El presidente ruso, Vladimir Putin, elevó nuevamente el tono del conflicto diplomático con Estados Unidos al afirmar que Rusia “no cederá ante la presión de ningún poder extranjero” por la guerra en Ucrania, y advirtió sobre una respuesta “contundente” ante cualquier ataque militar directo contra su territorio. Las declaraciones, emitidas desde el Kremlin, llegan pocas horas después de que el presidente estadounidense Donald Trump impusiera sanciones a las dos principales petroleras rusas —Rosneft y Lukoil—, en un giro de alta tensión dentro de una relación bilateral que ya arrastra profundas fracturas políticas y estratégicas.
El paquete de sanciones, que busca aislar aún más a Moscú en el contexto del prolongado conflicto ucraniano, generó una inmediata reacción en los mercados internacionales: el precio del petróleo subió cerca de un 5%, y varios países importadores, como la India, comenzaron a evaluar la reducción de sus compras de crudo ruso. Washington justificó la medida como parte de una estrategia para limitar los ingresos energéticos que financian la maquinaria bélica del Kremlin, mientras que Putin interpretó la decisión como un intento de “coerción política” disfrazado de política económica.
Durante su rueda de prensa, el mandatario ruso calificó las sanciones como un “acto inamistoso” y advirtió que “tendrán consecuencias”. Sin embargo, descartó que provoquen un impacto sustantivo en la economía nacional. “Ningún país que se respete a sí mismo toma decisiones bajo presión. Rusia tiene ese privilegio”, declaró con tono desafiante. Putin aseguró que el sector energético ruso es resiliente y que “los hidrocarburos de Rusia son imposibles de reemplazar” en el mercado global. Subrayó, además, que una reducción drástica de sus exportaciones tendría como resultado un alza pronunciada en los precios internacionales del crudo y los combustibles, “incluido en las gasolineras estadounidenses”.
Con cifras en mano, el líder del Kremlin recordó que Estados Unidos produce 13,5 millones de barriles diarios, pero consume alrededor de 20 millones, una brecha que —según su análisis— hace “inviable sustituir el petróleo ruso sin inversiones masivas y tiempo”. En el fondo, su mensaje apuntó tanto a la interdependencia energética global como a la dificultad real de aislar a Rusia en un mercado donde la oferta sigue siendo estratégica para la estabilidad de precios internacionales.
En el plano geopolítico, Putin interpretó las sanciones como un intento de forzar un debilitamiento económico del Kremlin para empujar una eventual negociación sobre Ucrania. “Este es un intento de escalada”, afirmó, aludiendo también a la reciente decisión de la Casa Blanca de levantar restricciones al uso de misiles de largo alcance suministrados por Occidente al ejército ucraniano. Consultado sobre la eventual utilización de misiles Tomahawk en ataques contra territorio ruso, fue categórico: “La respuesta será muy potente, por no decir desconcertante. Que se lo piensen”.
Las reacciones internas en Rusia no se hicieron esperar. El ex presidente y actual vicepresidente del Consejo de Seguridad, Dmitri Medvedev, acusó a Trump de haber “declarado una guerra económica abierta” y calificó las sanciones como “un acto de guerra”. En su canal de Telegram, escribió: “Estados Unidos es nuestro adversario y su ‘pacificador’ lenguaraz ahora ha tomado completamente la senda del enfrentamiento con Rusia”. En un tono de creciente hostilidad, llamó a abandonar toda negociación con Occidente, afirmando que “Trump se ha solidarizado completamente con la demente Europa”.
El endurecimiento de la postura rusa revela una fase crítica en la confrontación global que trasciende el campo de batalla ucraniano. Lo que está en juego no es solo el control territorial, sino la arquitectura energética y financiera del mundo posterior al conflicto. Mientras Moscú busca resistir mediante su poder energético y sus alianzas con Asia, Washington apuesta a la presión económica prolongada como vía para doblegar la resistencia rusa. En esa pugna, el petróleo —una vez más— vuelve a ser el instrumento central de una guerra que combina sanciones, discursos y advertencias con sabor a Guerra Fría.
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