Reviva aquí algunos de los momentos más complicados para George Harris, por las pifias que brotaban de todos los sectores de la Quinta Vergara:
Este es el análisis hecho por el periodista Pablo Retamal para la sección Culto del diario La Tercera
Si había un número que generaba morbo en esta edición de Viña 2025, era la presentación del humorista venezolano George Harris. Los polémcos tweets donde se refería al expresidente Salvador Allende y a la izquierda chilena lo tuvieron contra las cuerdas un buen rato en las redes sociales en los meses anteriores al certamen. Desde el minuto en que se le anunció, las dudas sobre su persona fueron en alza, amplificadas por el hecho de que mucha gente no lo conocía. Tanto fue así, que incluso, en un minuto renunció al evento (”En un momento renuncié a Viña, había amenazas de muerte, xenofobia”, reveló él mismo), pero la organización del Festival lo convenció para seguir adelante.
De este modo, las sombras se posaron sobre el caraqueño y sonaba como el principal candidato para ser devorado por el Monstruo, amén de su estilo algo lento, lejos de lo que más le gusta al chileno: el chiste corto. En los meses anteriores al certamen, aparecía como un debut complejo en la Quinta.
Por ello, Harris debió retroceder y antes de arribar a Chile, pidió disculpas por los tweets añejos. Además, en su rueda de prensa de este sábado, reiteró el concepto aunque acotó que se debía entender el por qué de estas declaraciones, haciendo alusión a la diáspora de ciudadanos de Venezuela por el mundo escapando del Chavismo. También tuvo un tono más bien conciliador y menos provocativo que el que usa en sus redes sociales.
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Pero cual Rocky buscando ganarle a Apollo Creed, Harris se tomó en serio la preparación de su show amén del calibre del Festival de Viña. En la rueda de prensa dijo algo clave: recibió asesoría de parte de la organización del certamen para saber cómo enganchar con el público. Esto, además de la habitual revisión de las rutinas a los humoristas, y en este caso, dijo que se le corrigieron un par de cosas. Eso de seguro contribuyó a devolverle la seguridad. En el encuentro con la prensa se mostró tranquilo, sereno, y con dominio de la situación.
Ya en la previa, se veían muchas banderas de Venezuela, mucho cintillo de George Harris, y el apoyo irrestricto del público al comediante -en su mayoría, llanero- que aplaudía a rabiar cuando el humorista era nombrado. Incluso, cuando Joaquín Méndez enseñó la coreografía de la obertura al público, preguntó a la gente: “¿Nos comemos las arepas esta noche?” Y el Monstruo le respondió un rotundo “Sí”. Harris ya tenía a la Quinta en el bolsillo. ¿Más? Cuando Karen Doggenweiler lo anunció al inicio, la Quinta se vino abajo. Con tamaño apoyo, era imposible que le fuera mal. Salvo que no cumpliera algo básico del humor: hacer reír.
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II
A George Harris faltaba verlo en acción, hasta ahora el público chileno solo lo había podido ver por YouTube y en una fecha (repleta) en el Movistar Arena. “El buen humor no tiene fronteras”; dijo Karen Doggenweiler. A las 23.48 horas, George Harris -o más bien, Jorge Enrique González, 44 años- pisó por primera vez el escenario de la Quinta Vergara. “¡Buuuueeeeenas noches Viñaa!”, dijo un gritón y sobregirado Harris, enfundado en un traje negro. “Esto es un sueño hecho realidad”, dijo y se lanzó con un “Gracias Chile, gracias Venezuela!”. Y comenzó hablando de los “meses de trabajo”, y agradeció la oportunidad de estar, y cada palabra era aplaudida por el público.
Y se lanzó con una rutina donde comenzó hablando de la tecnología, de la dependencia al celular “brava, no somos nada sin eso”, y casi de inmediato comenzaron a sonar pifias, que el público venezolano comenzó a contrarrestar con aplausos. Harris siguió con una rutina en base al Instagram, el TikTok, pero que al público de Viña parecía no satisfacerle. No arrancaban risas. Las pifias se seguían escuchando de manera clara. Pasaban casi 5 minutos y no habían risas, pero sí aplausos de parte de sus compatriotas.
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En una rutina algo caótica, donde mezclaba “chistes” inentendibles sobre los teléfonos de casa, los celulares y comparaba esta época con los 80. Pero no habían risas. Nada. Ahí, tal como Jani Dueñas en 2019, Harris se defendió de las pifias atacando. Se puso desafiante. “No puedo creer que haya gente que haya comprado la entrada para pifiear”y desafiante dijo: “¡levántate una venezolana, marico!, ¿vas a estar toda la noche (pifeando)?”, “¿no te gusta? vete a por un refresco?”, y luego se victimizó: ¿qué les hice, qué pasó?”.
Esa actitud desafiante fue aplaudida por los venezolanos que además pedían gaviota, pero pifiado por el resto del público. Y a los 9.30 minutos, dijo “no quiero pelear, yo quiero amarlos”, y las pifias seguían, pero Harris no caía en el motivo principal: Harris no hizo reír en ningún momento. Los malos augurios sobre su rutina se cumplían, y no por sus tweets del pasado, sino porque su humor derechamente no hizo reír.
A los 11 minutos, dijo: “Si quieren que me vaya, yo no tengo problemas y me voy”, y recurrió a la más fácil, echarle la culpa a la prensa (como si la prensa le dijera qué contar en la rutina). “Quizás ustedes se dejaron influenciar por los medios de comunicación amarillistas. Así es muy complicado que los artistas vengan a presentarse en el escenario”.
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Y siguió defendiéndose en vez de tratar de salvar un show que no despegó nunca. A los 15 minutos se despidió y dijo que se iba. Los venezolanos seguían pidiendo la gaviota, y los animadores entraron en escena y le pidieron que continuara. Rafael Araneda, no entendiendo nada, dijo “que una minoría dice algo hay que escucharla”; pero que continuara: “Hay que escuchar a George Harris”, dijo Araneda, pero la Quinta contestó claramente “No”, los animadores estaban forzando la situación. “Nos tomamos una pausa e invitamos al público a pasarlo bien”, dijo Araneda intentando sacar el partido adelante. Harris, tomó el desafío. Siguió adelante.
Habló de lo rápido de lo que se habla en Chile, de los sismos en Chile, en los sismos de Venezuela, y seguían sin escucharse las risas. Pero las pifias seguían, porque la rutina era inconexa. Hasta un “fome”, se escuchó, y Harris respondió desafiante: “Ojalá tengas la carrera que tengo yo”; cada vez que se ponía desafiante los venezolanos lo aplaudían y la gente lo pifiaba más. Ahí ya perdió toda opción -si es que le quedaba alguna-.
Ahí dejó de lado el tono conciliador de su rueda de prensa y apeló a uno odioso y desafiante. La Quinta si hay algo que no perdona, es los soberbios, a los que miran en menos al público, a los que llegan con aires mesiánicos, sin ninguna justificación para eso. A los 25 minutos, se escuchaban fuerte los “Chao”, y Harris seguía como si escuchara llover, cuando la prudencia indicaba que debería haberse ido con dignidad. Las pifias iban en aumento.
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A los 27 minutos volvió al “yo no quiero insistir en esto, qué lástima que ganen los malos siempre. “Qué lástima que la gente, la mayoría, se pierda un show porque hay unos pocos que quieren pitar todo el show”. De verdad muchísimas gracias a la oportunidad. Te amo Chile aunque hayan algunas personas que sean complicadas. Gracias Venezuela por llenar este lugar”, y se fue. Araneda pidió aplausos y a los 30 minutos cerró. Ahí parece que terminaba un calvario. Pero no. Ante la insistencia de los animadores volvió y lanzó la única talla buena de la noche: “Ni Xuxa sufrió tanto”.
Rescatado por los animadores, siguió su rutina, de manera innecesaria se continuó arriba, la gente gritaba claramente: “Noooo”. Y por supuesto, las pifias siguieron porque la rutina no hacía reír, y no hizo reír nunca. Intentó salvarlo todo con una rutina musical con cancionero AM, pese a que la gente le decía claramente que no, usando el karaoke como recurso. Una tabla de salvación desesperada. Una forma efectista de tratar de salvar un show de rutina que no prendió nunca, y solo porque sencillamente, no hace reír. El público seguía pidiendo que se fuera, y lo peor es que los animadores lo ignoraban. Tras tortuosos 45 minutos, Harris se bajó del escenario.
Harris ha pasado al podio de los peores humoristas de la historia del certamen merced a la fatal “Triple A”: aburrido, arrogante y agresivo con el público (lejos el peor pecado). En su primera noche, la apuesta internacional de Mega en el humor, fue un rotundo fracaso.
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