En estos días posplebiscito se respira un aire de curiosa apatía, algo así como una dejadez generalizada. Lo confirmó esta pluma al encontrarse con un parroquiano, al que hacía tiempo que no veía, quien al ser consultado con un amigable y esperanzador ¿cómo estás?, respondió “bien”, en “tono zombi” … como poseído por el “fentanilo”, ese potente opiáceo analgésico usado no para el alivio del dolor sino más bien para “borrarse”.

El fundamento de su desazón era que, después de cuatro años de una funesta, costosa e innecesaria “clase de educación constitucional”, ¡todo terminó igual como partió en octubre del 19!, con el agravante que, a su ya histórico hastío en la política, ahora se sumaba un insalvable escepticismo e irremontable incredulidad en cúpulas y dirigencias partidistas.

Después de una larga tertulia, y no pocos mostos que sin duda ayudaron (in vino veritas), concluimos que había que mirar el vaso medio lleno y no llorar sobre la leche derramada, porque de esta indeseada experiencia cívica había aspectos rescatables.

Claramente la gran ganadora fue la sociedad real, el hombre común y corriente. Una vez más, en nuestra larga historia institucional, “el pueblo”, “moyita”, “la chusma adorada” como decía don Arturo Alessandri (el León de Tarapacá) … habló claro: ama a su patria, respeta sus instituciones, sabe que gratis “sólo cantan los pajaritos” y que “nunca mucho cuesta poco” …

Ni la derecha ni la izquierda pudieron convencer al ciudadano de a pie que la solución a sus problemas reales llegaba por la vía de la politiquería y la demagogia… Una vez más quedó claro lo declamado por el anti-poeta Nicanor Parra: “la derecha y la izquierda unidas jamás serán vencidas” porque, cuando se trata de defender cuotas de poder, la derecha está dispuesta a votar “con” la izquierda, y la izquierda a votar “por” la derecha.

Como se ha dicho en estas líneas, son pocas las horas que han pasado y muchas las conclusiones que se pueden sacar de lo ocurrido el 17D, pero no basta con ajustar el diagnóstico, ni caer en recriminaciones y “discusiones contrafácticas”: si se hubiera hecho… si los… no hubieran… si esto o lo otro… etc., lo que vale es mirar para adelante y adoptar las decisiones que garanticen la consolidación del modelo de “sociedad libre”.

No caben las ambigüedades. La defensa “a firme” de los principios de la libertad, (en todas sus expresiones: educación, salud, religión, emprendimiento…), así como la existencia de un Estado Subsidiario que concurra en beneficio de los más vulnerables, que garantice orden seguridad, justicia e igualdad de oportunidades, deben ser el “leitmotiv” de nuestro políticos y parlamentarios.

En suma, para esta modesta aunque prospectiva pluma, corresponde que, a partir de ahora y no mucho más tarde, se actúe con unidad, prudencia y consistencia, y especialmente, con mucho realismo: los que llevaron al país por este lamentable derrotero están inhabilitados para conducir los pasos siguientes; deben hacerse responsables, dar un paso al costado y dar la oportunidad a nuevos liderazgos al interior de cada partido… ¡nobleza obliga!

Por Cristián Labbé Galilea

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