminó apareciendo por la extrema derecha”.
La hora republicana
Y si el faro del pueblo progresista se quedó sin luz, como decía Meléndez, el de la derecha se volvió a iluminar. ¿Es el amanecer de un nuevo ciclo conservador? se preguntaba el académico de Comunicaciones de la UDP Rafael Sousa. O quizá, como apuntaba Daniel Matamala el domingo pasado, estamos ante el triunfo definitivo de Jaime Guzmán. Es verdad que en un mundo tan líquido lo “definitivo” no siempre es “permanente”, pero al menos en lo que a la constitución se refiere algo de eso hay, según Matamala, porque si en diciembre “vence el Apruebo regirá una constitución en que sus herederos (los de Guzmán) habrán tenido un rol preponderante”. Y si triunfa “el Rechazo seguirá vigente la Constitución actual”. La historia está llena de paradojas.
Son los tiempos “Republicanos”, y para ellos más que para ningún otro, a la luz de lo que dice Óscar Guillermo Garretón, rigen las palabras de Dickens, eso de los mejores y los peores tiempos. Porque “ganaron, pero no gobiernan”. No tienen que pagar costos. Y no es poco, considerando que estamos “en años de delincuencia desatada, inmigración descontrolada, crecimiento pobre e inflación, (…) demandas sociales exacerbadas y recursos escasos”. Es el mejor de los mundos, “son ganadores, pero oposición al mismo tiempo”. Sin embargo, también puede ser el peor… porque tienen que redactar una constitución. Y, como “las virtudes para ganar no son las mismas que para gobernar”, eso es lo que “se juegan ahora”.
Y en este proceso, según Matamala, “está por verse si Kast logra disciplinar a un partido tentado a pasar la aplanadora”. Uno donde, como apunta Paula Escobar, aseguran que hay dos almas, una representada por el consejero Luis Silva, que “habla de diálogo y respeto institucional”. Y otra encarnada por el diputado Johannes Kaiser, cuyos videos de You Tube “lo muestran agresivo y hasta desordenado”. Pero para Escobar, más que dos almas son “dos caras de una misma moneda”, porque “las diferencias de estilo no equivalen a diferencias de fondo”. “Modales más, modales menos”, dice, “lo importante es la agenda”. Y ahí, “el ideario es uno”, no dos.
Pero más allá de todo ello y de que los resultados del 7 de mayo desmitificaron “la supuesta hegemonía cultural y popular de la izquierda en Chile”, para Gabriel Zaliasnik lo que viene ahora es “redactar un texto razonable que deje atrás el periodo de incertidumbre”. Y para lograrlo, apunta, “es ineludible preguntarse si las fuerzas antidemocráticas de la extrema izquierda depondrán su proyecto revolucionario”. Se equivocan, dice, quienes “depositan exclusivamente en los hombros de los ganadores el éxito del proceso constituyente”, porque según él, “la mayor responsabilidad recae en el gobierno y en sus partidos políticos”. Será la hora de la verdad para la reconfiguración de la izquierda chilena, según Zaliasnik.
Duelo democrático
Uno podría decir que en los tiempos de cambios, los cambios se dan dentro de los cambios. No sólo se transforma el orden de las cosas y muchas verdades dejan de serlo, sino que en los propios sectores políticos los equilibrios se trastocan. Incluso el lenguaje cambia, como apunta Moisés Naím, y se “le da renovada presencia a algunas palabras, mientras que se margina a otras o se les cambia el significado”. Es lo que pasa con “plataforma”, dice, que dejó de ser “una superficie horizontal, descubierta y elevada sobre el suelo donde se colocan personas o cosas”, para designar a Twitter, Instagram, YouTube o Facebook. “Hoy vemos como alergia a la autoridad lleva a esconder relaciones de poder detrás de una serie de eufemismos”. apunta el autor del Fin del Poder.
En esta época de cambios es importante, para Juan Carvajal, preguntarse ¿qué tipo de país somos? ¿Hacia dónde vamos? Vivimos tiempos existenciales dirán algunos y tan equivocados no están. Que “sólo un 47% crea que ‘la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno’”, según revela la encuesta Feedback UDP es sintomático. Eso de que “la democracia es la peor forma de gobierno, con la excepción de todas las demás”, como decía Churchill, ya no es compartido por todos. Y para Carvajal, “no deja de ser preocupante que luego de traumáticos 17 años de dictadura una buena parte del país no tenga claro la diferencia entre democracia y autoritarismo”.
Ya sea por la ineficiencia del sistema, según algunos o la desconfianza en las élites, según otros, el hecho es que, como dice Sebastián Izquierdo, “nuestra democracia se encuentra en una situación peligrosa”. Y se requiere que “la clase política busque soluciones concretas” a los problemas de los ciudadanos para salir del entuerto. Si no, tomando el título de la última columna de Ernesto Ottone, puede que terminemos sobreviviendo como en La Balsa de la Medusa, el framoso cuadro de Theodore Gericault. Náufragos de un sistema fracasado o protagonistas de una suerte de duelo decimonónico, como esa “muerte cruzada” que tiene, estos días, sumido a Ecuador en una enésima crisis institucional.
Boletín semanal de Opinión de La Tercera por Juan Paulo Iglesias
/gap