En estos días Chile estuvo de fiesta y como siempre, pareciera ser que los problemas quedaron relegados. La chilenidad reanimada después de los intentos de eliminarla por los aires refundacionales, hizo de bálsamo. Pero esta apariencia era exactamente eso, un espejismo.

Entre celebración y celebración, como siempre, contamos los muertos por accidentes, superando ya en la previa al año anterior. A estas muertes por accidentes, se suman 37 homicidios, incluido el asesinato de un carabinero de franco. Estos eventos son considerados “normales” por algunas autoridades, pareciera ser que quisieran que “nos acostumbremos” Pero lo evidente es que no es normal, ni puede ser normal.

En el marco de esta realidad, el arzobispo de Santiago, Fernando Chomali llamó a “un acuerdo nacional en temas de seguridad” asegurando que “Chile no se acostumbrará a descuartizados”. Es bueno escuchar la voz del pastor que estuvo silente por tanto tiempo. Tras ventilarse los errores humanos, pecados y crímenes de miembros de la Iglesia, ésta decidió silenciar, no opinar de nada, para que los ojos de la opinión pública mirasen para otro lado. Los feligreses y la sociedad chilena se vieron abandonados de la tradicional guía ética. Faltó esa voz, incómoda para muchos, que marcaba el punto claro en la objetividad del bien y el mal.

Hoy el arzobispo de Santiago habló y lo hizo de modo firme y contundente, lo que obligó a todos los sectores a asentir, independiente de su real pensamiento. Habló con la verdad frente a la evidente crisis moral de la nación.

Hasta Camila Vallejo, tras asistir a misa, cosa que el cargo la obliga, calificó el mensaje como positivo y manifestó estar de acuerdo en un 99% de lo dijo el arzobispo en la homilía. Más allá de sus diferencias en relación con lo “valórico”, el aborto y la eutanasia, dos cosas que el arzobispo abordó, sus diferencias son más que esenciales e irreconciliables. Ella, como comunista chilena, de corriente marxista leninista, valida la violencia como método de acción política. Como religión de sustitución, su doctrina odia a Dios y a la religión establecida, ya que la ven como “el opio del pueblo”. Eso que invalida el clásico “El fin justifica los medios” que tanto sirve a su causa. Su doctrina por esencia separa la moral y la política, algo no poco común en la historia. Sin embargo, más allá de las diferencias esenciales, ella estuvo ahí con sus incólumes looks. Con sus labios carmín, emulando al rojo del partido, siempre “dispuestos al beso traidor”, si la causa lo amerita.

Por lo mismo, el gran tema es poder poner de acuerdo a partes que conciben la realidad de un modo tan diverso. Sin noción objetiva del bien y el mal es imposible acuerdo alguno. Menos para responder a la seria crisis moral que vive el país. Hay que entender que matar, robar, mentir y otros “pecados” y males, como quieran llamarlos, son siempre malos. Lo malo nunca es bueno, ni con el mal se puede hacer el bien. No puede ser visto lo malo como bueno cuando es instrumental o servil a una causa. Eso es maquiavélico, “el fin justifica los medios” y es la separación de la moral y la política, un retroceso civilizatorio por donde se lo mire. La violencia es siempre mala y es, de hecho, incompatible con la democracia. La democracia reemplaza la tradicional violencia política por el voto y anula la violencia física como un modo de hacer política. El leninismo es por tanto siempre antidemocrático.

Condenar la violencia siempre es el mínimo. Por tanto, el primer acuerdo debe ser condenar la violencia siempre y usar el monopolio de la fuerza que tiene el Estado contra los antidemocráticos violentistas. A ese acuerdo no vamos a llegar. Ella y compañía validan la vía armada y les gusta La Moneda y la calle.

Chile no da más, la crisis de seguridad que nos agobia es la cosecha del hecho que ciertos sectores validaron e incentivaron la violencia y lucraron desde el crimen. Fue el “río revuelto” el que les dio “la ganancia de pescadores”, el poder. Por eso el arzobispo dijo: “La seguridad no es un tema meramente político, sino que es un tema ético, anterior a cualquier otro asunto. No puede ser una moneda de cambio para ser negociada por una ley u otra concesión”.

Chomali aseguró algo que todos tenemos claro, “hoy, por lejos, lo que más preocupa es la seguridad. Nadie se siente seguro, nadie pueda garantizar que no le harán un portonazo, un turbazo, una encerrona o que no lo asaltarán”. Aseguró que Chile no quiere eso, hablando en nombre de tantos compatriotas. Es por eso que hoy no condenar la violencia y el crimen, les quita votos y por eso, para la galería, se muestran como lo que no son.

Lo claro es que el arzobispo tiene razón al enfatizar en el hecho de que “si no hay una acción conjunta de la sociedad, el país corre el riesgo de convertirse en rehén del crimen organizado y que pronto será tarde ya que comenzará a regir la ley del más fuerte y que el Estado será un mero espectador”. Este flagelo, permea todas las instituciones y ya no hay vuelta atrás. Es en ese marco que exhortó al “gran acuerdo nacional” en el que llamó a escuchar y dialogar.

El gran punto es ¿cómo dialogar con quienes por naturaleza engañan y consideran lo bueno y lo malo de modo subjetivo, en función de sus fines políticos? Chile tiene una crisis de seguridad, sin duda. Pero antes de eso tiene una crisis moral de envergadura. El arzobispo hizo mención a los casos de corrupción y a la objetividad del bien y el mal. La corrupción es siempre mala, la ejerza quien la ejerza. Robar es siempre malo y no hay ley que pueda éticamente hacer que tomar lo ajeno sea bueno y hay ideologías que es eso precisamente lo que buscan. Frente a estas dos visiones de mundo, la gran pregunta es ¿si es posible un acuerdo? La respuesta es que es imposible.

Por Magdalena Merbilháa, periodista e historiadora, para El Líbero

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