Una bien lograda elección primaria para alcaldes en 60 comunas y para gobernadores en 2 regiones no va a sacar al país del estancamiento político actual y del inmovilismo en que hemos caído después del fracaso del proceso constituyente, escribe el sociólogo, cientista político y académico de la UDP Patricio Navia en su columna de opinión en El Líbero.

Es un error esperar que las primarias alteren el tablero político en Chile. Aunque son un evento importante para la democracia, las primarias tienen mucho más impacto a nivel local que a nivel nacional. Ni el gobierno va a mostrar que ha aprendido a hacer su trabajo ni los partidos van a demostrar más disciplina, o las coaliciones más cohesión, en las semanas que vienen. El estancamiento que experimenta el país, la incapacidad de la clase política para ponerse de acuerdo en proyectos que llevan demasiado tiempo en espera, y el desinterés de la gente en las elecciones y en la política en general después del fracasado proceso constituyente no se arreglan con unas primarias de alcance limitado y cuyo impacto es más bien local.

En la vida, siempre es mala idea hacerse expectativas demasiado altas. Mucha de la gente que ha reclamado por la baja participación electoral que hubo en las primarias debiera revisar un poco los datos sobre lo que ocurre en primarias municipales en otras democracias presidencialistas como la chilena. La participación nunca es muy alta. Las primarias municipales (porque eso es lo que mayoritariamente tuvimos ayer) no pueden ser comparadas con las elecciones nacionales y ni siquiera con las primarias presidenciales.

Por eso mismo, resulta incomprensible que la legislación trate a las primarias -en las que el voto es voluntario- con reglas similares a las que existen para elecciones nacionales. Las prohibiciones que afectan al comercio, a la industria del entretenimiento y a otras actividades económicas no se justifican cuando hay primarias municipales.

Para que la democracia funcione bien y se valore en su justa medida, el ejercicio de la democracia no debe representar un costo engorroso para las personas. En Chile, producto de la farra constitucional que vivimos, hemos tenido al menos una elección por año desde 2020. En circunstancias normales, las primarias del domingo hubieran sido la primera votación después de la segunda vuelta de la contienda presidencial de 2021. Esto es, habríamos tenido 30 meses sin haber concurrido a las urnas. Pero como, después de la segunda vuelta de diciembre de 2021, tuvimos el plebiscito de salida de septiembre de 2022, las elecciones para el consejo constitucional (el segundo proceso constituyente) en mayo de 2023 y el segundo plebiscito de salida de diciembre de 2023, la gente comprensiblemente está cansada de tantas elecciones. Ahora bien, el problema no son las primarias. Fue el innecesario, agotador y fracasado proceso constituyente. No hay para qué culpar a las primarias por el desgaste de la gente con las elecciones.

Además, siempre es mejor que la gente, y no los líderes de los partidos, decidan quiénes van a ser los candidatos. Las negociaciones entre los partidos a menudo resultan en imposiciones que la gente puede resentir o en acuerdos entre partidos que terminan tratando a las comunas como piezas de un rompecabezas. Esa nefasta lógica anticompetitiva de “el que tiene, mantiene” que los partidos muchas veces privilegian es profundamente dañina para la calidad de la democracia. Aunque haya habido una baja participación, todos los candidatos que ganaron sus nominaciones el domingo tienen una inapelable legitimidad democrática.

Con todo, si bien es mejor tener primarias que no tenerlas, es ilusorio pensar que las primarias van a fortalecer a la democracia. Como instrumento para la selección de candidatos, las primarias no son un remedio para todos los problemas que afligen a la democracia. La participación en primarias más bien es un síntoma de qué tan bien anda la democracia. Si creemos que la participación fue muy baja, la solución no es dejar de hacer primarias, sino buscar formas de promover mayor participación. En muchos lugares en que las primarias fueron competitivas, hubo más participación. Basta contrastar la participación razonablemente meritoria en Lo Barnechea, La Florida o Peñalolén -comunas donde la elección era percibida como competitiva- con la baja participación en Puente Alto -comuna donde la candidata favorita de la oposición derechista, Karla Rubilar, prácticamente corría sola. Pero incluso en Puente Alto, Rubilar y el PS Luis Escanilla, que ganó las primarias del oficialismo, tienen una legitimidad democrática superior a la que tendrán sus rivales en la elección de octubre.

Lo que sí no se puede esperar de las primarias es que alteren el tablero político del país. Los problemas que ha tenido el gobierno para hacer bien su trabajo -que incluye combatir la delincuencia-, la incapacidad de la clase política para ponerse de acuerdo y el fracaso de la élite para poder poner al país a transitar por la dirección correcta son problemas mucho más grandes. Una bien lograda elección primaria para alcaldes en 60 comunas y para gobernadores en 2 regiones no va a sacar al país del estancamiento político actual y del inmovilismo en que hemos caído después del fracaso del proceso constituyente.

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