Escribir esta columna ahora, tres meses antes del plebiscito, pretende evitar que la frase contenida en el título sea pronunciada apenas unos días antes del 17 de diciembre. Es que esta será una elección extraña; los alineamientos de la población se muestran distintos a todo lo que hemos conocido hasta ahora. Pese a ello, quienes hoy analizan estos temas (encuestas, medios y políticos) siguen usando categorías políticas tradicionales para sus predicciones y consejos.

La situación, luego de revisar varias encuestas, es a mi juicio más o menos la siguiente:

1) Quienes tienen inclinación a votar A Favor son personas educadas; de grupo socioeconómico alto o medio alto (ABC1- C2); posiciones políticas relativamente moderadas (centro, centroizquierda y centroderecha); son en general de edades polares: o menores de 30 o mayores de 60; valoran mucho la estabilidad y por lo tanto aprecian “cerrar” el ciclo constitucional que estamos viviendo.

2) Quienes planean votar En Contra tienen menores niveles de educación; pertenecen a grupos socioeconómicos predominantemente medio bajo y bajo (C3-D); sostienen posiciones políticas polares (derecha o izquierda); y edades entre 40 y 50 años mayoritariamente; se sienten poco interpretados por el proceso constitucional y en ellos predominan sentimientos como inquietud, decepción, rabia y aburrimiento.

El proceso se encuentra en una etapa decisiva en la definición de los contenidos del proyecto que se someterá a votación en el plebiscito. El Pleno del Consejo Constitucional está votando las enmiendas que se hacen al texto propuesto por la Comisión Experta. Los medios de comunicación están preocupados de ello e informan acerca de las discusiones más importantes o las diferencias más notorias entre los consejeros. En general, los medios escritos y canales de TV han adoptado la siguiente línea: apoyo a los intentos de Chile Vamos de moderar las enmiendas de Republicanos, para que se acerquen más a los contenidos que aceptaría la centro izquierda. Tendría lógica si persistieran los alineamientos políticos tradicionales, pues ello haría crecer la opción A Favor. Es también mi instinto primario, pues pertenezco a esa tribu.

¿Pero qué pasa si los alineamientos han cambiado, como se insinúa con mucha fuerza en distintas encuestas que he examinado? Me explico. Dentro de las expectativas que tiene la gente para una nueva Constitución la más fuerte es que ella contribuya a un Chile más seguro. Bastante más atrás está la de una que una a los chilenos, empatada con una que lleve a un Chile más próspero. Si seguimos esta nueva lógica, lograr que una enmienda de Republicanos que responda a la expectativa de un Chile más seguro se modere o se rechace para que sea aceptable para la centroizquierda, sería contraproducente para el objetivo que la Constitución se apruebe. Otro ejemplo: dentro de las enmiendas que más apoyo tienen están la de libertad de elegir en salud, educación y pensiones (según Cadem más de 90%); sin embargo, la izquierda se opone a esa política de modo que, nuevamente en este caso, si Chile Vamos sigue con la estrategia de moderar las enmiendas de Republicanos, está, en los hechos, trabajando para que crezca la opción En Contra. Lo mismo ocurre con la enmienda de Republicanos que plantea reducir los diputados de 155 a 138. Un 86% de la población está de acuerdo, pero a la centroizquierda no le gusta. ¿Debiera apoyar Chile Vamos el rechazo de esta enmienda para agradar a la izquierda?

Si usted no está convencido de que mi duda tiene fundamento, les cuento que en encuestas la mayoría piensa que si gana A Favor los más favorecidos serán los políticos y las grandes empresas; y los menos serán los trabajadores, la clase media y gente como ellos.

No lo he mencionado hasta aquí, pero vale la pena consignarlo ahora: la opción En Contra tiene, en todas las encuestas, una ventaja muy importante sobre la opción A Favor. ¿No estaremos haciendo la campaña equivocada centrándonos en las preferencias de los políticos en los temas controvertidos?

Alguien podría preguntarse qué alternativa queda. Una que se me ocurre (no estoy seguro tampoco) es intentar que la Constitución refleje lo mejor posible las preferencias de la gente; pero de la mayoría de la gente, no la minoría que constituimos los políticos, las élites, los intelectuales, los empresarios y los que escribimos columnas. ¿De qué va la política si no?

Por Luis Larraín, economista, para El Líbero

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