Partimos de la famosa ‘teoría de la dieta de frutas’ que sostiene que el consumo de frutas ha sido un factor importante en la influencia del desarrollo del cerebro en varias especies. Esta teoría sugiere que las complejas estrategias de búsqueda de alimento y los beneficios nutricionales asociados con el consumo de frutas son los que han contribuido al desarrollo de cerebros más grandes y complejos. En esencia, se postulaba que los animales con cerebros más grandes pueden encontrar fruta fácilmente y luego comer esa fruta estimula el crecimiento del cerebro, lo que, a su vez, aumenta la capacidad de búsqueda de alimento.

Aunque el propio naturalista inglés Charles Darwin (El origen de las especies) especuló sobre la importancia de la dieta en la configuración de las características de las especies, no fue hasta la segunda mitad del siglo XX cuando los científicos comenzaron a centrarse específicamente en el papel del consumo de frutas en el desarrollo del cerebro.

¿Por qué los primates tenemos cerebros tan grandes?

La relación entre la dieta y el desarrollo del cerebro es un área de estudio fascinante en la biología evolutiva. En este caso, un equipo de investigadores del Instituto Max Planck de Comportamiento Animal y el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales decidió poner a prueba esta hipótesis por primera vez en la historia en aras de resolver este rompecabezas acerca del gran cerebro de los primates humanos y no humanos.

Los científicos emplearon imágenes capturadas por drones, seguimiento mediante GPS y análisis detallados del comportamiento para investigar cómo cuatro especies de mamíferos frugívoros (que se alimentan de fruta parcial o exclusivamente) abordaban este desafío alimenticio: dos primates de cerebro grande (monos araña y capuchinos de cara blanca) y dos primates de cerebro más pequeño, parientes de los mapaches (coatíes de nariz blanca y kinkajús). Descubrieron que las especies de primates con cerebros más grandes no encontraban las frutas de manera más eficiente que los mamíferos con cerebros más pequeños, desmontando por completo la teoría tradicional de que un cerebro más grande ayuda a tomar decisiones inteligentes a la hora de encontrar comida.

«No encontramos apoyo a la idea de que encontrar fruta esté impulsando el aumento del tamaño del cerebro, y eso se aplica a los primates. Creo que se aplica mucho a los humanos y podría aplicarse también a otras especies», aclara Ben Hirsch del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales y coautor de la investigación publicada en la revista Proceedings of the Royal Society B.

«Nuestro estudio no puede determinar los impulsores exactos de la evolución del cerebro, pero hemos podido utilizar técnicas mínimamente invasivas para probar empíricamente una gran hipótesis sobre la evolución, la cognición y el comportamiento de los animales salvajes», concluyen los expertos.

La fruta es combustible para el cerebro

Aunque no represente la ‘píldora mágica’ para el crecimiento del cerebro, las frutas son fuentes inagotables de nutrientes que ofrecen varios beneficios esenciales para el desarrollo y la función cerebral. Es combustible para nuestro órgano pensante. Para empezar, muchas frutas son ricas en antioxidantes, como la vitamina C y los flavonoides, que protegen a las neuronas del estrés oxidativo y la inflamación, que están relacionados con el deterioro cognitivo y las enfermedades neurodegenerativas. De la misma forma, también aportan vitaminas y minerales esenciales, como vitamina A, vitamina E, potasio y magnesio, que respaldan diversas funciones neurológicas, como la síntesis y señalización de neurotransmisores.

| «El cerebro de los humanos es más grande que el de los otros primates»

Por si esto fuera poco, las frutas tienen un alto contenido de azúcares naturales, lo que proporciona una fuente fácilmente disponible de glucosa, la principal fuente de energía para el cerebro. La glucosa es necesaria para mantener las funciones cognitivas y favorecer el crecimiento del cerebro. Es más: el cerebro necesita ese combustible de aproximadamente 5,6 mg de glucosa por cada 100 g de tejido cerebral por minuto para funcionar adecuadamente.

Así, aunque ningún alimento cerebral todopoderoso puede garantizar un cerebro alerta a medida que envejecemos, es importante reconocer que el cerebro necesita glucosa porque es su principal fuente de energía, así como oxígeno, todo ello suministrado a través del riego continuo de la sangre. Sin ir más lejos, si el nivel de glucosa se halla por debajo de 50 miligramos por decilitro (mg/dl) de sangre, el cerebro comenzará a presentar fallos en la cognición y comportamientos anormales.

/psg