La inspiración ideológica de la nueva izquierda al momento de pensar las instituciones, hasta antes de llegar al poder, fue principalmente el antiliberalismo de Fernando Atria (que no pertenece a la generación del Presidente Boric, sino a la autoflagelancia tardía de la Concertación que configuró la Nueva Mayoría). Dicho antiliberalismo, etiquetado como “antineoliberalismo”, moraliza la relación entre Estado y mercado, condenando al segundo e idealizando al primero. Pero no sólo las instituciones con fines de lucro resultan problemáticas para el padre intelectual de Revolución Democrática, sino que todas las organizaciones intermedias, en el pensamiento de Atria, son de por sí sospechosas. Tal como Carl Schmitt aborrecía, siguiendo a Hobbes y a Rousseau, a los “poderes indirectos” que deciden cuando el soberano no lo hace, Atria sólo ve déficit y abusos en las organizaciones civiles autónomas que prestan servicios públicos de acuerdo a sus valores y principios fundacionales. Tal es el caso, por sólo nombrar algunos ejemplos, con la Pontificia Universidad Católica o la Teletón. Estas ideas están presentes en forma clara en “Neoliberalismo con rostro humano”, “Derechos sociales y educación: un nuevo paradigma de lo público” y, en menor medida, en “El otro modelo”. Atria, hasta ahora, nunca ha sido capaz de reconocer alguna crítica a su trabajo como válida, sin embargo, hizo modificaciones a la segunda edición de “El otro modelo” para maquillar el conflicto entre su visión política y las asociaciones intermedias, haciendo eco, sin mencionarlo, de los cuestionamientos que ha venido descalificando como meras distorsiones por más de una década.

La inspiración central del diseño institucional atriano es el modelo del National Health Service (NHS) británico, tal como fue formulado por Aneurin Bevan, el ministro de salud del Primer Ministro laborista Clement Attlee entre 1945 y 1951. Dicho sistema se basa en cuatro principios: gratuidad en el punto de atención, disponibilidad para todos los que lo necesiten, financiamiento mediante impuestos generales y uso responsable de sus servicios. En otras palabras, un servicio estatal de atención universal. La propuesta de Atria es extender estos principios a todos los servicios públicos fundamentales en Chile. Por razones tácticas, cree que el sistema educacional es la punta de playa más fácil de capturar para iniciar esa expansión. Por lo mismo, termina defendiendo la gratuidad universitaria a pesar de que sea una política regresiva, luego de que fallara una propuesta suya que intentaba hacerse cargo de ese problema. También, por cierto, es uno de los grandes promotores de acabar con la selección escolar y con la educación particular subvencionada con fines de lucro. El objetivo detrás de todas estas medidas es consolidar un sistema de educación universal centralizado inspirado en los principios del NHS.

Un rasgo notorio en el discurso de Atria es siempre comparar la realidad concreta de las instituciones de mercado con una versión abstracta e ideal de las instituciones estatales. Esto hace que siempre parezca una ganancia moverse desde las primeras a las segundas, sin importar las consecuencias. Una segunda característica de Atria y la mayoría de los reformistas atrianos es que no arriesgan la piel en los cambios que proponen: por pertenecer al segmento más rico de la sociedad, sus vidas y las de sus conocidos no se ven modificadas por las políticas que impulsan. Luego, no hay mayor incentivo a que se tomen en serio lo que están haciendo, evaluando el impacto directo e indirecto de dichas medidas en la vida de los directamente afectados. Pueden permanecer con tranquilidad de conciencia, entonces, en el plano abstracto e ideal. Esto es claro en la impermeabilidad a toda crítica respecto a los resultados de las reformas educacionales llevadas adelante. Siempre son, a sus ojos, mejores que cualquier alternativa con mayor influencia privada.

Tomando todo esto en cuenta, resulta evidente la tentación que siente el gobierno de Gabriel Boric por dejar que el sistema de isapres se hunda y la mayor parte de sus afiliados sean arrastrados por la corriente hacia las orillas de Fonasa. Es como si el mismo Aneurin Bevan golpeara su puerta. La parte privada del sistema de salud quedaría casi totalmente suprimida de hecho, sin necesidad de dar una batalla política para lograr ese resultado, sobreviviendo sólo para los más adinerados, entre los que se cuentan, además de los teóricos socialistas, todos los dirigentes políticos de izquierda, así como los altos cargos del gobierno. El tipo exacto de situaciones criticadas por Nassim Nicholas Taleb en su libro “Skin in the Game”.

Para peor, pretender aplicar los principios del NHS a otro sistema de salud resulta mucho más justificable y razonable que tratar de embutirlos por analogía en el sistema educacional. Si todas las personas son iguales en dignidad y derechos, eso debería reflejarse tal cual en el acceso a la salud, ya que ningún cuerpo vale más que otro. En las verdes praderas de la teoría, no tomar la oportunidad de “dar un paso en la dirección correcta” que ofrece el colapso de las Isapres parece del todo injustificado.

Sin embargo, en el plano de la realidad las cosas no son tan simples. Los dos millones de usuarios, varios con problemas de salud crónicos, que llegarían a Fonasa (considerando que un millón de los actuales afiliados puedan seguir arreglándoselas con seguros privados) requieren ser tratados. Eso exige capacidad y financiamiento, y el sistema estatal de salud presenta problemas en ambos frentes. ¿Está dispuesta la izquierda gobernante a reformar el sistema público para aumentar su capacidad de gestión y atención? ¿Están dispuestos a tomar recursos de otras partes, como la gratuidad universitaria, para destinarlas a darle soporte a ese esfuerzo? Todos sabemos que no. Y que, incluso si estuvieran dispuestos, ese proceso tomaría un par de años por lo bajo. Luego, el golpe de esos dos millones de afiliados nuevos tendría que ser absorbido por el sistema de salud estatal tal como está. Y buena parte del costo sería traspasado a todos sus usuarios, que verían agudizados todos los problemas que actualmente presenta dicho sistema.

En resumen, si el gobierno no logra gestionar una demolición controlada del sistema de Isapres, así como probablemente la creación de un nuevo sistema de seguros privados que pueda absorber una igual o mayor cantidad de clientes, el derrumbe del sistema tendrá efectos nocivos para la vida de millones de chilenos, por más que el gobierno se anote un triunfo ideológico contingente. Y dicho triunfo ideológico tendrá, además, pies de barro, pues habrá agua en la piscina para revertirlo tan pronto como sea posible. Por una pasada irresponsable de corto aliento, entonces, pueden anotarse una derrota política mayor de largo plazo.

Esta crisis, por lo demás, es una oportunidad para que el gobierno comience a observar sus propios puntos ciegos ideológicos, abriéndole camino a una nueva generación de intelectuales. La arrogancia política, que les ha generado tanto daño, está directamente vinculada a la simplificación moralizante de las diferencias entre lo estatal y lo privado. Al considerar lo estatal sólo desde un punto de vista abstracto e ideal, mientras que lo privado es juzgado por sus resultados reales, el novoizquierdista ha terminado por situarse a sí mismo en un plano de superioridad moral abstracta, al tiempo que el adversario se le presenta como abyecto y bajo, al estar conectado a los males concretos del mundo. Para salir de ese agujero de conejo la nueva izquierda necesita comparar realidades con realidad y atreverse a pensar reformas desde ahí, lo que debería llevarlos a un razonamiento más pragmático y aterrizado, además de menos arrogante. La generación de los sobreposgraduados no tenía fórmulas mágicas, después de todo.

La nueva izquierda, tal como han mostrado estos meses de gobierno, necesita desesperadamente una reforma intelectual que ponga en línea de forma responsable sus agendas con el bienestar real de las mayorías. El curagatiquismo que, en el mejor de los casos predica pero no practica, es una muy mala escuela, que anticipa un futuro político e intelectual indecoroso. Reconciliarse con la realidad del mundo debería ser una prioridad, y eso exige preocuparse por los efectos que tienen las ideas una vez que entran en contacto con la realidad. La distancia entre un posicionamiento y otro es la distancia que hay entre Fernando Atria y Noam Titelman, que es el primero en levantar una reflexión crítica de izquierda desde la propia generación política del Presidente.

/Escrito por Pablo Ortúzar para La Tercera

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