Hay múltiples razones para salir a marchar o protestar en nuestro país. La delincuencia está desenfrenada. Acorde a cifras de Carabineros sólo el primer semestre de este año hubo en promedio 2 homicidios, 8 violaciones y 30 portonazos o encerronas al día. Por otro lado, la corrupción implosionó en el corazón de esta administración, pese a la superioridad moral y ética que pregonaron los líderes del Frente Amplio.

A lo anterior se suma una cada vez más apremiante situación económica, el país no crece, y se suma a la lista negra de naciones que decrecerán en la región junto con Haití y Argentina. El correlato de lo anterior es que el desempleo no ha parado de subir en los últimos tres trimestres móviles, bordeando ahora los dos dígitos. Cerca de 900 mil compatriotas han perdido su trabajo.

Sin embargo, quienes salen a marchar a las calles son los adherentes de Gabriel Boric. Para defenderlo, para expresar su gratitud y soporte ¿acaso viven en una suerte de realidad paralela? La respuesta es sí.

Hay evidencia para sostener aquello. Por ejemplo, cuando a los encuestados por Pulso Ciudadano se les pide que comparen la situación económica actual del país con la de hace un año atrás y se analizan las respuestas diseccionadas por la posición frente al Gobierno, vale decir: opositores, independientes o partidarios, los resultados son sorprendentes.

Así, un 67% de quienes se consideran independientes percibe que la situación económica es peor o mucho peor que hace un año, un 77% de los que se declaran como opositores también considera que la situación económica es peor, pero, dentro del grupo de partidarios del Gobierno, un 44% considera que la situación económica es mejor o mucho mejor que hace un año atrás y tan sólo un 22% piensa que la economía es peor que antes.

A la luz de estos datos, es perfectamente posible sostener que los adherentes al Gobierno de Boric viven en una suerte de realidad paralela económica. Quizás, con justa razón.

De hecho, durante el Gobierno de Gabriel Boric el único empleo que se ha generado es el de los funcionarios públicos. De acuerdo con los datos recientemente publicados por el INE, en el último año este Gobierno ha creado 51 mil nuevos puestos de trabajo en el sector público. Nadie sabe muy bien quienes son, ni dónde están; un total misterio. Probablemente muchos de ellos, ayer marcharon. Aunque la convocatoria fue tan modesta que ni para convocar a la totalidad de los propios burócratas hubo energía.

Pero no todo es clientela y prebenda, por cierto. Moisés Naim en su reciente libro La revancha de los poderosos plantea que una de las estrategias de los líderes con tendencia populista en la actualidad es la de sustituir a los adherentes por fans. Reemplazar la lealtad a ideas, por el culto a la personalidad, el respaldo deliberado por el vitoreo irreflexivo. Es lo que han hecho Cristina Fernández en Argentina, Rafael Correa en Ecuador, Andrés Manuel López Obrador en México, Lula da Silva en Brasil y Gustavo Petro en Colombia. Visibilizar una suerte de lealtad a toda costa con el líder redentor.

El Presidente del Partido Comunes, miembro del Frente Amplio incluso declaró que la idea era mostrar que “el Presidente tiene a todos sus soldados dispuestos a apoyarlo”. Curiosa metáfora bélica. Los soldados son esencialmente obedientes y no deliberantes, el opuesto al ideal de ciudadanía crítica que la izquierda dice promover.

La calle era quizás el último resto moral de esta generación. No quedando proyecto constitucional, frente a la ausencia de reformas estructurales con viabilidad de ser promovidas y ante el desfonde ético que implicó el Caso Convenios, sólo quedaba la calle. Tampoco es que esta generación haya tenido mucho más que ofrecer.

Boric, Jackson y Vallejo, por mencionar algunos, no lideraron un gran proyecto ideológico, únicamente lideraron un proceso de movilización, agitación social e impugnación al poder. Ante el vaciamiento de todo eso, sólo queda volver a los orígenes: la calle, aunque ésta ya no sea copada por cientos de miles estudiantes precarizados, sino que por un puñado de burócratas privilegiados.

Por Jorge Ramírez, cientista político de Libertad y Desarrollo, para ex-ante.cl

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