Resulta difícil entender la importancia que algunos depositan en el plebiscito de salida de diciembre como el momento en que se podría cerrar esta etapa de incertidumbre constitucional que se abrió con el acuerdo de noviembre de 2019. Lamentable, pese a las comprensibles buenas intenciones de los que quieren cerrar esa etapa para poder iniciar una nueva era de crecimiento y desarrollo, es poco probable que la ventana de cambios constitucionales permanentes se cierre con el plebiscito de diciembre, independientemente de si gana el A Favor o el En Contra. Como alcohólico en recuperación, el problema actual de Chile es que una vez que el país recayó en esta incertidumbre de reformas constitucionales permanentes, va a ser difícil volver a poner la Constitución en el sitial de carta fundamental que se cambia poco y producto de grandes y duraderos consensos.

Si bien todas las sociedades modernas siempre tienen mecanismos para modificar sus constituciones, estas se caracterizan por brindar mayor estabilidad y permanencia en el tiempo que las leyes comunes. La gracia de las constituciones es que no se cambian muy a menudo y, cuando se cambian, esos cambios son resultado de amplios consensos que existen en la sociedad. Con todas sus debilidades, la Constitución de 1980 gozó de ese estatus entre 1990 y 2014. Hubo cambios importantes, como los de 2005, pero siempre fueron productos de grandes acuerdos. Por eso, una vez que se materializaron en reformas constitucionales, esos acuerdos tendieron a mantenerse inalterados por una buena cantidad de años.

Desde que la Presidenta Michelle Bachelet, en su segundo gobierno, inició un proceso de diálogos constitucionales, los aires fundacionales comenzaron a soplar fuerte en el país. La clase política no se demoró mucho en convertir a la Constitución de 1980 en el chivo expiatorio de todas las cosas que no funcionaban bien en Chile.

Cuando se produjo el estallido social en 2019, el Presidente Piñera hábilmente entendió que la mejor forma de resistir a la presión para que renunciara era entregando la Constitución que juró defender y hacer cumplir. De poco sirve argumentar ahora la falacia de que ese fue un camino de salida institucional para la crisis. Producto de esa decisión en noviembre de 2019, el país entró, con la anuencia de una amplia mayoría en el Congreso, a un limbo constitucional del que todavía no salimos. Aunque la participación electoral fue menos del 50%, en el plebiscito de octubre de 2020, los chilenos ampliamente ratificaron esa decisión de abrir el momento constituyente. Todo lo que ha ocurrido después ha sido la materialización de lo que ya varios advertimos en su momento: una vez abierta la puerta del infierno de la incertidumbre constitucional, va a ser difícil cerrarla.

La intensidad del debate sobre el texto que se someterá a plebiscito en diciembre de 2023 ha llevado a muchos a pensar que lo que quede plasmado en la Constitución serán valores y principios escritos en piedra. Pero la evidencia comparada muestra que los países de América Latina que entraron a la etapa del momento constitucional nunca salen del todo de ese limbo. Por eso, lo más probable es que, si gana el A Favor, el texto que se adopte a partir de diciembre de 2023 será modificado repetidas veces en los próximos meses y años. Si gana el En Contra, el Congreso probablemente se abocará a debatir reformas a la Constitución actual apenas se terminen de contar los votos.

Es cierto que vivir en incertidumbre constitucional hace daño. Hay menos incentivos a la inversión y los que están descontentos con algo que diga el texto saben que pueden construir mayorías circunstanciales que logren modificar el texto para acercarlo más a lo que ellos quieren. Luego, otra mayoría circunstancial volverá a modificar el texto y así seguiremos en el limbo. De hecho, aquellos que llaman a votar En Contra no trepidan en decir que buscarán iniciar un nuevo momento constitucional. Por su parte, aquellos que eventualmente llamarán a votar A Favor probablemente también incluirán en sus campañas distintos compromisos para modificar el texto propuesto y ajustarlo a lo que ellos creen quieren los electores.

Lo único que sabemos con certeza es que, pase lo que pase en diciembre, no se acabará el momento constituyente que se inició en Chile en noviembre de 2019. La incertidumbre constitucional ha llegado para quedarse. Es cierto que es mucho mejor tener un texto que ha sido ratificado por una amplia mayoría que seguir con el texto promulgado inicialmente en 1980. Pero la ahora improbable victoria del A Favor no debiera llevar a nadie a equivocadamente creer que el momento constituyente en Chile se ha cerrado. Igual que alcohólicos en recuperación, deberemos aprender a vivir con esa enfermedad. La buena noticia parece ser que los chilenos tienen voluntad para unirse a alcohólicos anónimos y avanzar decididamente por el camino de la abstinencia. La mala noticia es que tenemos que empezar a vivir en un país que se sabe alcohólico en recuperación.

Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero

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