La polémica que se ha generado por la aplicación de la regla de paridad de género en la composición del Consejo Constitucional invita a repensar el diseño institucional que busca garantizar que la composición de los órganos de representación tenga igual número de hombres y mujeres.

Si de verdad queremos como sociedad que, independientemente de cómo vote la gente, siempre haya igual número de hombres y mujeres en un cuerpo de representación, entonces cada distrito o circunscripción electoral debiera tener dos papeletas (dos votos), una con todos los candidatos y otra con todas las candidatas. Los electores tendrán así dos votos, uno para escoger a un hombre y el otro para escoger a una mujer. De esa forma, ya no habrá candidaturas que, habiendo obtenido una votación sustancialmente mayor, sean marginadas de los cargos para acomodar a candidatos o candidatas que obtuvieron una votación especialmente baja.

En sistemas de representación proporcional con lista abierta, como el que tiene Chile, las personas votan por candidaturas específicas, pero los escaños se asignan a la votación total que obtuvieron todas las candidaturas de una lista. Por eso, cuando un candidato de la Lista A obtuvo una votación muy alta, ese candidato “arrastra” a otros candidatos de su lista que obtuvieron una votación menor.

Por eso, muchas veces, cuando todos los candidatos de una lista obtuvieron baja votación, pero en conjunto suman suficientes votos para ganar un escaño, la lista recibe un escaño y esa votación va a la persona que más votos sacó en esa lista. Eso ocurrió, por ejemplo, varias veces, en la elección de convencionales constituyentes en 2021, con la llamada Lista del Pueblo.

Esa forma de distribuir escaños permite garantizar que los partidos tengan una representación más cercana a la votación que obtuvieron, en conjunto, todos los candidatos de ese partido. Con esa forma de asignar escaños, además, se permite que la gente pueda votar libremente por cualquier candidatura de un partido sabiendo que su voto no será desperdiciado. Esto porque, aunque esa candidatura no logre un escaño, ese voto sumará al conteo total del partido y así se optimizará la posibilidad de que alguien que comparta la militancia partidista alcance un escaño.

En otras democracias del mundo con representación proporcional, se utiliza una lista cerrada. Esto es, la gente vota por partidos y no por personas. Los partidos ordenan las candidaturas de acuerdo a su propio criterio. Cuando el resultado de la votación determina que al Partido X le corresponden dos cupos, entonces las dos primeras personas en la lista del partido (candidatura 1 y 2) reciben esos cupos.

Esos sistemas de lista cerrada permiten que las leyes de cuota de género se apliquen de forma simple y clara. Si la ley de cuota es de 50%, entonces el partido debe usar el sistema cebra -una mujer, un hombre- en sus candidaturas. Cuando el orden se determina por sorteo (en algunos distritos la mujer va primero, y en otros el hombre), los resultados tienden a producir una composición del cuerpo legislativo que se acerca a la paridad de género.

Pero en sistemas de lista abierta, como el que usa Chile, la única forma de garantizar paridad de salida es a través de una cuestionable -y profundamente injusta- distorsión de la voluntad popular. Aunque las personas hayan preferido votar por más mujeres que hombres -o por un hombre más que por una mujer- la ley establece que la voluntad popular puede ser distorsionada e ignorada en pro de garantizar la paridad de género.

Si bien es comprensible querer privilegiar la paridad de género, es engañoso decirle a la gente que puede escoger a su candidato cuando en realidad esa opción está condicionada a la posible necesidad de establecer paridad de género en el resultado de salida.

Si queremos respetar la voluntad popular y también hacer valer la paridad de género, entonces la opción más razonable es convertir los 28 distritos de la Cámara de Diputados en 56 distritos -28 para candidaturas de hombres y 28 para candidaturas de mujeres.

Esto pudiera implicar aumentar el número de escaños en la Cámara para lograr que cada par de distritos escojan igual número de hombres que de mujeres. Pero un aumento en el número de escaños -que nadie quiere, lo entiendo- permitiría corregir la sobrerrepresentación de algunos distritos y así hacer valer el principio de una persona, un voto.

Pero si cada distrito del país (Magallanes, por ejemplo) se convierte en dos distritos paralelos en que cada votante pueda escoger entre una lista de candidatos y otra lista de candidatas, entonces vamos a poder tener un Congreso con paridad de género en su composición y que, a la vez, respete la voluntad de los electores. El sistema actual, que fuerza la paridad de género de salida, viola profundamente la voluntad popular al dejar fuera a candidaturas que obtuvieron una alta votación simplemente porque no son del género «correcto» en ese distrito.

Si queremos mejorar la democracia, no podemos ignorar la voluntad de los votantes y, por secretaría, violentar el deseo de los electores dejando fuera candidaturas que obtuvieron una alta votación para, mañosamente, hacer corrección de paridad de género.

Si queremos paridad de género, convirtamos los 28 distritos electorales actuales en 28 distritos que escojan por representación proporcional a 78 mujeres y otros 28 distritos idénticos en que se elija por representación proporcional a 78 hombres.

Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero

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