Es evidente que el Gobierno del Presidente Gabriel Boric está ahora en proceso de redefinir su agenda de prioridades para lo que le queda del cuatrienio. Aunque eso les ocurre a todos los gobiernos, el proceso es especialmente traumático para Boric porque el suyo fue el Gobierno con más aires refundadores que llegó al poder en Chile desde 1990. El gran desafío para Boric hoy es identificar cuál de todos los ideales con que llegó al poder buscará preservar a la vez que se vea obligado a enterrar el resto.

Todos los gobiernos enfrentan un momento en que deben renunciar a algunos principios para poder avanzar otros. Normalmente, esa decisión la deben tomar cuando está por comenzar la segunda mitad del Gobierno. Pero en algunos casos, como el Presidente Piñera, frente al estallido social y la llegada del Covid-19, esa decisión la deben tomar repentinamente. La renuncia siempre es dolorosa. Piñera debió abandonar sus proyectos de reforma tributaria, reforma de pensiones y reforma laboral. En cambio, su Gobierno debió promover un proceso constituyente contra el que hizo campaña en la candidatura presidencial.

El Presidente Boric se encuentra hoy en un momento similar de definiciones. Su Gobierno está arrinconado y a la defensiva. Su agenda profundamente transformadora recibió dos golpes profundos, en el plebiscito de septiembre de 2022 y en la reforma tributaria (que se cayó por las disputas internas en la izquierda). Para empeorar las cosas, la creciente preocupación por la seguridad ciudadana le ha pegado al Gobierno en su flanco más débil. Después de todo, desde mucho antes del estallido social, el PC y el FA defendían la peregrina tesis de que los policías eran los malos y los delincuentes eran víctimas de un sistema cruel y neoliberal.

Arrinconado y enfrentado al temor de convertirse en un pato cojo apenas un año después de asumir el poder, Boric enfrenta además una nueva elección el 7 de mayo en la que su coalición parece encaminada a recibir un nuevo coscorrón por parte de la ciudadanía.

Boric entiende que debe abandonar gran parte de su agenda para concentrarse en algunos asuntos en los que puede aspirar a tener victorias legislativas. Muy atrás quedó la promesa de convertir a Chile en la tumba del neoliberalismo. Los insensatos compromisos de condonar el CAE, refundar Carabineros y aumentar la carga tributaria en 8 puntos del PIB también son historia.

Pero las sucesivas derrotas del Gobierno obligan a La Moneda ahora a hacer concesiones todavía mayores. Las conversaciones para acordar una nueva reforma tributaria han demostrado que el Gobierno está en una posición negociadora muy débil. Eso va a impactar también el curso de la reforma previsional. La reforma de reducción de la jornada laboral a 40 horas semanales será implementada en su totalidad recién en 2028.

En una situación así de compleja, corresponde preguntarse hasta dónde vale la pena renunciar a más principios sin poner en riesgo el legado de Gobierno.

Con todo lo que ha renunciado hasta ahora, Boric ha desdibujado su programa de gobierno al punto que su administración será menos transformadora de lo que fueron los gobiernos de Bachelet y del propio Lagos. Pero el Presidente, que intentó forjar un camino hacia una izquierda estatista extrema y radical, ahora debe formalizar el fracaso de su proyecto inicial señalando una nueva hoja de ruta para su Gobierno.

Aunque muchos nostálgicos de las décadas concertacionistas quisieran volver a ese país de grandes acuerdos entre miembros de una homogénea élite, la realidad de Chile obliga a encontrar nuevas formas de forjar acuerdos y construir consensos. La mala noticia es que muchos de los que hoy están sentados a la mesa tienen más ganas de hablar que de escuchar. La buena noticia es que el electorado se ha pronunciado fuerte y claro en favor de arreglar el modelo y en contra de insensatas propuestas refundacionales. El Gobierno de Boric, que llegó al poder liderando una ola refundacional, debe ahora adoptar un modelo reformista y de gradualidad.

Es cierto que Boric hizo carrera predicando cambios radicales y prometiendo reformas profundas. Pero ahora que está en el poder, debe entender que su Gobierno será evaluado por los logros concretos y no por los intentos frustrados o por las peleas perdidas. Por eso, el Presidente debe entender que la única forma de avanzar hacia ese país más justo, igualitario y con más oportunidades para todos es impulsando el tipo de reformas graduales que él siempre rechazó.

Irónicamente, la única forma que le queda a Boric para no renunciar a sus ideales de construir un mejor país es comenzar a utilizar las recetas que más éxito dieron en Chile. Para mantener sus ideales de justicia social intactos, Boric deberá comenzar a usar las herramientas de cambio que hicieron de Chile el país más exitoso en América Latina en combatir la pobreza y la inclusión en las últimas tres décadas.

Si eso implica que Boric se vista con los trajes y corbatas concertacionistas contra las que siempre se rebeló, bienvenido sea el cambio de look del antiguo joven rebelde que empieza a convertirse en un adulto razonable y sensato.

Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP,para El Líbero

/psg