Como barco en problemas en ultramar, el gobierno del Presidente Boric tiene demasiados flancos abiertos. La incapacidad del gobierno para tomar las medidas que se necesitan para poner la nave a salvo sólo ayuda a empeorar una situación de por sí complicada. A menos que el Presidente rápidamente tome decisiones difíciles pero necesarias, el barco del gobierno del Frente Amplio corre un serio riesgo de hundirse en las gélidas aguas del invierno del sur del mundo. La mala noticia es que la situación es realmente preocupante. Pero la buena noticia es que Boric tiene varias opciones razonables a las que echar mano para evitar que la situación crítica termine por hacer zozobrar a su gobierno.

Los gobiernos siempre enfrentan escándalos, pero cuando esos escándalos se producen en varios frentes a la vez y se combinan con la ausencia de una agenda de reformas viables en un Congreso controlado por la oposición, el daño que esos escándalos infligen a la estabilidad de la democracia es demasiado alto.

Ya casi por casi tres semanas, el gobierno del Presidente Boric ha estado tropezando una y otra vez con la misma piedra del escándalo de la entrega de recursos públicos a la Fundación Democracia Viva y a otras organizaciones asociadas a las actividades políticas y de campañas electorales de Revolución Democrática y otros partidos y líderes del Frente Amplio. Como la primera reacción del gobierno y de los líderes partidistas del Frente Amplio fue la de negar y minimizar el alcance del escándalo, una vez que se fueron conociendo más detalles y que el escándalo se ramificó a otras fundaciones y reparticiones, la ya golpeada credibilidad del gobierno y de los líderes del Frente Amplio hizo que la polémica se ampliara desde las irregularidades y potenciales delitos cometidos hacia el intento de ocultar la magnitud del escándalo.

Demostrando que las crisis siempre tienen tanto que ver con el cover up (el intento por ocultar el crimen) como con el crimen propiamente tal, el gobierno ahora se ve arrinconado porque sus fechas no cuadran y porque hay fundadas dudas sobre cuándo supo del problema, quién supo y qué se supo antes de que el escándalo se hiciera público.

Como si eso no fuera poco, otros escándalos políticos también remecen al gobierno. La renuncia de Patricio Fernández, el encargado de la conmemoración del 50 aniversario del quiebre de la democracia, demuestran la incapacidad de La Moneda para controlar a los más radicales y extremistas de su sector.

Aunque Fernández nunca dijo nada que pudiera razonablemente interpretarse como un acto de negacionismo o relativización de la brutalidad del golpe, los talibanes de la coalición (que a menudo relativizan violaciones a los derechos humanos cometidas por sus aliados en otros países) demostraron su intolerancia y su insensato dogmatismo, convirtiendo lo que debió ser una ocasión para construir y fortalecer los grandes consensos a favor de la democracia en una patética caricatura simplista de lo que fue el gobierno de Allende y sus polémicas reformas. Porque ni Allende ni los otros políticos de la época están libres de responsabilidad por la enorme crisis que vivía el país en esa época, pretender conmemorar el quiebre de la democracia sin reflexionar sobre lo que ocurrió antes es un acto evidente de negacionismo histórico. Rechazar el golpe no implica negar o desconocer la crisis social y política evidente que había en el país antes del golpe.

Además de esas dos crisis políticas no forzadas, el gobierno enfrenta una crisis de seguridad pública, una economía estancada, y una inflación que se demora más de lo esperado en bajar. Incapaz de construir acuerdos con la mayoría de oposición que controla el Congreso, el gobierno no sabe qué hacer. El barco hace agua por todas partes.

Desde el retorno de la democracia en 1990 que La Moneda no parecía menos capacitada y con menos herramientas, ideas y liderazgo para enfrentar la crisis. Ninguno de los ministros del triunvirato político ha logrado controlar el incendio del escándalo por el caso Convenios. El resto de los ministros parece más preocupado de no ser salpicado por el escándalo que de ayudar a apagar el fuego o de generar temas alternativos que puedan mostrar que el gobierno, pese a los problemas, es capaz de avanzar con su agenda.

Afortunadamente, hay una solución. En vez de tratar de defender a sus aliados que han sido heridos políticamente al punto de estar imposibilitados de seguir haciendo bien su trabajo, el Presidente debiera reestructurar nuevamente su gabinete e incorporar caras nuevas al gobierno que permitan construir una salida a la crisis.

En vez de tomar la actitud de la orquesta del Titanic, que siguió tocando cuando era evidente que todo se hundía, La Moneda debe usar todos los recursos que tiene para evitar que esta seguidilla de crisis convierta a Boric en un pato cojo antes de que su administración cumpla 18 meses en el poder. Es verdad que, si evaluamos la forma en que el gobierno ha enfrentado sus crisis anteriores, no hay buenas razones para esperar que Boric dé el tipo de golpe de timón que necesita dar. Pero también es cierto que la crisis ahora amenaza con hundir completamente su gobierno. La inacción ya no es una alternativa. A menos que esté resignado a convertirse en un Presidente meramente figurativo, Boric no tiene muchos días para dar el golpe de timón que necesita su gobierno para evitar naufragar.

Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero

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