Chile no necesita un cambio de gabinete. Tampoco, estrictamente, requiere solo un cambio de gobierno. Como ha quedado demostrado ampliamente, tampoco es preciso que haya un cambio de Constitución. Chile, en realidad, necesita un cambio de rumbo, objetivos claros, prioridades y acción efectiva.
¿Qué debe pasar en Chile en los próximos meses o años? ¿Cómo recuperar las energías dormidas? ¿Hacia dónde dirigir los esfuerzos del pueblo y de los sectores dirigentes? En definitiva, ¿cómo volver a ser, o llegar a ser, el Chile que han soñado tantas generaciones desde hace tanto tiempo? No es fácil avanzar adecuadamente en las actuales circunstancias. En buena medida, el problema radica en diferencias de fondo al interior de la sociedad chilena sobre el camino que es necesario transitar, también hay algunas discrepancias en torno al objetivo que debe buscar la sociedad y es preciso no olvidar que hasta hace poco existía una contradicción de fondo sobre la ley fundamental que era necesario tener en la sociedad, como base para el ordenamiento político y una vida mejor.
Considerando solo noviembre de este 2024, han aparecido diversas noticias que muestran el estancamiento o descomposición de la situación económica, social y política de Chile. El IMACEC de 0%, lo que hace ajustar a la baja el crecimiento económico proyectado para el año; el país pasó de ser acreedor neto en 2008 a una posición de creciente deuda, que ya se empina sobre 40% del PIB. Nada de esto contribuirá a la mejora de la situación de las personas y sus familias, en el futuro tendrá efectos nocivos y seguirá deteriorando la situación del fisco. Si bien el presupuesto ha sido discutido y tendrá un ajuste a la baja, es evidente que los cálculos no dan y se requiere un trabajo más serio, claro y decidido para producir más y gastar menos, bien y con claro sentido social.
Por cierto, se podrían agregar otras noticias o informaciones, de carácter político o judicial; la noticia sobre la notoria disminución de la natalidad en Chile; la seguidilla de asaltos, portonazos y otras agresiones; saber que la cifra de asesinatos se acerca a los mil este 2024 (era la mitad hace una década); sigue el procesamiento judicial de autoridades locales o nacionales. Sería torpe o inconducente caer en un pesimismo estéril, pero es claro que diversas encuestas muestran que este sentimiento lleva años instalado en sectores empresariales e incluso en la población: Plaza Pública CADEM N° 564 (Quinta semana de octubre) muestra que a la pregunta “¿Usted cree que el país va por un buen camino o por un mal camino?”, el 70% responde mal camino y solo el 22% dice buen camino; “¿Usted cree que en el momento actual la economía chilena está progresando, estancada o progresando?”, el 76% señala que estancada o retrocediendo y solo el 23% señala que progresando; finalmente, “¿cómo se siente usted acerca del futuro del país?”, el 48% responde pesimista/muy pesimista y el 28% optimista/muy optimista.
Es verdad que las encuestas son solo eso, registro de la opinión –o una fotografía, como se dice– de un momento específico. Sin embargo, es preciso considerar también que la tendencia es similar en las tres preguntas desde el 2019 en adelante, con algunas excepciones en 2021 respecto de si Chile va por buen o mal camino y una situación ambivalente en la consulta sobre el futuro del país, en 2020 y 2021.
Por eso Chile requiere una convicción fundamental y, eventualmente, un acuerdo amplio en el sector dirigente y en el ámbito productivo, intelectual y en diversos ámbitos de la sociedad: es necesario cambiar el rumbo, no un gobierno o el gabinete, como algunos suponen. El cambio de rumbo significa varias cosas, entre las que podemos mencionar las siguientes.
Primero, en materia política. Se requiere un diagnóstico claro y una reorientación del camino seguido hasta ahora; es preciso tener la decisión –desde el Poder Ejecutivo y el Congreso– de enfrentar los desafíos con firmeza y convicción, aunque a veces las elecciones de la autoridad sean más impopulares o generen dificultades, como podría ocurrir con la necesidad de reformar el Estado, disminuir la burocracia y cerrar o fusionar instituciones. Asimismo, es preciso que las reformas políticas en que parece haber consenso se resuelvan dentro de poco y no queden para el último año del próximo gobierno: eso podría ocurrir con la necesidad de poner ciertos requisitos a los partidos o disminuir su cantidad, a través de reglas claras y más exigentes.
Segundo, en materia económica se requiere poner la prioridad en fomentar la inversión, el empleo y el crecimiento. A estas alturas de la historia debería estar bastante claro este requisito básico del progreso social. Por lo mismo, podríamos decir que la tarea es doble: mayor austeridad en el malgasto y generación de más recursos. Las dos cosas son relevantes, y hace se podrían agregar algunos objetivos contraintuitivos o ajenos a las líneas de los últimos años: por ejemplo, bajar la deuda en vez de seguir incrementándola.
Tercero, en el ámbito social es preciso poner a las personas y las familias –especialmente a quienes más lo necesitan– en el corazón de las normas, las políticas públicas y las decisiones del poder. Para esto, es necesario tener objetivos claros: por ejemplo, reducir sustancialmente las muertes de pacientes en listas de espera; bajar la deserción escolar y mejorar el aprendizaje medido; disminuir las familias viviendo en campamentos, a través de políticas habitacionales de progreso; revisar con seriedad el tema de la natalidad y tomar una decisión de políticas públicas al respecto, que la fomenten, respetando los proyectos familiares de las persona.
Cuarto, es necesario un sacrificio mayor, una verdadera cruzada de amor por Chile. Esto nos involucra como sociedad: no basta fijar en el Estado o en los políticos todas las responsabilidades y logros. Por lo mismo, también se requiere austeridad a nivel personal, un mayor compromiso social y la capacidad de ser ciudadanos activos. Es necesario una sociedad civil activa, que con leyes adecuadas podría servir para mejorar la educación y otros tantos problemas actuales. En el mismo fin de semana que se desarrolla la Teletón nos queda claro que ese espíritu de servicio a Chile y a nuestros compatriotas vive, solo es necesario dejarlo expresarse y no apagarlo.Esto tiene una contraparte: nos lleva a estudiar más, a trabajar mejor y a poner las mejores energías no solo en los proyectos personales, sino también en aquellos de carácter colectivo.
Finalmente, Chile necesita una esperanza, que sea a la vez posible y ambiciosa. No se trata de caer en utopías gastadas y que necesariamente terminarán mal. Pero tampoco los países se construyen con meros datos estadísticos o índices de crecimiento de cualquier cosa. Una nación es una historia y una vocación, un legado recibido y una decisión de seguir siendo Chile, con sus logros y dificultades. La esperanza de una sociedad más justa y libre, no perfecta, es algo que nos debe mover, emocionar y encender. Es urgente volver a conectarnos con los grandes héroes de nuestra historia, los versos de nuestros poetas y la fe y entrega de nuestros santos. Si asumimos el futuro solo con materialismo o mediocridad, ya podemos adivinar el resultado; si le ponemos los hombros y con esperanza, el país podrá salir adelante a pesar de un quinquenio que, siendo malo, no representa necesariamente una etapa perdida.
Los países no prosperan por pereza o decisiones torpes. No tener un punto de llegada claro solo puede significar que los caminos vayan hacia cualquier parte. En cambio poner metas, fijar un camino y tener un liderazgo claro, es el punto de partida para la victoria final; hacerlo con la gente, desde todo Chile, de cada región, rincón y actividad profesional. Nada de eso se logrará si no hay un cambio de rumbo claro, bien orientado y con decisión.
Por Alejandro San Francisco, investigador senior, Instituto Res Publica; Académico Facultad de Derecho P. Universidad Católica de Chile, para El Líbero
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