La caída del clan Assad en Siria fortaleció la estrategia regional de Marco Rubio, futuro secretario de Estado de la administración Donald Trump: es posible pensar en América Latina sin dictaduras en Venezuela, Cuba y Nicaragua. Rubio conoce la región y cree que ya es momento de ejecutar un punto de inflexión, adonde Nicolás Maduro, Miguel Díaz-Canel y Daniel Ortega sean un cruento pasado político.

En este contexto, la designación de Christopher Landau como subsecretario de Estado no es una casualidad. Landau se crió en Paraguay, Chile y Venezuela, vio de cerca las dictaduras de Alfredo Stroessner y Augusto Pinochet, y aprendió el arte de la diplomacia de su padre George. El próximo subsecretario habla perfecto español, y fue embajador de Trump en México.

La prioridad geopolítica de Trump es el avance de China, la guerra entre Ucrania y Rusia, y la crisis en Medio Oriente. Con excepción de México y Canadá, que son socios comerciales de Estados Unidos y comparten largas fronteras, América Latina quedará en un tercer escalón de importancia. Pero con Rubio y la designación de Landau, esa posición tendrá otro peso específico en la agenda del Salón Oval.

El 10 de enero, Maduro tiene previsto asumir como presidente de Venezuela, tras consumar un fraude electoral histórico contra Edmundo González Urrutia y su aliada política María Corina Machado. El dictador caribeño ha extremado la violación sistemática de los derechos humanos, y la administración Biden fracasó en sus intentos de abrir una transición democrática para terminar con el regimen populista.

Rubio no tendrá problemas en su audiencia de confirmación en el Senado, y jurará como secretario de Estado en los últimos días de enero, poco tiempo después de la asunción de Maduro. Biden permitió que la empresa americana Chevron mantuviera un contrato millonario con el regimen caribeño, una extraña decisión política que podría cambiar con la llegada de Trump a la Casa Blanca.

Venezuela y Cuba funcionan como una tándem en América Latina. Diaz-Canel aporta la inteligencia militar y el entrenamiento represivo, mientras que Maduro paga con petróleo barato. Rubio define una estrategia diplomática que permita romper esa alianza táctica entre La Habana y Caracas que se complementa con negocios propios vinculados a China, Irán, Rusia y los carteles de la droga.

Las principales agencias de inteligencia y seguridad de Estados Unidos ya han informado acerca de las conexiones internacionales entre los carteles de la droga y el terrorismo islámico. Esas operaciones ilegales que mezclan tráfico fentanilo y cocaína con fondos oscuros para financiar actos terroristas en Medio Oriente, está en conocimiento del futuro secretario de Estado.

Rubio siempre ha defendido el derecho de Israel de atacar a Hamas en Gaza, Hezbollah en el Líbano y las bases militares de Irán. Y ahora desde su próxima posición en la diplomacia de Estados Unidos avanzará sobre la vínculos ilegales entre los proxies terroristas de Teherán y los carteles de la droga en América Latina.

La tarea diplomática de Rubio y Landau no será sencilla.

América Latina está fracturada: Lula da Silva, Gustavo Petro y Claudia Sheinbaum, al frente de Brasil, Colombia y México, son aliados regionales de China y Rusia. Cuba y Venezuela controlan un número importante de islas del Caribe, mientras que Estados Unidos sólo cuenta con la sintonía ideológica de Javier Milei y Santiago Peña.

Trump define una política de aranceles y sobre inmigración indocumentada que impactará en la agenda diplomática de América Latina. A su vez, el presidente electo tiene una mirada sobre el conflicto en Medio Oriente y la guerra entre Ucrania y Rusia. Estos asuntos globales condicionarán las relaciones políticas entre Washington y la región.

Rubio tiene una hoja de ruta, y una estrategia para América Latina. Será la primera vez que un descendiente de exilados cubanos lidere la diplomacia de Estados Unidos.

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