Al anunciar los nombres de los cuatro astronautas que tripularán la misión Artemis 2, la NASA pone en marcha definitivamente la cuenta atrás para el regreso del ser humano a la Luna. La agencia espacial americana prevé que la cápsula Orión orbite el satélite a finales de 2024 con Christina Koch (primera mujer en hacerlo), Victor Glover (primer hombre negro), Reid Wiseman y Jeremy Hansen. Todos son de EEUU menos el último, que es canadiense. Si todo va bien, un año más tarde Artemis 3 permitirá que una persona vuelva a poner sus pies sobre la superficie lunar, algo que no ocurre desde diciembre de 1972, cuando llegó el Apolo 17.
¿Por qué ha esperado la NASA más de 50 años para volver? ¿Qué intereses la mueven ahora? El programa Artemis, que cuenta con la participación de la Agencia Espacial Europea (ESA), Japón y Canadá, pretende establecer una presencia humana estable en la Luna que sirva para impulsar el salto a Marte. Todo comenzó con Artemis 1, una misión que entró en la órbita lunar sin tripulación, lanzada con éxito desde el Centro Espacial Kennedy el 16 de noviembre de 2022. En menos de una década, podrían sumarse otras ocho ya con astronautas, aunque solo están confirmadas la segunda y la tercera. En cualquier caso, este nuevo interés por la conquista del espacio no podría explicarse sin factores económicos, tecnológicos y geopolíticos.
A mitad del siglo XX, la Guerra Fría impulsó una carrera espacial que ya parece muy lejana en el tiempo, pero en cierto modo este nuevo mundo, más complejo y con más potencias relevantes, está sujeto a motivaciones políticas similares. “Hay muchos actores que han entrado en escena, países y empresas privadas que tienen la tecnología para ir”, explica a El Confidencial David Barrado Navascués, director científico del Centro de Astrobiología (CAB, centro del CSIC y del INTA). De hecho, “es una competición: como el otro lo puede hacer y lo va a hacer, yo también tengo que estar allí”.
Por qué ahora
Dicho de otra manera, “ahora mismo EEUU no se puede permitir prescindir del programa Artemis porque alrededor de 2030 vamos a ver astronautas chinos caminando sobre la Luna”, afirma Daniel Marín, astrofísico y divulgador científico. Si la NASA no responde a ese desafío, desde el punto de vista del prestigio internacional quedaría muy mal, sobre todo ahora, que hay una nueva Guerra Fría con China”. El apoyo de las agencias de otros países —a los socios actuales podría unirse Emiratos Árabes Unidos— también rema a favor.
El desarrollo tecnológico es otro factor clave en este nuevo impulso a la carrera espacial. Si hace décadas se logró con muchos menos medios, ¿por qué no repetir ahora? El módulo lunar del Apolo tenía una potencia de computación que hoy en día supera cualquier calculadora de bolsillo. En la actualidad, la seguridad en este tipo de misiones es infinitamente mayor gracias a nuevos sistemas que permiten, por ejemplo, los alunizajes automáticos. En definitiva, los avances parecen facilitar objetivos que antes eran auténticas hazañas y solo estaban al alcance de EEUU y la URSS. A pesar de todo, “los programas espaciales siempre tienen un factor de riesgo, tanto en el lanzamiento, que de vez en cuando falla, como en los viajes y en todo el desarrollo de las misiones”, advierte el experto del CAB, “sigue habiendo desafíos y problemas”.
Además, estos grandes proyectos llevan implícito incorporar innovaciones que nos permitan ir poco más allá, como ocurre con el nuevo cohete Space Launch System (SLS), que es el más potente desarrollado hasta ahora. En ese sentido, “el programa Artemis está diseñado para la eventual llegada a Marte, todo apunta a que la Luna sería una base de tránsito”, recuerda Barrado Navascués. Con esa perspectiva, nuestro satélite sería un objetivo intermedio, destinado a convertirse en una especie de trampolín que pueda facilitar operaciones y recursos. Resulta inconcebible pensar en misiones mucho más arriesgadas sin volver a pasar antes por allí.
Pero ¿la Luna puede tener también algún tipo de interés en sí misma? La superficie lunar contiene grandes cantidades de helio-3, un isótopo no radiactivo que en un futuro podría emplearse como combustible para producir energía por fusión nuclear. “Hay muchas dudas sobre la viabilidad de esa fuente energética, pero en cualquier caso ahí está”, comenta Barrado Navascués. A pesar de los últimos avances, la fusión nuclear sigue estando muy lejos. “Ahora mismo no tenemos la tecnología necesaria y posiblemente se tardará décadas en conseguir ese hito, pero en esto se está mirando a muy largo plazo”, apunta.
Aparte del helio-3 no parece que haya otros elementos cuya explotación pueda ser económicamente viable. No obstante, sí que podrían resultar útiles para el establecimiento de bases y para la exploración espacial. Por ejemplo, “sabemos que en el polo sur de la Luna hay hielo y los primeros que lleguen donde es más accesible van a controlar este recurso”, comenta Marín, así que también existe una cierta “carrera” por ello.
Cualquiera diría que nuestro satélite puede convertirse en el nuevo salvaje oeste americano, pero lo cierto es que existen tratados internacionales que, aunque de forma ambigua, impiden una explotación unilateral. Sin embargo, ya en la época del presidente Obama EEUU aprobó una ley que permitía el uso comercial de las riquezas recogidas en los asteroides y en la Luna. A pesar de que los acuerdos establecen que el espacio le pertenece a todo el mundo, es probable que, llegado el momento, la realidad sea distinta.
Socios y competidores
No sabemos si la promesa de esos recursos tiene algo que ver con otro factor que está diferenciando la actual carrera espacial, el capital privado, pero en el caso de EEUU esa participación “está siendo crucial”, afirma el director científico del CAB. Varias empresas han competido ya por el desarrollo de módulos con dinero público y compañías como SpaceX y Blue Origin están llamadas a tener un papel crucial en aspectos fundamentales de las misiones, como los cohetes. “Están jugando un papel decisivo y la NASA descarga en estas empresas más y más responsabilidades”, afirma el experto. De hecho, “va camino de convertirse en un cliente más que en una agencia que lanza cohetes”, añade.
Las agencias espaciales de otros países también contribuyen de manera importante al programa Artemis. Entre esos socios destaca la ESA. Por eso, algunos se preguntan por qué hay un astronauta canadiense entre los primeros elegidos y ninguno europeo. “Desde mi punto de vista, la ESA no ha negociado de una forma muy hábil”, opina Marín. En realidad, todo forma parte de un delicado sistema de equilibrios. Europa suministra los módulos de servicio de las primeras naves Orión, dentro del programa Artemis, y lo hace como forma de pago a EEUU por el uso de la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés).
Más adelante, la ESA también se encargará de los módulos de la Plataforma Orbital Lunar Gateway, futura estación que orbitará la Luna, y esto sí que le dará derecho a tener asientos para sus astronautas. En principio serán tres, pero para las misiones que se mantendrán en la órbita, no para bajar a la superficie lunar. Los dos primeros serían para Artemis 4 y el tercero, para Artemis 5. “Si no se renegocia nada, estaríamos hablando de más de 10 años para ver un astronauta europeo en la superficie de la Luna”, lamenta el experto.
De hecho, hay que tener en cuenta que las previsiones de que Artemis 3 estará lista para 2025, en realidad, son demasiado optimistas. Después de esa misión, que permitirá que algún ser humano ponga sus pies en la Luna por primera vez en el siglo XXI (aún no se sabe quiénes), está previsto un parón de más de dos años hasta Artemis 4, que en cualquier caso no llegaría antes de 2028. A partir de entonces, el plan es enviar una misión por año que sería doble: los astronautas irían a la estación Gateway y también aterrizarían en la superficie lunar.
Mientras, otros países desarrollan programas espaciales que también apuntan a la Luna, desde la gigantesca India hasta el pequeño Israel, que tras estrellar una nave no tripulada en el satélite, ya prepara nuevos planes. No obstante, por el momento “la única potencia que ha demostrado la capacidad técnica de enviar astronautas es China”, destaca Barrado Navascués. Los chinos se han fijado como fecha para el alunizaje el final de esta década, aunque “no son demasiado abiertos con respecto a sus intenciones”.
¿Y Marte para cuándo?
En cualquier caso, tanto unos como otros parecen vender ese paso por la Luna como una escala hacia Marte. Sin embargo, los expertos son prudentes. “He estado interesado en los programas espaciales desde que era niño y siempre he oído que Marte estaba a 10 o 15 años vista”, comenta el director científico del CAB, así que “soy bastante escéptico acerca de nuestra capacidad técnica y económica para enviar misiones tripuladas con garantías, y sobre su eficacia y necesidad”.
Las dificultades para dar ese enorme salto siguen siendo las mismas. La tripulación se enfrentaría a grandes retos de supervivencia: llevar a cabo un viaje larguísimo en condiciones hostiles, sin protección frente a tormentas solares o a la radiación cósmica. Además, hoy por hoy no contamos con naves que puedan emprender el viaje de vuelta. “Tenemos que evaluar la necesidad de enviar seres humanos a Marte y ver cuáles son las ventajas reales más allá de la propia épica del viaje”, opina Barrado Navascués, “poque se puede hacer lo mismo, mucho más rápido, más barato y de forma mucho más segura con misiones automáticas”.
“El programa Artemis está enfocado en la Luna y todas las agencias espaciales del mundo están mirando allí. Es verdad que Marte es un objetivo a largo plazo tanto para la NASA como para China, pero ahora mismo no hay ningún programa en firme”, comenta Marín. A largo plazo, pensar en mantener la estación Gateway en el satélite y un programa de misiones regulares parece incompatible con grandes expediciones al planeta rojo. “El presupuesto de la NASA no está para mantener un programa marciano tripulado y otro lunar al mismo tiempo”, asegura.
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