Había una vez un cavernícola llamado Tuk que avistó en el cielo un extraño objeto volador y corrió a la piedra más cercana para poner en ella las imágenes de lo que acababa de ver y no alcanzaba a explicar.
Unos diez mil años después, en 2014, un grupo arqueólogos halló en la región tribal de Bastar, en la India, las pinturas rupestres de Tuk. En ellas, según se especuló en el momento, podían verse seres humanoides de gran tamaño y objetos circulares semejantes a los platillos voladores de las películas y máquinas de tres patas –o trípodes– como los descritos por H. G. Wells en La guerra de los mundos.
Imágenes de algún modo similares a las de Tuk han sido hallados en cuevas y piedras a lo largo del mundo, lo cual, según algunos expertos en ufología, supone la demostración de que los extraterrestres ha estado merodeando entre nosotros por largo tiempo, incluso antes de que comenzara a registrarse la historia.
Ahora bien, ¿cómo veían nuestros antepasados a las naves espaciales? ¿Cómo fue cambiando la percepción de estos misteriosos objetos con el paso del tiempo? ¿Existen los ovnis realmente o todo es una alucinación colectiva tan antigua como la humanidad?
Faraón espacial
Del cavernícola Tuk saltamos al faraón Tutmosis III (1458 a. C. -1425 a, C.), en el antiguo Egipto.
Según el Papiro Tulli, una supuesta transcripción de un papiro egipcio de unos 3.500 años de antigüedad, durante el reinado de Tutmosis III se vieron volando en los cielos del Bajo Egipto, al norte del país, varios “discos de fuego” de cuyas bocas brotaba, curiosamente, un “aliento fétido”.
¿A qué aludía esto? Aunque es imposible afirmarlo, es probable que ese olor, sin dudas desconocido por los hombres de la época, proviniese de la emisiones de humo u otras sustancias combustibles de las naves.
Sigue la descripción del avistamiento: “No tenía cabeza. Su cuerpo tenía una vara de largo y una vara de ancho. No tenía voz”.
Aunque muchos han desacreditado el Papiro Tulli como un fraude, también podría pensarse que el adagio “De que vuelan, vuelan” aplica a las brujas y también a los ovnis.
Barcos fantasmas
En la antigua Roma también ocurrieron avistamiento de naves alienígenas. En su Historia de Roma –considerada una de las fuentes principales para comprender la cultura romana antigua–, el historiador Tito Livio (59 a. C. – 17 d. C.) menciona lo que se considera al primer avistamiento de un ovni registrado formalmente en la historia.
Ocurrió en 218 a. C., el primer año antes de la segunda guerra púnica, como se conoce el enfrentamiento militar entre Roma y Cartago, cuando en el cielo de Roma apareció una “flota enorme de barcos fantasmas que brillaban”.
Si la visión de barcos fantasmas en el cielo resulta perturbadora, el relato del avistamiento, también en Roma, consignado por Plinio el Viejo (23/24 d. C. – 79 d. C.) en su enciclopedia Historia Naturales simplemente espeluznante.
En el año 76 a. C. apareció también en el cielo de la ciudad “una chispa que salía de una estrella y crecía a medida que se iba acercando a la Tierra hasta alcanzar el tamaño de la Luna”.
Aunque no hay manera de corroborarlo, la “chispa” a la que alude Plinio podría haber sido una nave exploradora que salió de una nave nodriza (“la estrella”) en órbita geoestacionaria para hacer un vuelo de reconocimiento en la atmósfera terrestre. ¿Por qué no?
Según Plinio, la chispa regresó al cielo “transformada en una antorcha (lampas)”. Teóricamente, digo yo, esa antorcha que pudo causar el terror entre los habitantes de Roma no era más que el fuego generado por la propulsión a chorro de la nave exploradora al retornar a la nave nodriza.
Ánfora voladora no identificada
Ahora bien, ¿cabe imaginar un ovni con la forma parecida a un ánfora en llamas?
De acuerdo con Plutarco (46 d. C – 119 d. C), sí. En su texto “Lúculo”, parte de su colección biográfica clásica Vidas Paralelas, el sabio griego cuenta que en el año 74 a. C., antes de una batalla entre los ejércitos del general romano Lucio Licinio Lúculo y del rey Mitrídates VI, apareció en el cielo un objeto volador con esa forma, de afora o vasija de vino.
Justo cuando las tensiones estaban por alcanzar su punto máximo en el campo de batalla… “el cielo se abrió en dos y un enorme objeto apareció en llamas entre los dos ejércitos, con forma de vasija de vino (pithos) y de color plata fundida”.
Se dice que ambos ejércitos tomaron esta aparición como un presagio de los dioses y por ello se separaron, evitándose, al menos por ese día, un conflicto sangriento.
Al respecto, un astrofísico de la NASA, el Dr. Richard Stothers, sostuvo en un paper sobre ovnis antiguos publicado en 2007 que el fenómeno descrito por Plutarco podría explicarse como un bólido que estalló al entrar a la atmósfera terrestre, aunque no descartó la posibilidad de que fuese una nave alienígena.
Las guerras de las galaxias
Es posible que la primera batalla de naves extraterrestres ocurrida en el planeta Tierra haya tenido lugar hace casi dos mil años, específicamente en el 75 d. C., en la región de Judea, antigua provincia romana.
Así lo sugiere el historiador romano Flavio Josefo en La guerra de los judíos, una obra fundamental centrada en la historia del antiguo Israel.
Escribió Josefo: “Lo que voy a narrar parecería una fábula si no lo contaran los que lo han visto con sus ojos. Antes de la puesta de sol se vieron por los aires de todo el país carros y escuadrones de soldados armados que corrían por las nubes y rodeaban las ciudades”.
Un detalle curioso en los relatos de avistamiento es que, con el paso del tiempo, cambiaban las formas de los ovnis. Lo que en la cultura romana antigua fue descrito como barcos fantasmas o ánforas voladoras, a finales de la Edad Media fueron cruces, lanzas o globos rojos.
En una octavilla elaborada en madera en 1566 por el artista Hans Glaser se cuenta una “muy horripilante aparición” que muchos entendieron como advertencia divina. Al amanecer del 14 de abril de 1561, en el firmamento de la ciudad alemana de Nuremberg tuvo lugar una confrontación aérea, descrita como una danza errática de esferas y cruces refulgentes azuladas o rojas –»rojo sangre»–, objetos cilíndricos y, también, una enorme lanza negra.
Cinco años después, en julio y agosto de 1566, se reportaron en la ciudad suiza de Basilea una serie de eventos celestiales en los que esferas rojas –“rojo sangre”– y negras batallaban en las alturas. Resultan llamativas las coincidencias en las descripciones de las formas y los colores de las naves alienígenas de Nuremberg y Basilea, ocurridas ambas en el contexto de la Reforma Protestante.
Un siglo después, ya entrada la Edad Moderna –abril de 1665–, seis pescadores aseguraron haber presenciado una batalla aérea en el cielo del mar Báltico, cerca de Stralsund, en Alemania.
“Grandes bandadas de pájaros en el cielo se transforman en barcos de guerra. Las cubiertas están repletas de figuras fantasmales”. Una descripción cargada de belleza y poesía que no solo reafirma la posibilidad –por mínima que sea– de que los avistamientos son un hecho real, sino que nuestros ancestros estaban más familiarizados con los objetos voladores no identificados de lo que podríamos imaginar.
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