Porque en la puerta del horno se quema el pan, la derecha chilena debería abandonar su exitismo respecto a la votación del 7 de mayo y arremangarse la camisa para trabajar con energía en estos últimos días en lograr movilizar a sus votantes y capitalizar el descontento popular con el Gobierno del Presidente Gabriel Boric.

Porque no hay nada más autodestructivo que celebrar el gol antes de que la pelota entre al arco, el triunfalismo que predomina en los sectores de derecha puede transformarse en decepción el domingo 7 de mayo o, en el mejor de los casos, nublará el aprendizaje de las necesarias lecciones que se deben aprender de esta experiencia electoral. Aun si gana la derecha, la victoria pudiera haber sido mucho más amplia y decisiva si las dos almas del sector hubieran dejado de lado sus diferencias y se hubieran presentado en una sola lista.

Parece haber un consenso desde los flancos más izquierdistas del Gobierno hasta la oposición más recalcitrantemente derechista en Republicanos de que el 7 de mayo, el electorado volverá a castigar al gobierno del Presidente Boric, premiando a su oposición más acérrima.

Por eso, el Partido Republicano podría convertirse en el partido más votado de Chile. Un nuevo traspié electoral para el oficialismo tendría consecuencias inmediatas en la política nacional. Como nadie quiere andar demasiado cerca de los perdedores, le resultará mucho más difícil al Gobierno avanzar sus prioridades legislativas si el 7 de mayo las dos coaliciones oficialistas reciben una votación inferior a la que obtuvo el Apruebo en el plebiscito de septiembre de 2022. Un traspié electoral para el oficialismo envalentonará a la oposición que pedirá cambios de gabinete y, sobre todo, un cambio en la hoja de ruta de la administración Boric.

Aunque la elección no se trate de Boric sino de los 50 miembros que conformarán el Consejo Constitucional, resulta inevitable que cualquier votación nacional se convierta en un referéndum sobre qué tan bien lo está haciendo el Gobierno. Por eso, aunque la derecha aspira a conseguir más de 25 miembros en el Consejo Constitucional, bastará con que las dos coaliciones de la derecha saquen un voto más que lo que obtengan las dos coaliciones del oficialismo para que el Gobierno sienta, una vez más, que ha mordido el polvo de la derrota.

Es cierto que también importará mucho cuál sea la composición final del Consejo Constitucional, tener una mayoría en ese cuerpo le permitirá a la derecha -si es que se materializan las expectativas ampliamente compartidas por todos- controlar el proceso y darle un sello mucho más amigable con el mercado -subsidiario, si se quiere- al texto constitucional que se redactará en los próximos meses.

Algunos en la derecha apuestan a que ese sector logrará llegar a 30 miembros en el Consejo. Eso le permitiría alcanzar la mayoría de los 3/5 necesaria para aprobar artículos sin necesidad de negociar con el oficialismo. Pero no hay nada peor que ponerse una meta innecesariamente alta cuando bastará con obtener más escaños que el oficialismo para declarar victoria. Aquellos en la derecha que aspiran a obtener 30 de los 50 escaños terminarán con sabor a derrota si ese sector gana una mayoría, pero no llega a los 30 escaños.

Es más, como aprendimos todos en el fracasado primer proceso constituyente, intentar imponer una mayoría espuria en una instancia así de significativa pudiera llevar a redactar un texto demasiado cargado a favor de esa mayoría que el electorado en pleno rechace en el plebiscito de salida.

Como es saludable aprender de los errores, aun si la derecha tuviera una mayoría a prueba de vetos en el Consejo Constitucional, lo más razonable sería redactar una Constitución que sea aceptable para una amplia mayoría del país. Chile no se puede dar el lujo de mantener abierto un proceso constituyente por tanto tiempo. Ya llevamos más de tres años y medios desde el estallido social y todavía estamos en el túnel de un proceso constituyente que, por su mal diseño, ha demorado mucho más de lo razonable.

Las encuestas muestran que las dos coaliciones de derecha obtendrán una votación superior a la que recibirán las dos coaliciones oficialistas. Pero la distribución de escaños dependerá de cómo se distribuya la votación en cada sector. Precisamente porque todos los sistemas electorales producen distorsiones, la insensata decisión de ambos sectores de ir en dos coaliciones pudiera terminar dando sorpresas que se sientan como amargos tragos en uno u otro sector.

Finalmente, la principal razón por la que la derecha debiera abstenerse de celebrar antes de tiempo es que nadie sabe cuánta gente saldrá a votar y cuántos optarán por anular o dejar en blanco su voto.

Una votación demasiado alta para los blancos y nulos será una advertencia para toda la clase política sobre el descontento popular. Si salen a votar mucho menos que los 13 millones que fueron a las urnas en septiembre de 2022, y si las coaliciones de derecha reciben una votación sustancialmente menor que los casi 7,9 millones de votos que fueron para el Rechazo en ese plebiscito, la victoria de la derecha tendrá un sabor un poco amargo.

De ahí que sea esencial que, en vez de descorchar espumante antes de tiempo, la derecha dedique las últimas horas a trabajar con más energía para que la victoria electoral que anticipan las encuestas se materialice en la contienda del 7 de mayo.

Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero

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