Se cumplen 20 años desde que en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se discutieron las bases de derecho internacional y de legitimidad para comenzar una guerra en Irak. Nadie negaba la naturaleza del régimen iraquí y sus sistemáticas atrocidades contra minorías, otros pueblos y sobre su propia gente. Sin embargo, la gran pregunta era si el régimen de Sadam Hussein albergaba armas de destrucción masiva, y, por lo tanto, si la comunidad mundial tenía que hacer algo al respecto. Se mostraron pruebas que no fueron tal. Creemos que el Secretario de Estado de entonces, Colin Powell, actuó de buena fe, pero hubo otros en el sistema que no tuvieron esa misma buena voluntad de encontrar la razón suficiente. El conflicto terminó por dividir a las grandes potencias occidentales. Estados Unidos y Reino Unido estaban de acuerdo con actuar, mientras de Francia y Alemania (que es poderosa pero no está en el Consejo de Seguridad) estuvieron por no hacerlo.
En medio de esta frenética actividad, a un país como Chile le tocó un papel fundamental como miembro no permanente que durante ese bienio era parte del Consejo de Seguridad.
La respuesta que las potencias secundarias o los países de tamaño medio tienen mucho que decir y aportar al conjunto de la comunidad internacional. Incluso los países pequeños tienen contribuciones relevantes para hacer. En relaciones internacionales existe la tendencia entre los realistas ofensivos a creer que solamente las grandes potencias deben sentarse a la mesa pues pueden sustentar sus dichos con capacidad militar. Sin embargo, otros autores tales como el profesor Tom Long de la Universidad de Warwick, en el Reino Unido, sostienen que estos países pequeños y las potencias medianas o secundarias pueden ser generadoras de norma y contribuir con influencia en la escena internacional, mucho más allá de lo que puede ser su peso geopolítico específico o su poderío militar. Además, pueden entregar valores y principios que sean de uso para toda la comunidad internacional.
Somos parte de la comunidad internacional y debemos estar presentes. Me acuerdo de esos días porque Chile dio una lección al mundo de dignidad y decoro. No se dejó avasallar ni atribular por potencia alguna. Junto con México tuvieron una sola voz latinoamericana para apoyar el diálogo y las salidas pacíficas al conflicto. Lo anterior no significó quebrar relaciones ni perder amistades. La mejor prueba fue que al poco tiempo después se firmó el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos.
Es decir, podemos disentir porque somos un país más pequeño, pero con un interés por cumplir con nuestra parte en el gran concierto de las naciones. Esos días fueron muy relevantes en mi propia vida. Me toco estar sentada en el Consejo de Seguridad a nombre de Chile. Me correspondió la labor de colaborar con la enorme tarea internacional de un líder global y respetado como el Presidente Ricardo Lagos. Pasaron dos décadas. El mundo vuelve a tener tiempos complejos para la paz. El principio es el mismo: apego irrestricto al derecho internacional, los derechos humanos y el derecho humanitario. Es una fortaleza que tenemos como nación y es nuestro capital político internacional.
Escrito para La Tercera Por Soledad Alvear, abogada