Cada año los inversionistas aguardan los resultados del Ranking de Competitividad Mundial, elaborado por el Institute of Management Development (IMD) de Suiza. Un estudio que mide el rendimiento de los países con base en su desempeño económico y su eficiencia gubernamental, empresarial y a nivel de infraestructura. En esta edición, que contempló a 67 naciones, ha quedado en evidencia que Latinoamérica continúa bastante lejos de los primeros lugares y que urge de diversos ajustes para revertir esta tendencia negativa.

En la cima de este análisis, basado en 164 datos estadísticos y encuestas realizadas a 6.612 directivos, se ubica Singapur, que retomó el primer lugar que había obtenido en el 2020. Le siguen Suiza, Dinamarca —que había logrado el máximo puntaje en el 2023—, Irlanda y Hong Kong. El top 10 arroja que las economías más competitivas del planeta pertenecen a Asia y a los países del norte y el centro de Europa.

Latinoamérica recién figura en el cuarto pelotón. Chile se sostiene en el puesto 44 por segundo año consecutivo. Una estabilidad conseguida a pesar de mostrar un descenso en el desempeño económico, donde pasó de la casilla 52 a la 55. Solo Estados Unidos (12) y Canadá (19) lo superan a nivel continental. El estudio concluye que los grandes desafíos de Chile consisten principalmente en “reformar el sistema político para reducir la fragmentación y aumentar la gobernabilidad”, “mejorar la seguridad pública” e “incrementar la productividad aplicando nuevas tecnologías e Inteligencia Artificial”.

Debajo de Chile, en la posición 56 y 57 se ubican México y Colombia, respectivamente. El Ranking de Competitividad Mundial deja en claro que, durante el mandato de Andrés Manuel López Obrador, este indicador le resultó adverso: los mexicanos no pudieron igualar o superar el puesto 50 que consiguieron en el 2019. Atender su entorno empresarial, promover reformas estructurales en educación e impulsar un mayor crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI) debe ser su consigna. En tanto, Colombia ha presentado un ligero avance: ascendiendo un puesto. No obstante, ha causado alarma su desempeño económico: de la posición 37 se desbarrancó hasta la 58. Esto se refleja en el ítem de economía doméstica, donde tuvo un declive de 32 lugares hasta el 66. Cerrar brechas de productividad en agricultura, fomentar proyectos estratégicos que impacten en las poblaciones vulnerables y atender la resiliencia de los cambios climáticos son sus deberes.

Más abajo, en el puesto 63, está Brasil. El país tropical muestra una tendencia a la baja en los últimos años. Desde el 2020, donde se ubicó en la casilla 56, no ha habido un año en que no haya registrado un descenso. Sin embargo, el índice de desempeño económico es favorable: en el mismo lapso de tiempo ha pasado de la posición 56 a la 38 en esta edición. Resulta fundamental, según el documento, que el Gobierno brasileño ponga énfasis en mejorar sustancialmente el acceso a la educación básica de calidad, así como la infraestructura y la logística. Los retos suponen tentar la igualdad y la inclusión con pasos firmes.

La profunda crisis de gobernabilidad del Perú y el incremento de la pobreza monetaria ha traído consecuencias: el país andino descendió ocho posiciones, ubicándose en el puesto 63, alcanzando su peor registro histórico. Retrocedió en los cuatro pilares, siendo el desempeño económico y la eficiencia empresarial los aspectos más graves: en ambos cayó del 53 al 60. En el ítem de empleo cayó veintisiete posiciones al puesto 53. Las medidas más urgentes a implementar y atender son eliminar la corrupción, fortalecer las instituciones públicas y lograr una mayor estabilidad política”“incrementar la competitividad y el progreso social”, “ejecutar proyectos estratégicos que generen mayor impacto regional”, así como “mejorar el entorno empresarial”, dotándolo de menos incertidumbre y más seguridad.

Finalmente, en el sótano del Ranking Mundial de Competitividad del IMD aparecen dos economías en crisis que desde hace mucho son noticia por ello: Argentina (66) y Venezuela (67). Los rioplatenses bajaron tres casillas y, desde luego, en casi todos los criterios de clasificación. Entre sus desafíos está “continuar el programa de estabilización, limitando el impacto económico y mejorando la justicia social en este proceso de ajuste”. También fomentar la competencia y la estabilidad de precios, así como apoyar la estabilidad económica y fortalecer la administración pública. En cuanto a Venezuela, también descendió tres posiciones. El diagnóstico continúa siendo el mismo: los bajos salarios y la alta inflación restringen el consumo privado y desestabilizan la economía. El desafío, según estos expertos, consiste en resolver los servicios básicos e infraestructura para viviendas e industrias, así como atender el acceso a financiamiento de empresas con el propósito de ampliar su capacidad productiva

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