Durante poco más de un año, el gobierno del Presidente Gabriel Boric deberá navegar las complejas aguas internacionales que supondrá el retorno de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. Como Boric está en las antípodas ideológicas respecto a Trump, y como tanto el Presidente estadounidense como el chileno acostumbran irrespetar las costumbres diplomáticas establecidas, habrá múltiples oportunidades para que se produzcan impasses entre ambos gobiernos.

Afortunadamente, Chile no es un país demasiado importante como para que Trump o su círculo cercano le presten demasiada atención. Pero como Chile tiene mucho más que perder en caso de que se produzca un roce entre ambos países, Boric deberá desplegar esa particularidad habilidad que tiene para adoptar posiciones opuestas a las que tenía antes y pasar de considerar a Trump como un criminal y una amenaza al mundo a verlo como el líder democráticamente electo y legítimo de esa poderosa nación que Chile ha visto como aliada y socia estratégica por más de 50 años.

Es fácil encontrar razones para criticar a Trump. Ya muchos han revisado detalladamente sus fallas de carácter, sus equívocos como gobernante, y sus debilidades como líder político y democrático. Pero Boric tampoco está libre de pecado en todos esos frentes. Mañosamente, Boric intentó varias veces sacar del poder a Sebastián Piñera. Si Trump apoyó la insurrección del 6 de enero de 2021 en Estados Unidos, Boric apoyó la insurrección del 18 de octubre de 2019 en Chile. Mientras Trump llenaba de loas a los que ocuparon la Casa Blanca, Boric celebraba la valentía y el coraje de un movimiento que toleró la quema de iglesias y los intentos de asesinato a carabineros. Es verdad que Boric nunca desconoció un resultado electoral, pero el Presidente chileno también validó la violencia como una forma de forzar cambios sociales en democracia.

Hace una semana, los estadounidenses votaron clara y decididamente para que Trump los gobierne por cuatro años a partir de enero de 2025. Sabiendo sus fortalezas y debilidades, una incuestionable mayoría optó por reponer a Trump en el poder. Lo único que queda para las naciones del mundo es aceptar esa decisión soberana del pueblo estadounidense.

Las destempladas declaraciones y juicios morales de Boric y otros altos funcionarios de su gobierno, incluido el embajador en Estados Unidos, Juan Gabriel Valdés, ya no se pueden repetir. Chile debe mostrar su disponibilidad a cooperar con Estados Unidos en todos los temas legítimamente prioritarios para el nuevo gobierno, como combatir la inmigración ilegal. Como Chile goza de la confianza estadounidense, nuestros ciudadanos pueden entrar a Estados Unidos con Visa Waiver. Chile debe demostrar su esfuerzo y compromiso para evitar que delincuentes nacionales abusen de ese beneficio y viajen a Estados Unidos a cometer delitos.

En otras áreas en que los intereses de los gobiernos en Santiago y Washington pudieran diferir, como las políticas proteccionistas o la invasión de Israel a Gaza, el gobierno de Boric deberá demostrar un pragmatismo y una capacidad de navegar en aguas turbulentas que no ha sabido demostrar hasta ahora.

Como China es nuestro principal socio comercial y Estados Unidos es nuestro principal aliado estratégico e ideológico, habrá que ser muy cuidadoso para caminar por el campo minado que será la política internacional y comercial en los próximos años. Las amenazas y riesgos abundarán. Pero también habrá oportunidades que no se deberían desperdiciar. En río revuelto, siempre hay ganancia de pescadores. En vez de jugar a ser actor central en las disputas ideológicas y políticas que se den en los meses que vienen, Chile debería moverse estratégicamente para no pelearse ni con Washington ni con China, y para aprovechar las oportunidades que puedan ayudar al desarrollo y crecimiento del país. La tarea no será fácil. Pero es fundamental que Chile logre hacer bien las cosas.

La mala noticia es que, hasta ahora, Boric ha sido poco hábil para manejar las relaciones internacionales. El Presidente chileno ha actuado de forma intempestiva para lidiar con los conflictos en Gaza y la elección presidencial en Venezuela. Boric ha sido incapaz de coordinar con otros países de la región y ha tomado decisiones que han dejado a Chile aislado de nuestros socios regionales en temas tan sensibles como la invasión rusa a Ucrania o la elección en Venezuela. Si Boric se comporta con Trump de la misma forma en que ha respondido a los desafíos que ha enfrentado como Presidente en la arena internacional, entonces se vendrán tiempos difíciles. Pero si entiende que le toca comportarse como un adulto serio y responsable, los resultados podrían ser sorpresivamente positivos.

La buena noticia es que sólo queda un año de gobierno. Cuando asuma Trump, faltarán sólo 10 meses para que Chile escoja al sucesor de Boric. Incluso si Boric no está a la altura de las circunstancias, el daño que podrá hacer será más bien limitado.

Es de esperar que Boric entienda la importancia de llevarse bien con el nuevo gobierno de Estados Unidos y de lo fundamental que es evitar convertirse en campo de batalla de un potencial conflicto de poderes entre China y Estados Unidos. Hay demasiado en juego como para seguir dándose gustitos en la forma en que se llevan las relaciones exteriores en Chile.

Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero

/psg