El Betis de Manuel Pellegrini al fin brindó a su entregada gente una victoria en el Benito Villamarín ante uno de los grandes de la Liga, un Atlético de Madrid que saltaba al cuidado prado heliopolitano como invicto en esta Liga. Lo hizo el cuadro verdiblanco con un autogol de Giménez a los cuatro minutos, pero debió hacerlo con una lustrosa goleada, tal fue la torrencial llegada que mostró, sobre todo en una primera parte sin respiro, desbordante, en la que el Betis, bajo la tarde oscura y fría que dejó el cambio horario, fue una suerte de ciclón invernal que dejó como un témpano de hielo al habitualmente fogoso Atlético de Simeone.
En ese primer tiempo, los anfitriones debieron finiquitar el pleito con tres o cuatro goles de ventaja. Fue desesperante la ineficacia de los Vitor Roque, Abde y compañía. Fue como si no terminaran de creerse el carrusel de situaciones tan ventajosas. Pero bien está lo que bien acaba y el Benito Villamarín, después de que el Atlético forzara una tímida respuesta final con la entrada de Sorloth, Correa y Giuliano Simeone, estalló de alegría y orgullo con ese 1-0 que sitúa al equipo en órbita europea.
Lo mismo el Betis no hubiera jugado tan, tan bien con Isco y Lo Celso en el campo; o con Isco y William Carvalho; o con Lo Celso y el portugués. Faltaban los tres jugadores más creativos y esta vez, ni uno solo de los 52.000 béticos béticos presentes en las gradas del Benito Villamarín los echó de menos en una primera parte pletórica, de fútbol macizo e incontenible, que convirtió a todo un Atlético de Madrid en un atónito grupo de diez maniquíes entregados a su suerte. Y la suerte que tuvieron los colchoneros fue que llegaran al intermedio cayendo sólo por 1-0, después de que Oblak sufriera hasta catorce remates, pero sólo uno entre los tres palos.
Con un poco más de pausa y tino para resolver alguna de las llegadas, los béticos se hubieran ido al descanso con el partido resuelto. Pero no fue así y equipos del nivel y el presupuesto del Atlético siempre van a tener arsenal en el banquillo para la respuesta. Tras el descanso, Sorloth entró por un fantasmagórico Gallagher, Griezmann mejoró ya más retrasado y el Betis, siendo superior, ya no lo fue tanto. Y con la entrada de Correa y Giuliano Simeone en el minuto 71 por Samu Lino y Griezmann, sobrevoló el riesgo de un amarguísimo empate: Correa, goleador habitual en Heliópolis, envió dos veces el balón a la madera, una en un remate semifallo que se fue a la base del poste derecho de Rui Silva (81’) y otra al peinar a la cruceta una falta que botó Julián Álvarez desde la izquierda (84’).
El quien perdona lo paga se pudo revelar en su máxima expresión si uno de esos dos balones hubieran supuesto un empate final, pero fue tal la superioridad bética, sobre todo en la primera mitad, que algo de justicia poética hubo en esos dos balones repelidos por la madera.
A los cuatro minutos se metió el autogol el uruguayo Giménez, al que no ayudó que el centro de Abde lo rozara antes Witsel. Y ese golpe fue para el Atlético como el que Topuria le asestó a Holloway el día anterior en Abu Dabi. O casi. Las recuperaciones en zonas adelantadas de los béticos, a la voz de mando de Johnny, eran eslabones de una interminable cadena que asfixiaba a los colchoneros en la hierba y a un desquiciado Simeone en su área técnica.
Vitor Roque fue un pequeño diablo indetectable para la zaga del Atlético. Se asoció sobre todo con Abde, que fue un cuchillo por la izquierda. El marroquí provocó el error de Giménez en el 1-0, pero debió aclararlo todo mucho más en una ocasión meridiana, clarísima, al cuarto de hora: Johnny lo dejó solo ante Oblak y el extremo cruzó la pelota demasiado con todo a favor.
Los aficionados béticos aún se lamentaban de esa gran ocasión marrada cuando el propio Abde estrellaba un zurdazo en el larguero tras el enésimo robo de Johnny y la bella y precisa prolongación de Vitor Roque (26’).
Negado Vitor Roque
Desde el minuto 30 al 38, hasta cuatro veces, cuatro, en sólo ocho minutos y ante una escuadra del peso específico del Atlético, tuvo Vitor Roque para ampliar la ventaja. En la primera falló en un control, en la segunda remató muy cruzado cuando tenía dos líneas de pase más propicias que su remate, y en apenas un minuto dispuso de dos balones muy cercanos a la portería en las que no llegó por poco. En esa fase, los gritos de desesperación de los aficionados ya se habían convertido en la banda sonora del partido, tal era la sucesión de ocasiones al limbo.
Por supuesto que Pellegrini no movió nada en el intermedio. Sólo era cuestión de que entrara el segundo. Y aunque el Atlético sacó con timidez la cabeza con sus cambios, el control seguía siendo bético con un inconmensurable Johnny Cardoso al mando. En el minuto 66 pudo marcar Fornals, su balón fue repelido de nuevo por el larguero y de nuevo pudo cabecear el castellonense. Apareció el pie de Javi Galán y Gil Manzano vio que impactó en la cabeza del bético. Pitó penalti, pero De Burgos Bengoetxea hizo ver a su colega desde el VAR que el lateral tocó balón y el extremeño lo corrigió.
Dos minutos después, Perraud le puso otro caramelo a Vitor, que… no llegó. Assane, que entró por otro egoísta sin tino como fue Chimy Ávila, también falló su ocasión para no ser menos. Pero en esa fase final en la que el Atlético echó el resto y acosó con más nombres que fútbol, el Villamarín fue un jugador más. Ansiaba celebrar el triunfo de un ciclón invernal llamado Betis. Y así lo hizo.
/Escrito por Juan Antonio Solís para el Diario de Sevilla