Históricamente siempre ha habido quienes se benefician de la pobreza. Los desposeídos son vulnerables a los clientelismos hoy y siempre. Desde el Imperio Romano, en el que el derecho se enfocaba en los procesos, las redes de protección eran esenciales para la sobrevivencia. De la protección de “los clientes” a la corrupción hay un sólo paso. “Si quieres que te proteja tienes que pagar”. Esta tónica en la historia abundó sobre todo en el período atomizado feudal. En el tiempo se fue consolidando el poder real, el rey se constituyó como señor sobre señores, no sólo en el ámbito jurídico, siendo la instancia superior de justicia, sino en el político como la máxima autoridad. La concepción de un Estado unitario va a ir de la mano con la idea de otorgarle el monopolio de la fuerza. Desde el siglo XVIII ya los ejércitos nacionales profesionales serán la tónica. La teoría política, que justifica la soberanía popular, partirá de la base que la primera razón del Estado es entregarle el monopolio de la fuerza para garantizar el orden de modo que los ciudadanos en paz, sin la ley de la selva, y amparados por la igualdad ante la ley, puedan ejercer sus labores.

Esta concepción será la base de las democracias liberales que florecerán desde el siglo XIX en adelante. El primer rol del Estado, y la razón para constituirlo, es garantizar el orden público. Si eso no sucede, nada más es posible. Las personas necesitan seguridad y cuando el Estado no se las da, la buscan en otros. Ese es el origen de todo “sustituto del Estado”, asociaciones ilícitas de base clientelista que lucran del temor y ofrecen una supuesta seguridad que no es más que esclavitud. Es la ausencia del Estado, en materia de seguridad, la que permite el florecimiento de las “mafias”.

El término mafia surgió en Sicilia en el intento de expulsar a los franceses y luego se extrapoló a toda asociación ilícita con poder de fuego que sustituye o que pretende sustituir al Estado. Son bandas de crimen organizado que amparadas en actos fuera de la ley y en actitudes abiertamente criminales extorsionan bajo la idea del “secreto” que involucra. Cualquier pequeño servicio o pago a la mafia, esclaviza para siempre. Frecuentemente ellos ofrecen “el oro y el moro”, la solución a los problemas de modo inmediato y casi mágico. Compran favores, los que deben ser pagados con fidelidad irrestricta y perpetua. Es un callejón sin salida, del que nadie puede salir con vida.

El mafioso tiene poder. Tiene mucho poder, es dueño de las voluntades que ha comprado. Eso le asegura estar mas allá del bien y el mal, sentirse superior e intocable. No sólo ha comprado a los vulnerables, sus clientes; sino también a miembros dentro de las instituciones lo que le permite delinquir en total impunidad. Su actitud es siempre “maquiavélica”, para él, el fin siempre justifica los medios. «No hay crimen sin ley», a nadie se lo puede condenar por algo incorrecto que no haya sido tipificado como delito. Suena injusto, lo es. Tampoco hay justicia cuando estando tipificado el delito (es crimen) los jueces tienen dueño. Algunos miembros del Poder judicial, muchas veces, son parte de la mafia. Y en ese caso los crímenes quedan impunes.

Esto es más viejo que el hilo negro, siempre ha sido así. Los mafiosos tienen redes en todas partes para salir impunes. Es importante tener esto en cuenta para analizar en perspectiva lo que estamos viendo en el llamado “caso audios”, donde el capo de la mafia, se cree intocable y tal vez lo sea. Tiene poder, puede colocar jueces, pagar favores y es conocedor de “secretos”. Es dueño de innumerables almas y eso explica el manto vergonzoso de impunidad frente a los evidentes ilícitos.

Con la mafia se pierde la igualdad ante la ley, y eso indigna. La corrupción es algo mucho más abundante de lo que suponíamos en Chile. El narco y el crimen organizado tienen tentáculos en todas partes. Sus clientes se reclutan especialmente desde los más pobres. Son dueños de barrios y áreas extensas en distintas ciudades del país. La pobreza y la criminalidad son tierra fértil para la aparición de estas redes corruptas “de protección”. Cuando el Estado no está y la pobreza abunda ellos florecen. Su negocio y su poder depende de los pobres y del crimen, por eso los multiplican y los mantienen llenos de temor, es un círculo vicioso del que parece imposible salir. Pero al diablo hay que llamarlo por su nombre, identificarlo y “ponerle el cascabel al gato”. Saben lo que hay que hacer, si no lo hacen es porque tal vez están involucrados.

Por Magdalena Merbilháa, periodista e historiadora, para El Líbero

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