Estos días han sido “del terror”. Aun cuando en el último tiempo los crímenes, los portonazos, las encerronas y demases, han sido el pan nuestro de cada día en noticieros, matinales y tertulias sociales, este fin de semana el tema se desbordó, se sobrepasaron todos los limites imaginables; los asesinatos, las masacres, los ajusticiamientos, los sicariatos… estuvieron a la orden del día.
Hay evidencia contundente de que, en el país, la seguridad está descontrolada. El crimen organizado, el narcotráfico, los secuestros exprés, se suceden a vista y paciencia de las autoridades responsables, quienes se limitan a hacer reuniones e inocuas declaraciones que no responden a la realidad porque… la delincuencia tiene al país contra las cuerdas.
El país está acorralado por un grupo de delincuentes, en su mayoría inmigrantes ilegales, que saben que, en la práctica, poco o nada les va a suceder; el propio subsecretario del Interior señaló que había cientos de miles inmigrantes ilegales, y que había al menos 40 mil órdenes de expulsión no ejecutadas porque no los encuentran. ¡Así de simple!
Ante esta cruda realidad, imposible que esta pluma no establezca una pequeña relación con lo ocurrido en los 30 en Chicago (EE.UU), donde el alcohol, la prostitución, las destilerías clandestinas, el dinero negro… pusieron en Jaque a las autoridades locales y nacionales; en ese entonces “un” hombre, Eliot Ness, y 50 intocables (untouchables), restablecieron el orden defendiendo “a capa y espada” la Ley.
No faltará el contertulio que piense que eran otros tiempos, que el tema era el alcohol y la ley seca, que Al Capone era un mafioso, pero visible, etc.. De acuerdo, pero hay algunas lecciones que se pueden deducir de una realidad donde un pequeño grupo de “agentes incorruptibles” (que terminaron siendo no más de 11) trabajaron sigilosamente y, lo más importante, con el total respaldo del Presidente de los Estados Unidos Herbert Hoover, y del procurador George E. Johnson.
Nuestra situación es diametralmente opuesta: tenemos autoridades ideologizadas que padecen de “incontinencia verbal e indecisión política” para combatir el crimen organizado y el narcotráfico; no tenemos una dirección centralizada que actúe con apoyo político para responder a la amenaza delincuencial (falta un Eliot Ness); tampoco tenemos un grupo operativo con respaldo para operar. En nuestro caso, los carabineros y las fuerzas policiales no son “intocables”: pase lo que pase, ellos siempre van a tener la culpa de todo.
Así las cosas, esta pluma concluye que vivimos en una especie de “SanChiago”, una mezcla de Santiago y Chicago -en su tiempo llamada la capital del crimen- (como nuestra capital ahora), y que la única forma de lograr paz y seguridad es atenazar al crimen organizado hasta transmitirle nítidamente que: el Estado, los Políticos, la Justicia y especialmente las autoridades del Poder Ejecutivo, incluido el Presidente, son personas incorruptibles y decididas a no darle tregua al delito… Mientras eso no suceda, seguiremos viviendo en “SanChiago… el peor de los mundos”.
Por Cristián Labbé Galilea
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