Hoy, en el frenesí de las campañas políticas, muchos intentan buscar a “un traidor”, “un chivo expiatorio” de la encrucijada en que nos encontramos. Hoy debemos elegir entre un texto nuevo no perfecto, pero sensato y el texto actual debilitado. Pero se nos olvida mirar desde dónde venimos para comprender dónde estamos y a dónde vamos.
Lo cierto es que este diciembre estamos mucho mejor que el septiembre 2022. Eso se nos olvida. Hoy sectores culpan a parte de la derecha de la reforma constitucional que bajó los quórums a 4/7. Quienes hacen eso desde el hoy, no tienen en cuenta el pasado y de él no han aprendido. Agosto 2022: la Convención Constitucional terminaba el texto de proyecto de la Constitución para Chile, un texto refundacional que reseteaba al país a un colectivismo delirante y que evidenciaba las verdaderas intenciones de quienes hoy nos gobiernan, la generación de iluminados de ultraizquierda. Cual jacobinos de la revolución francesa buscaron cambiar todo y crear desde ese texto, un “nuevo hombre”. El peligro para Chile y para sus habitantes era definitivamente mortal. Era el fin. Desaparecía Chile como siempre lo conocimos y nos acercábamos a esos países en los que no llegó el paraíso prometido, sino el infierno certero.
Es en ese contexto que la derecha unida buscó apoyos en la centroizquierda y juntos logramos una alianza como pocas veces se ve en Chile y logramos ese maravillosos 62% que nos dio un respiro y que golpeó tan fuertemente a los “iluminados emborrachados “ de la ideología y el poder. Como bien dijo José de Gregorio en su discurso en la Universidad de Chile, “lo tuvieron todo y lo perdieron todo”, refiriéndose a la generación que hoy nos gobierna. Ese grupo de amigos, que al estilo Robespierre que se autodenominaba el “incorruptible”, se creyeron “insuperables e indestructibles”. Movidos por la soberbia, subieron alto y cayeron abruptamente. Pero se nos olvida la historia de estos jóvenes. Bien de Gregorio recuerda que desde la secundaria salieron a la calle a remecer al país. Fueron activistas permanentes del cambio que querían a toda costa. Quemaron el país para lograr el poder. Hoy, a punto de perderlo todo, intentarán jugar “el todo o nada”.
Es preocupante, por tanto, sabiendo que el enemigo intelectual es ciertamente otro, que en mezquindad impulsiva se saquen los ojos entre los que el 18 de diciembre, sea cual sea el resultado, deberán trabajar juntos. Me parece asombroso y soberbio. Nadie puede asegurar tener la razón.
Unos solo ven lo constitucional, otros agregan dimensiones políticas y ciertamente estas encrucijadas en nuestra historia y en la historia del mundo siempre han sido complejas y multidimensionales. Pareciera ser que hay algunos que creen que si gana el «En contra» se retrocede en el tiempo y volvemos al 17 de octubre de 2019. Sería genial, pero eso es imposible. Los procesos se desataron y hay que decir que hemos ganado mucho en esta larga tortura. Los jóvenes iluminados tenían ganada una batalla cultural que ya parecía indiscutible.
Quienes creemos en la verdad, el bien y la belleza objetiva no podíamos expresarnos por ser considerados políticamente incorrectos. La generación de los “ofendidos” y “victimizados” había impuesto su mordaza. A cuatro años de la activación de ese fatídico octubrismo refundacional que buscaba la revolución y derrocar a un gobierno democráticamente electo, hoy estamos mejor. Lo hemos pasado mal, sí. Pero Providencialmente la revolución se ralentizó, la pandemia ayudó, se emborracharon de poder y quisieron todo y perdieron ese todo. Mientras tanto, recuperamos la voz y pudimos hablar de verdad, bien y belleza. Pudimos mencionar incluso a Dios en los discursos. Valoramos lo que teníamos, porque estuvimos a punto de perderlo.
Por lo mismo, ahora con voz y empezando a tener un puesto en la batalla cultural, que es la más importante, no podemos perder el norte. El “enemigo” es fuerte y no descansa, por lo que hay que tener claro que esta lucha continúa después del plebiscito. Evidentemente queremos que el resultado de ese plebiscito nos dé estabilidad para trabajar, para buscar soluciones reales y viables a los problemas de las personas. Para eso el país debe tener ciertas certezas para que la inversión nos permita volver a crecer y enderezar el camino. Junto con eso, no podemos olvidar que nunca el dato mata al relato. Que el ser humano vive de historias y narraciones que le dan sentido y propósito a su vida. Por eso, es fundamental enfrentar la gran batalla, la cultural unidos y no separados. Es la cultura Cristiano Occidental la que está en jaque, no simplemente un marco jurídico.
Por Magdalena Merbilháa, periodista e historiadora, para El Líbero
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