“Rusia realmente quiere algún tipo de gran revancha”, interpretó el presidente ucraniano Volodimir Zelensky. “Creo que ya empezó”. Se refería a la ofensiva extraordinaria de invierno que están ensayando las tropas rusas en el frente del Donbás. Después de cinco meses de retrocesos, el Kremlin necesita algún tipo de anabólico en su cuerpo bélico para seguir en la pelea. Y para eso, concentró en los últimos días su ofensiva sobre la pequeña ciudad de Bakhmut, más allá de que carezca de una importancia estratégica de peso. Es allí donde tiene concentrada su fuerza el nuevo comandante de la invasión, el general Valery Vasilyevich Gerasimov. Y donde están los convictos mercenarios del Grupo Wagner, que organiza Yevgeny Prigozhin, amigo íntimo de Vladimir Putin.

Si las fuerzas rusas logran romper el cerco ucraniano sobre esta zona industrial, apenas les dará un mayor margen de maniobra a sus líneas de suministro. Pero para el gobierno de Kiev sería un durísimo golpe a su impronta de “reconquistador” en los territorios ocupados en un momento en que había logrado una victoria sobre sus aliados de la OTAN al conseguir que le entregaran cruciales tanques rápidos del tipo Leopard y Abrams. Es por eso que Zelensky está presionando esta semana en Washington y las capitales europeas para dar un largo paso adelante: obtener cazabombarderos estadounidenses F-16 o sus equivalentes europeos con el objetivo de “terminar la guerra en seis meses”.

Apenas se está disipando la polvareda del enfrentamiento por el envío de los tanques y carros de combate. Alemania presionó hasta último minuto a Estados Unidos para que entrara en el trato y cediera sus M1 Abrams para que Berlín pudiera entregar sus más rápidos Leopard 2 sin que Moscú lo viera como una agresión particular. La decisión de los alemanes abrió la puerta a que otros aliados hicieran lo propio y en los próximos días estarán llegando a la estepa ucraniana entre 120 y 140 tanques, una cantidad suficiente como para detener la ofensiva rusa.

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