Chile ha vivido este 2023 una situación histórica y política especial, al cumplirse los 50 años del 11 de septiembre de 1973. Las fechas “redondas” tienden a adquirir un valor histórico especial y promueven una discusión pública más amplia, un interés histórico más intenso y una utilización política más clara.

Por lo mismo, el gobierno comenzó tempranamente a preparar una conmemoración que, como suele ocurrir en estos casos, tenía un sello marcado por las convicciones políticas del sector oficialista. Por otra parte, hubo  comentarios e ideas que -seguramente con buena voluntad- sugerían dar un sentido de unidad al 11 de septiembre, una fecha que por definición tiene un sello de división, por su origen, su desarrollo y sus consecuencias.

A la larga, a las puertas del 11 de septiembre, la situación es bastante clara. En primer lugar, tal unidad no se ha logrado y más bien hemos podido ver el sello contrario, especialmente en el Congreso Nacional y en la actividad política en general. En segundo lugar, el Presidente Gabriel Boric aparece como el gobernante que más ha “perjudicado aumentando esta división” política de la sociedad chilena: el 50% de los encuestados por Criteria así lo sostiene, en medio de un ambiente bastante sobrecargado y un tanto odioso.

Quizá no podía esperarse otra cosa. El actual es, sin duda alguna, el gobierno más izquierdista desde la Unidad Popular; además el Presidente Boric ha sido un seguidor simbólico y político del Presidente Salvador Allende (lo ha manifestado en sus discursos y en otras circunstancias); la administración del Frente Amplio, el Partido Comunista y el socialismo democrático han hecho de los 50 años un tema político; incluso hay tradiciones familiares presentes en el gabinete. A todo eso se puede sumar que este tema unifica las posiciones en el mundo de las izquierdas, aunque se divida o tenga matices en otros planos. Todo eso explica muchas cosas.

En todo esto hay dos aspectos relevantes en la historia y la memoria de las izquierdas: primero, el impacto de la derrota y el fracaso de la Unidad Popular; segundo, los sufrimientos posteriores al 11 de septiembre de 1973, como las violaciones a los derechos humanos y el exilio. Desde el 2019 hasta ahora se ha sumado un nuevo aspecto: se refiere a la reivindicación del proyecto político y económico- social de la UP. Por cierto, no se trata de una adhesión total ni ahistórica, sino que -considerando la realidad del Chile actual- promueve una agenda socialista y de cambios estructurales cómo no había ocurrido desde entonces.

Así quedó claramente graficado con la revolución de octubre de 2019, con la Constitución propuesta por la Convención constituyente y con el gobierno del Presidente Gabriel Boric. Sin embargo, hoy como entonces se han encontrado con una importante oposición política y social, que ha derrotado electoralmente el proyecto constituyente refundacional y luego a las listas de las izquierdas en la elección del Consejo constituyente.

El 11 de septiembre, como tema de la agenda políticatenderá a quedar de lado dentro de poco. Por lo mismo, en unos días o semanas más solo se oirán algunos ecos de las conmemoraciones de esa fecha histórica, con la carga de violencia y división que suele acompañar este tipo de recuerdos. Para entonces, será clave volver a poner el acento en aquellos desafíos que tiene la sociedad chilena en el presente, y no en esos problemas que nuestros antepasados fueron incapaces de resolver por medios pacíficos o institucionales.

Y vaya que hay problemas en el Chile del 2023. Hoy tenemos más pobreza y miseria que hace algunos años, existe un desborde del problema de la vivienda, hay más familias en campamentos que para el Bicentenario, la deserción escolar ha aumentado de manera dramática; sigue habiendo listas de espera en los hospitales y tantas cosas más. Entre estas podemos mencionar el deterioro del mercado laboral, el endeudamiento, la violencia cotidiana, la delincuencia y tantos otros que muestran la disolución del tejido social.

No es malo firmar acuerdos que interpretan el pasado para que no se repitan ciertos males. Sin embargo, es más importante realizar acuerdos efectivos hoy para resolver con urgencia los dramas del presente. La democracia chilena no está dando el ancho, el proceso constituyente no logra concitar gran atención y el Chile de los próximos 50 años tiene un tono de mediocridad demasiado marcado y triste. Hemos llegado al 11 de septiembre de 2023 con toda su carga histórica y política: después hay un país que no solo espera paz y unidad, sino también progreso, justicia, libertad y solidaridad; capacidad de lograr acuerdos, pero también respeto a las posiciones diferentes.

En otras palabras, hay un país llamado a cosas grandes y que hoy parece achatado y torpe, con energías contenidas, con un futuro que se abre y con sus Fiestas Patrias a la vuelta de la esquina. Que no nos detenga el pasado y sus divisiones, tampoco el presente y su mediocridad. El futuro está abierto y tenemos derecho a soñar por un Chile mejor.

Escrito para El Líbero por ALEJANDRO SAN FRANCISCO, Académico de la Universidad San Sebastián y la Universidad Católica de Chile. Director de Formación del Instituto Res Pública

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