Las negociaciones entre Estados Unidos y Rusia en Riad, celebradas bajo la sombra de un conflicto sin fin entre Moscú y Kiev, culminaron en un impasse que refleja las fracturas profundas de una guerra convertida en pulso global. El Kremlin, en un movimiento que combina exigencias estratégicas y presión diplomática, ha emplazado a Washington a actuar como garante directo de un acuerdo sobre la navegación comercial en el Mar Negro, un escenario convertido en termómetro de la escalada entre Occidente y el bloque euroasiático. La ausencia de avances no solo subraya la polarización geopolítica, sino que expone los riesgos de una crisis que ya trasciende lo militar para impactar en la economía global.
El colapso del acuerdo de granos: ¿juego de poder o crisis humanitaria?
Desde febrero de 2022, el Mar Negro ha sido un epicentro dual: campo de batalla marítimo y corredor vital para el comercio agrícola. El ahora extinto Acuerdo de Granos del Mar Negro, mediado por la ONU y Turquía en 2022, permitió exportar más de 30 millones de toneladas de cereales ucranianos pese al bloqueo ruso. Sin embargo, Moscú dinamitó el pacto en julio de 2023, alegando el incumplimiento de Occidente en relajar sanciones a sus exportaciones agrícolas y fertilizantes. Una decisión que analistas interpretan como una jugada para renegociar su posición en el tablero internacional.
La militarización de las rutas comerciales
La retirada rusa del acuerdo no solo reactivó la inseguridad marítima, sino que convirtió las aguas del Mar Negro en un espacio de reivindicación de poder. Moscú exige ahora “garantías integrales” —incluido el acceso a sistemas financieros globales— para retomar el pacto, mientras Kiev denuncia una táctica dilatoria para consolidar ventajas territoriales. “Rusia busca transformar el hambre en un arma geopolítica”, acusó recientemente un alto funcionario ucraniano, en referencia al impacto de la paralización de exportaciones en países dependientes de África y Oriente Medio.
Intereses cruzados y el rol de EE.UU.
La demanda rusa de que Washington medie directamente revela un cálculo estratégico: forzar a EE.UU. a asumir costos políticos en un escenario donde su liderazgo es cuestionado por aliados y rivales. Para Occidente, el desafío es equilibrar el apoyo a Ucrania con la estabilidad de mercados clave, en un contexto de inflación alimentaria y tensiones preelectorales. “El Mar Negro ya no es solo un teatro de guerra: es un espejo de la multipolaridad donde ningún actor controla las reglas”, advierte un informe del International Crisis Group.
Perspectivas: ¿Hacia una nueva crisis global?
Mientras la ONU urge a reanudar el acuerdo para evitar una catástrofe humanitaria, la realidad es que las partes parecen atrapadas en una espiral de desconfianza. Rusia insiste en vincular cualquier diálogo al alivio de sanciones, mientras Ucrania y sus aliados rechazan conceder beneficios sin contrapesos en seguridad. En este escenario, el Mar Negro no solo define el futuro de dos naciones en guerra, sino que prueba la capacidad —o incapacidad— del sistema internacional para gestionar crisis donde el hambre y la geopolítica convergen.
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