¿A quién se le habrá ocurrido el cuento de los expertos? No son tiempos, estos, de por sí confusos, para tanta sofisticación. Por qué pensar que quien se dice que tiene experiencia y calificaciones sea óptimo, incluso teniendo en cuenta donde se ha formado. “Excelencia” es una de esas palabras clave a las que las universidades recurren para enganchar a ingenuos que postulan entrar a sus aulas. Ello antes de que lleguen. Una vez dentro, si no son tontos, comprobarán que la media para abajo manda. De lo que se deduce que la excelencia como marca de experticia es relativa. Probablemente, esos otros criterios -la antigüedad como signo de prestigio, por ejemplo- se han vuelto igual de dudosos. En la Universidad de Chile hay quienes están convencidos que nos remontamos a un establecimiento fantasma de 1622 (no a los 180 años recién cumplidos), por tanto, seríamos más antiguos que Harvard, donde también los estándares han bajado. Así de ridículo, también las tantas otras insinuaciones asociadas al culto de los expertos.
Pasa también con este gobierno y su gente. Hace un año se llenaban la boca con el recambio que vendría -todos esos “currículos impresionantes”, ¿se recuerdan?- era como para aguardar a Pericles y una nueva Edad de Oro. Desde entonces han seguido con el cuento: “el Presidente poeta”, “hombre culto”, “el artista que lleva dentro”, hasta “abogado” se ha dicho. Expertos, nadie sabe cuántos hay en el país; pateros, sobran. Y, a propósito de abogados, que a ellos se les tilda de tales y por eso el tema, no es que se quiera ningunearlos, pero obviamente un constitucionalista en Chile no es lo mismo que un concertista de piano en el resto del planeta. Menos que haya alguno que se merezca aún el título de “maestro”, o le haga sombra a Jaime Guzmán u otros. Si, quizá, los militares tenían hasta más claro quiénes eran expertos, y por eso la Constitución persiste. ¡Qué vergüenza!
Y es que los nombramientos efectuados por las cámaras para integrar comisiones constituyentes, salvo una que otra excepción, ¿qué garantizan más allá de que los seleccionados son cercanos a partidos, que se vuelve al cuoteo tan del consensualismo desacreditado (50%/50%), y que en más de un caso, confunden ser “experto” con tener cobertura mediática? De ser cierto lo último, es como para creer que quienes inventaron esta cantinela fueron periodistas, redes sociales, o estrategas comunicacionales. Y, ojo, por último, que lo de los expertos, históricamente entre nosotros, no ha sido muy feliz. Pensemos en misiones internacionales, gremialismo, desarrollismo y tecnócratas, desde los años 1950: hasta hoy antipolíticos y fuertemente ideológicos. Así el asunto, puede ser que Rábago García, “El Roto”, dibujante del diario El País tenga razón: “¡A la mierda los expertos, queremos sabios!”.
Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador