La actividad física es sin duda uno de los pilares del envejecimiento saludable. Ahora sabemos que el ejercicio es una verdadera polipíldora, ya que activa la producción de literalmente cientos de sustancias beneficiosas denominadas exerquinas. El músculo ha dejado de ser simplemente un órgano destinado al movimiento, reconociéndose ahora su actividad endocrina.

Más allá de estos nuevos descubrimientos que explican muchos de los beneficios del ejercicio para la salud, quedan dudas no resueltas. ¿Cuanto más ejercicio mejor? Sabemos desde finales de los años 80 del siglo pasado que la relación entre volumen y/o intensidad del ejercicio y función inmune tiene forma de “J”. Los que hacen ejercicio habitual de forma moderada tienen mejor función inmune y menor riesgo de infecciones respiratorias que los sedentarios. Pero en el otro extremo de la “J” están aquellos que hacen ejercicio a intensidad alta o con mucha frecuencia y que también tienen mayor riesgo que los moderados. ¿Sucede lo mismo con el ejercicio y el corazón?

Debate abierto

Sabemos desde hace tiempo que el ejercicio, y especialmente el de fondo (como el ciclismo en carretera, maratón, ultramaratón o el triatlón), produce cambios importantes en el corazón. Para poder bombear más sangre se producen adaptaciones que lo hacen más grande y más capaz de distribuir mayores cantidades de sangre oxigenada a los músculos. Este aumento de la capacidad cardiaca es positivo. Pero también se ha encontrado que los atletas de fondo presentan tras el ejercicio un aumento de unas proteínas llamadas troponinas que señalan el daño cardiaco, estando también elevadas, por ejemplo, tras un infarto de miocardio.

La presencia de troponinas elevadas llevó a pensar que el daño asociado al ejercicio podría ser peligroso para los atletas. Pero las cifras reales mostraban que estos deportistas tienen por lo general un menor riesgo de enfermedad cardiovascular y de muerte por infarto o ictus que la población general. De hecho, hay estudios que demuestran que los ex atletas de élite viven más que su población de origen de referencia.

Además de troponinas elevadas, los atletas de fondo también podrían tener un mayor riesgo de arritmias. Un estudio con una muestra de más de 200.000 esquiadores de fondo en Suecia encontró que aquellos con un mayor rendimiento en esta disciplina tenían mayor riesgo de fibrilación. Pero, aun a pesar de ello, aquellos que padecían esta condición tenían un riesgo un 27% y un 43% menor respectivamente de ictus o de muerte que la población general con el mismo diagnóstico.

Algo similar sucede con el score cálcico. Esta es una prueba que mide la cantidad de calcio en las arterias coronarias, que se relaciona con el riesgo cardiovascular. A mayor calcificación, mayor riesgo de infarto. El Estudio Longitudinal del Centro Cooper halló que el tercio de individuos más activo tenía un score cálcico un 11% mayor que el tercio menos activo. Sin embargo, estos atletas con un nivel de actividad física superior a las 35 horas a la semana no tenían un mayor riesgo de muerte por infarto o por otras causas.

Estos ejemplos muestran cómo una mayor capacidad cardiorrespiratoria protege del riesgo de infarto, aun a pesar de tener las troponinas elevadas, un mayor score cálcico o mayor riesgo de arritmia.

Nuevo estudio, nuevas dudas

El motivo de este artículo no es otro que un nuevo estudio que analiza la relación entre volumen e intensidad del ejercicio y calcificación de las coronarias. El trabajo se conoce como MARC-2 (Measuring Athletes’ Risk of Cardiovascular Events 2). Se reclutó a 284 hombres asintomáticos mayores de 45 años que no mostraron ninguna anomalía en su evaluación médica. A estos atletas aficionados se les midió la aterosclerosis coronaria subclínica (score cálcico).

| El ejercicio vigoroso se asoció con una reducción en la progresión de la aterosclerosis

Tras seguir a estos individuos durante una media de 6,3 años, se encontró que la intensidad del ejercicio, pero no el volumen, tenía relación con la calcificación arterial. El ejercicio vigoroso se asoció con una reducción en la progresión de la aterosclerosis, pero el grupo de individuos que se ejercitaba con la más alta intensidad mostró un aumento de la calcificación en las coronarias, incluso en aquellos en tratamiento con estatinas.

El interés de este estudio es el haber podido demostrar que de los dos factores, número de horas de entrenamiento e intensidad, es el segundo el que se asocia con un mayor avance de la aterosclerosis en personas activas. Lo que no está claro son las implicaciones clínicas y si esto realmente se traduce en un mayor riesgo de infarto, ictus o muerte por estas causas.

Por el momento, y a pesar de marcadores como la troponina, el score cálcico o el mayor riesgo de arritmia, el ejercicio sigue siendo un factor protector en atletas frente a población general. Solo a muy altas intensidades podría haber un cierto riesgo para algunos individuos. En este sentido, el Estudio del Corazón de la Ciudad de Copenhague (CCHS) encontró una relación en forma de “U” entre la mortalidad por cualquier causa y la dosis de ejercicio en corredores. Midiendo el ritmo, duración del entrenamiento y su frecuencia, se pudo comprobar que los corredores que entrenaban con mayor intensidad tenían una mortalidad similar a los sedentarios, mientras que los que ejercitaban con una intensidad suave o moderada tenían menor mortalidad.

El tiempo y la ciencia seguirán aportando datos sobre la relación entre volumen e intensidad de ejercicio y riesgo cardiovascular. Por el momento todo apunta a que movernos es de lo mejor que podemos hacer por nuestra salud. El ejercicio regular y moderado y un estilo de vida activo son sin duda la mejor polipíldora para nuestro corazón.

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