A veces, para avanzar hay que olvidar. El asunto es que el olvido tiende a ser selectivo. Se sufre amnesia de lo que no se quiere recordar, porque no es funcional para determinados intereses, y se evita olvidar lo que si lo es. Como todo en la vida. Lo del altruismo es escaso. Como decía Hobbs –tan de actualidad por estos tiempos-, los seres humanos son por naturaleza egoístas. Es con lo que debemos lidiar, a fin de cuentas. Y mucho de eso hay en la discusión por estos días en Chile, entre los olvidos y los recuerdos. Olvidos de lo vivido y dicho hace poco más de tres años y recuerdos de los traumas de hace más de 50. El país de las heridas que se cruzan unas sobre otras, como apuntaba hace algunas semanas Joaquín Trujillo.

 

 

O de los monstruos de ayer y hoy, como escribía Ascanio Cavallo el domingo pasado. Porque para, él, como decía Simon Leys, “una sociedad civilizada no es una que tiene una menor proporción de individuos criminales (…) sino aquella que les brinda menos oportunidades de manifestar… sus inclinaciones”. Y ocasiones en el último tiempo han tenido. “No hay momento de mayor fractura que la revuelta del 18 de octubre de 2019”, dice. Y si bien, “una revuelta de contenido político no es lo mismo que el delito, no es infrecuente que lo cobije”, como tampoco lo es que en ella se desplieguen eslóganes contra la policía. Lo raro, apunta, “es que ahora se le pida que los ignore”. Pero en eso estamos.

Es ese asunto del péndulo. Como escribía Max Colodro el domingo, “la velocidad con que cambian las prioridades y los estados de ánimo en el país es sorprendente”. Pasamos de creer que la Constitución era la madre de todos los problemas, a una campaña por consejeros constitucionales que a nadie parece interesar. “Si algo hemos confirmado en estos años”, apunta Colodro, “es que Chile no es un país con una agenda de cambios derivada de un diagnóstico, sino que vive de estados de ánimo alimentados por la urgencia”. Algo de esos momentos revolucionarios de los que hablaba Arno Mayer, y que cita Alfredo Jocelyn-Holt en su columna, cuando “quienes toman las decisiones actúan menos según cómo están las cosas que según como se las percibe y define”.

Hay algo de la política de las emociones en todo eso, como también lo hay en el nuevo ethos por la seguridad que parece impregnar el ambiente. Uno que, según Óscar Contardo, instala más de un peligro, porque algunos, dice, pasaron de “querer ser identificados desde las grandes metrópolis como diferentes del resto de los países del continente”, a mirar con admiración un modelo de la región. Uno, dice, que se agota “en un liderazgo efectista, vulgar y frívolo, porque “la receta del presidente Bukele”, apunta, “que está sirviendo de inspiración a varios liderazgos de ocasión, sólo exige cantidades enormes de pobreza, toneladas de miedo, aliñado con rabia, una democracia débil, tribunales maniatados y una fe sublime en las propiedades modernizadoras de los grilletes”.

Un problema de todos

Hay que reconocer que le problema de la seguridad no es asunto exclusivo de estos lares. En Perú, el alcalde de Lima está pidiendo sacar a los militares, mientras que en Ecuador el Presidente Lasso autorizó a los civiles a portar armas para defenderse, pasando por Argentina, donde el tema se ha instalado como un tema clave de campaña. Por algo el ministro de seguridad, Aníbal Fernández, alertaba hace unos días con “calles regadas de sangre y muertos si gana la oposición”. Lo de la campaña del terror siempre vende, aunque resultados no de muchos. Nada es original, a fin de cuentas. El problema es compartido. Como decía hace algún tiempo el sociólogo Juan Pablo Luna, “Chile ha vuelto a América Latina”, y la seguridad es un ejemplo más.

El asunto es qué hacer al respecto. Eso al menos se pregunta Gabriel Zaliasnik en su columna del martes pasado. Y para él, el camino para no caer en esa violencia colombiana que Fernando Vallejo retrata en La Virgen de los Sicarios, pasa por que “la intervención del Estado, usando el monopolio de la fuerza que posee, debe ser decidida y no errática como hasta ahora”. Nada de señales confusas, dice. Según él, un ejemplo es el debate por el uso de la fuerza y el proyecto para acotarlo. “Se insiste en una errada aplicación del principio de proporcionalidad”. La fuerza usada no puede fijarse en relación al tipo de agresión, dice. “De lo que se trata es usar una fuerza superior –con racionalidad”, asegura Zaliasnik. Sin consenso en eso, la batalla está perdida.

Más aún cuando empiezan a instalarse otras relaciones, como agrega Sebastián Izquierdo. “El aumento de los homicidios, del crimen organizado, del narcotráfico, de los ingresos clandestinos y los últimos ataques a Carabineros, ha llevado a que resuene con fuerza una especie de relación entre la inmigración desregulada y la actual crisis de seguridad”, escribe. Un escenario que se suma a la directriz del fiscal nacional de dejar en prisión preventiva a los extranjeros indocumentados. Una medida, dice Izquierdo, que por muy necesaria que sea, plantea otro problema, la saturación carcelaria. Y según él, “tan importante como hacer frente a la delincuencia (…) es que las prisiones funcionen como corresponde”. Y eso, arrastra una larga deuda.

¿Hacia dónde vamos?, es la pregunta que se hace Juan Carvajal. Y para ser sincero muchos parecen no tenerlo claro. El hecho, según él, es que “la triada seguridad-elecciones-populismo es una mezcla explosiva que está causando mucho daño al país”. Por eso, apunta, más que “legislar en caliente o buscar soluciones sólo motivados por el drama” se requiere “discusión, reflexión y grandeza” para garantizar “cambios que se proyecten en el tiempo”. La vieja democracia de los acuerdos sigue buscando  espacios. Sólo así, dice Carvajal, “se logrará reinstalar la estabilidad política necesaria para derrotar el narcotráfico y la delincuencia”. Habrá que ver si es posible. Mientras, algunos se preguntan como Quevedo si hay vida sin seguridad.

Futuros posibles

Será que estamos en el “fin de los tiempos”, como titula su último libro el cientista social Peter Turchin –uno de los primeros en prever la conflictividad social que se está viviendo en el mundo- o al menos, de “unos” tiempos. Vamos hacia el final de la desintegración política, dice. Es verdad que el analiza el caso de Estados Unidos, pero el hecho es que por acá el clima político tampoco es el mejor. Y si bien para Daniel Matamala lo sucedido con el proyecto de 40 horas prueba de que sí se puede llegar a acuerdos, para otros el problema va mucho más allá. “Vivimos en tiempos en que se han validado conductas inciviles”, y eso hace todo más difícil, dice el investigador de la FPP Jorge Gómez.

 

 

Conflicto hay, no por nada el Presidente pidió hace algunos días una “tregua”, la que fue inspiración para más de algún columnista. Según Gonzalo Cordero, por ejemplo, si bien “interrumpir una lucha es positivo”, “para que la tregua termine bien se requiere un cambio de actitud”. Y ahí está el problema. “Hasta ahora no está claro en qué situación nos encontramos”, dice. Está el debate por las reglas del uso de la fuerza “donde la oposición no tuvo opción de dar su opinión” y “la conmemoración de los cincuenta años donde tampoco se percibe ánimo de tregua”. Eso de la tregua, parece más un artificio táctico, que un cambio real de disposición, apunta. Posiciones encontradas que se sigue repitiendo, basta ver lo sucedido con el litio.

Y si de posiciones encontradas se trata, éstas van más allá de derechas e izquierdas. El principal problema del Presidente es “con quienes otrora lo ungieron como líder”, apunta Óscar Guillermo Garretón. Grietas que atraviesan a casi todas las coaliciones de izquierda en el continente y que para Carlos Meléndez instalan la pregunta si ahora viene el turno de la derecha. Con la inseguridad, en alza en América Latina, esa posibilidad es cierta. Pero, el asunto, para Meléndez, es que ante la falta de liderazgos que cautiven en la derecha convencional, la interrogante que surge es otra: ¿será el momento de derechistas radicales como el argentino Javier Milei o el peruano Rafael López Aliaga? En tiempos de grietas y confusión, todos los futuros son posibles.

 Boletín semanal de Opinión de La Tercera por Juan Paulo Iglesias