Para la gente de a pie, la diferencia más importante que existe en Chile no es ideológica, entre la izquierda y la derecha, sino que es entre los poderosos y el resto de los chilenos. Por eso, el caso de Luis Hermosilla representa un misil a la línea de flotación del orden social y político en Chile. Porque los chilenos siempre han sospechado que la izquierda y la derecha unidas, jamás serán vencidas, la evidencia que hasta ahora se sabe del contenido de los chats telefónicos de Luis Hermosilla deja en claro que la justicia en Chile no es la misma para todos y que, cuando eres de la élite, da lo mismo el partido en el que militas, porque perteneces a una casta de intocables que no paga sus errores, fallas y pecados de la misma forma que el resto de los chilenos.

Lo que hasta ahora se sabe del caso audios viene a confirmar la sospecha de la gente de que no importa si uno es de izquierda, derecha o no se identifica en la escala ideológica. Lo que verdaderamente determina si la gente va a tener acceso a las oportunidades que brinda estar cerca del poder es la clase social a la que pertenece cada quién. Si naciste en una familia que es parte de la élite dominante -a la fronda aristocrática de antaño- da lo mismo si tienes un sticker de Allende, Pinochet o el perro matapacos en tu computador, las oportunidades se te abrirán en la vida. Hasta pudieras llegar a ser Presidente sin tener los méritos académicos o profesionales que se le exige al resto. En cambio, si no naciste con los apellidos correctos ni fuiste a los colegios de élite, da lo mismo que hayas leído a Hayek o te hayas aprendido de memoria los textos de Marta Harnecker, no vas a estar invitado a la fiesta -ni cuando gobierne la derecha, ni cuando gobierne la izquierda.

Lo que hasta ahora se sabe de los chats de Hermosilla deja en claro que el connotado abogado tenía acceso a todos los espacios de poder. En gobiernos de derecha, como el de Sebastián Piñera, Hermosilla públicamente se paseó por los pasillos de La Moneda y formalmente defendió al entonces ministro del Interior Andrés Chadwick en una acusación constitucional que levantaron los miembros del Frente Amplio -un grupo de jóvenes políticos de la élite en el que participa un hijo de Hermosilla y con quienes el propio Hermosilla ha tenido relaciones cercanas y cordiales. En gobiernos de izquierda, como el de Bachelet, Hermosilla chateaba con una importante ministra, Ana Lya Uriarte, para conversar sobre el caso de corrupción Caval, que afectaba al hijo de la Presidenta Michelle Bachelet, Sebastián Dávalos, y a su entonces pareja, Natalia Compagnon.

A estas alturas, ante la opinión pública, bien pudiera ser que, si una persona nunca conoció a Hermosilla, o no tiene chats con el abogado, difícilmente esa persona puede pretender ser parte de la élite que gobierna y reparte la torta en Chile.

Es cierto que resulta fácil exagerar y caricaturizar. Hay muchos miembros de la élite que no son corruptos. Muchos que nacen con privilegios trabajan arduamente para construir un país con una cancha más pareja, más oportunidades y menos privilegios. La cultura de la meritocracia es más fuerte hoy en cualquier otro momento de nuestra vida republicana y las instituciones que hemos podido construir en las últimas décadas han permitido que haya más movilidad social e inclusión que en cualquier otro periodo histórico.

Pero nuestro país todavía tiene problemas. ¡Qué duda cabe! El caso audio deja eso meridianamente claro. Pero por eso mismo, las implicaciones del caso audio van mucho más allá de las personas directamente afectadas. La fe pública está en juego. La confianza en la independencia y autonomía de las instituciones está en entredicho.

Con la evidencia que se acumula de tráfico de influencias y negociados secretos, la gente confirma sus sospechas construidas a través de décadas de que en Chile importa más la clase social que los méritos o el esfuerzo. Para la gran mayoría de los chilenos que desconfía de la élite, todos los partidos -desde el Republicano hasta el Frente Amplio y el PC- buscan poner a sus militantes en buenas pegas y cortar su tajada del gasto público -para no ir más lejos, recordemos el caso de la Fundación Democracia Viva, que afectó directamente a miembros del Frente Amplio, el grupo de jóvenes políticos liderados por Gabriel Boric y Giorgio Jackson que prometía venir a cambiar la forma en que se hacía política en Chile. La gente cree que los partidos trabajan para sus militantes y no para sus votantes.

Es cierto que resulta injusto convertir a Luis Hermosilla en el chivo expiatorio de pecados colectivos. La clase política ya intentó hacer eso, con relativo éxito, en el caso del financiamiento irregular de la política cuando SQM y un puñado de políticos fue escogido para pagar los platos rotos mientras muchos otros salían absueltos por diversos motivos -algunos, aparentemente, gracias a las gestiones que hizo el propio Hermosilla. Pero por el bien de la República y por la credibilidad de las instituciones de la democracia, hay que tener el suficiente coraje moral para denunciar las irregularidades, para exigir igualdad ante la justicia y para apoyar a los jueces y fiscales que se atrevan a desafiar a los poderes fácticos en este necesario y loable esfuerzo por hacer que nuestra República dé un paso decisivo hacia la victoria sobre las élites que se resisten a renunciar a sus granjerías y privilegios.

Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero

/psg