Después de pasar por el Senado y por la Cámara de Diputados, al final se aprobó la “famosa” reforma a las pensiones, actitud que ha sorprendido a muy pocos; “la cosa se veía venir”. Desoyendo las advertencias de expertos, incluso del sentido común, “los señores políticos” de uno y otro lado -con honrosas excepciones- han comprometido con esta reforma no sólo el crecimiento del país, sino que también el futuro de las nuevas generaciones, y lo han hecho a espaldas del país real, socavando aún más la confianza en la sociedad política.

La aprobación de esta reforma es, por una parte, la constatación que, en los temas importantes, mandan los “arreglines cupulares” y, por otro lado, da cuenta de la falta de visión de aquellos sectores que se dicen representantes de la oposición. Está claro, la reforma es un éxito o, al menos, un respiro para un gobierno fracasado, y una derrota para los principios de la libertad, la propiedad y el desarrollo como factor de bienestar (Educación, Salud, Orden, Seguridad…).

Una vez más ha primado la ignorancia, el populismo y los intereses electorales, se ha hipotecado el futuro, se ha abierto una puerta para terminar definitivamente con las AFP, y se ha generado una situación muy delicada con el país del norte, quien ha advertido que “esta reforma no es más que una expropiación a las inversiones y una violación del derecho internacional”, situación que “no hay que echarla en saco roto” (si no, pregúntenle a Petro).

A nivel nacional quizá sea conveniente, en este caso, aplicar el refrán popular que recomienda “no llorar sobre la leche derramada”. El daño está hecho. Ahora hay que mirar hacia adelante, pero sin dejar de denunciar la irresponsabilidad y falta de compromiso de la oposición con sus electores. Quienes “se han vendido por un plato de lentejas” lo debieran pagar en las próximas elecciones, incluida la candidata a la Presidencia que ha mantenido como, es su costumbre, una actitud errática: “si se gana, ganamos” y “si se pierde, perdieron”.

Ante la iniciativa de levantarle un monumento a Piñera, esta honesta pluma piensa que no corresponde ni se lo merece, por mil razones, entre ellas: haber cedido a la presión de la calle y del terrorismo movilizado; haber entregado el gobierno a la izquierda más radical y, por qué no decirlo, por traicionar a los militares a quienes, en reunión oficial cuando era candidato, garantizó que tendrían un debido proceso… pero asumió y no sólo se le olvidó sino que inició una persecución implacable a los miembros de las FFAA.

Por último, a esta pluma se le ocurre, con un poco de humor y un dejo de ironía, que a quienes hay que levantarles un monumento es a “los señores políticos” que apoyaron esta reforma previsional, el que podría instalarse en nueva plaza al interior de los jardines del Congreso, la que se llamaría “Getsemaní”, en recuerdo del lugar donde se produjo la histórica traición de Judas.

Por Cristián Labbé Galilea

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