El Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS), con sede en Washington, difundió un análisis exhaustivo sobre el despliegue militar estadounidense en el Caribe bajo el pretexto de su campaña antidrogas, una operación que, según los investigadores Mark F. Cancian y Chris H. Park, ha derivado en una tensión geopolítica sostenida con Venezuela. El estudio examina datos operativos desde septiembre, el balance de fuerzas en aire, mar y tierra, y los posibles escenarios de conflicto, marcados por la inminente llegada del portaaviones USS Gerald R. Ford, el más avanzado de la Armada estadounidense.


Una campaña que muta de la lucha antidrogas a la proyección de poder regional

El informe del CSIS sitúa el inicio formal de la operación el 2 de septiembre, con el primer ataque registrado contra una embarcación sospechosa de narcotráfico en aguas caribeñas próximas a las costas venezolanas. Desde entonces, el ritmo operativo se ha acelerado a cerca de una acción semanal, extendiéndose incluso hacia el Pacífico oriental, con un aumento en las bajas reportadas.

Bajo el argumento de combatir las redes de tráfico, Estados Unidos ha articulado un sistema de vigilancia y neutralización temprana de embarcaciones antes de su integración a las rutas regionales, una estrategia que, según el CSIS, se apoya en información satelital y en la coordinación con fuerzas aliadas en el Caribe. Sin embargo, el patrón operativo sugiere algo más que control marítimo: un reposicionamiento estratégico frente a Venezuela y su entorno geopolítico inmediato.


Un sobresalto naval sin precedentes desde Libia 2011

La escalada comenzó en agosto, cuando Washington duplicó su presencia naval en el Caribe respecto a niveles previos, en lo que el CSIS denomina un “sobresalto de fuerzas”. La llegada del Grupo Anfibio Iwo Jima amplió la capacidad de intervención, mientras que el inminente despliegue del USS Gerald R. Ford —con más de 4.500 marineros a bordo— duplicará nuevamente la fuerza disponible, alcanzando un nivel comparable al de intervenciones limitadas como la de Libia en 2011.

El componente humano también creció de forma significativa. Según el informe, a los efectivos ya estacionados en Puerto Rico y la bahía de Guantánamo se sumaron unos 7.000 militares adicionales, entre ellos:

  • 2.200 marines de la 22ª Unidad Expedicionaria, desplegados en agosto.

  • 10 aviones F-35 con su correspondiente personal de apoyo desde septiembre.

  • 150 operadores de fuerzas especiales embarcados en la base flotante MV Ocean Trader.

  • Y el contingente del propio Ford, acompañado de sus buques escolta.

El CSIS sostiene que este volumen de fuerza representa la mayor concentración naval estadounidense en el Caribe en más de una década.


Capacidades ofensivas y disuasión: un equilibrio desigual

El arsenal descrito en el estudio incluye 170 misiles Tomahawk listos para lanzamiento desde buques y submarinos, equivalentes a los utilizados en operaciones de corta duración como las de Siria o Libia. A ellos se suman misiles JASSM aire-tierra y bombas guiadas JDAM, capaces de atacar desde distancias superiores a 900 kilómetros.

Estas capacidades, señala el CSIS, superan ampliamente las defensas venezolanas tanto en aire como en mar, posibilitando ataques selectivos sin necesidad de incursión terrestre. La doctrina implícita es la de “castigo limitado”, es decir, operaciones quirúrgicas para desactivar infraestructuras críticas sin una invasión formal.

En el plano aéreo, la brecha es contundente: mientras Estados Unidos despliega aeronaves furtivas, de reabastecimiento y vigilancia avanzada desde Puerto Rico, Venezuela mantiene apenas unos 30 aviones operativos de un total de 49, limitados por embargos y falta de repuestos. Sus defensas antiaéreas —S-300, Buk y S-125—, aunque móviles, siguen vulnerables ante ataques de largo alcance, y el informe descarta refuerzos rusos inmediatos, dada la sobrecarga militar de Moscú en Ucrania.


El frente marítimo y terrestre: una asimetría estructural

En el ámbito naval, la Armada venezolana exhibe una operatividad mínima, con su único submarino fuera de servicio y varios buques sin capacidad de navegación. Esta situación concede a Estados Unidos control absoluto del mar Caribe y sus rutas de acceso.

Sin embargo, en tierra la correlación se invierte parcialmente. El régimen de Nicolás Maduro dispone de una masa considerable de tropas y milicias, entrenadas para garantizar la estabilidad interna, aunque con bajo nivel de preparación técnica. El CSIS calcula que una hipotética invasión requeriría entre 50.000 y 150.000 soldados estadounidenses, cifra no contemplada en los despliegues actuales. Por tanto, las operaciones plausibles se limitarían a ataques aéreos o misilísticos sobre aeropuertos, pistas clandestinas y enclaves asociados al narcotráfico.


Entre la guerra limitada y la disuasión estratégica

Los autores del informe identifican dos conjuntos de objetivos potenciales:

  1. Infraestructuras vinculadas a cárteles y redes de tráfico, en línea con la narrativa antidrogas.

  2. Activos del régimen venezolano, como aeródromos militares compartidos o centros logísticos, cuya neutralización podría ejercer presión política sobre Caracas.

El análisis advierte que la distribución demográfica venezolana, concentrada en la costa norte, expone los principales centros de poder pero dificulta el control territorial posterior. El riesgo, según el CSIS, sería una fragmentación del Estado similar a la vivida por Irak tras 2003, donde el colapso institucional siguió a una intervención de corto plazo.

En este contexto, el informe plantea que la mediación de actores como Brasil, la ONU o la OEA podría resultar crucial para evitar una escalada fuera de control. Sin embargo, subraya que el conflicto no es inevitable, sino que dependerá de las decisiones diplomáticas que adopte Washington en las próximas semanas.


El USS Gerald R. Ford como punto de inflexión

La llegada del portaaviones Ford —símbolo del poder naval estadounidense— constituye, en términos estratégicos, una fase de calibración de fuerzas. Según el CSIS, su presencia permitiría lanzar ataques iniciales de demostración o, en el escenario contrario, facilitar gestos de distensión bilateral si las conversaciones discretas prosperan.

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