La sociedad moderna, y la democracia como su expresión política, es una forma de organización sustentada sobre un complejo sistema de reglas procesales, complemento indispensable para el principio sustantivo sobre el que se asienta: el pluralismo. Aceptado que no existen verdades que unos puedan imponer a otros, no queda más alternativa que convenir en mecanismos para dirimir las diferencias y hacer posible la unidad en la diversidad.
Por ello, vivimos en un orden social en el que, más allá de lo político, la lealtad a distintas reglas de procedimiento es esencial. Dicho de otra manera, es inconcebible el mundo moderno sin que esa lealtad se exprese mediante una capacidad tan valiosa como difícil: saber perder. El que no sabe perder no cree, en realidad, en las reglas bajo las cuales compitió, por ende, no está dispuesto a aceptarlas siempre.
Jaime Eyzaguirre -que no era precisamente un incondicional de las bases filosóficas de la modernidad- sostenía que la diferencia entre el gentleman y el hidalgo era que el primero sabía ganar y el segundo sabía perder. Una manera de poner en valor el idealismo castellano frente al sentido práctico del anglosajón.
La comisionada Catalina Lagos, del Partido Socialista, afirmó esta semana que “se apruebe o se rechace la propuesta, la cuestión constitucional va a seguir abierta”. Otra manera de decir que, cuando no gana su opción, el resultado tiene poco valor y que, en este caso, no zanjará la cuestión propuesta y consultada a la ciudadanía. Esto equivale a que, en un partido de fútbol, uno de los equipos tuviera la capacidad de prolongar el juego tantos tiempos adicionales como fuera necesario, hasta que logre ganar.
Su afirmación, sin embargo, se basa sobre un supuesto que la condena al fracaso: ignorar el valor que tienen las mayorías cuando se expresan en el sistema democrático. Cualquiera sea la opinión política que cada uno pueda tener del acuerdo que dio forma a este proceso, es un hecho que se ha implementado siguiendo las reglas de nuestra democracia. Los parlamentarios, legítimamente elegidos, designaron a un grupo de expertos que prepararon un texto base. Luego, un órgano elegido por los chilenos, en un proceso electoral inobjetable, ha trabajado dando expresión a la mayoría conformada por los electores. Finalmente, el texto aprobado será sometido a la decisión del país.
Pero, aunque el texto sea aprobado, nada de aquello será suficiente, según nos notifica la comisionada del PS. El texto no les gusta, no los representa “a ellos”, aunque sí pudiera representar a la mayoría ciudadana.
No faltará el que, desde la derecha, dirá que esto es la consecuencia de no haber cedido más. ¿Es ese realmente el problema y esa habría sido la solución? Creo que no. El problema es que, para funcionar exitosamente, la democracia necesita lealtad a las reglas, porque sin esa lealtad la promesa del pluralismo se vuelve irreal. En otras palabras, hay que saber perder y buena parte de la izquierda no sabe. Ese es el problema.
Escrito para La Tercera por Gonzalo Cordero, abogado