Después de cada elección se suele decir… ¡la gente habló! En este caso lo hizo “fuerte y claro”, sorprendiendo a muchos, no sólo a las encuestadoras, que anduvieron un tanto perdidas, sino a la sociedad en general, la que no se esperaba tantas sorpresas. Nadie pensó que la candidata del gobierno sufriría tan estrepitosa derrota, ni se sospechaba que -como dicen los hípicos- “entraría por los palos” un “curioso” candidato a quienes las apuestas daban poca chance.

Una primera lectura sobre los resultados permite deducir que la comunidad está “hastiada” con el desempeño de “los señores políticos” y sus conglomerados, quienes desde hace tiempo han vivido de espaldas a la realidad y, lo que es más grave, con total indiferencia por el desprestigio de nuestras instituciones republicanas… se dice que vivimos en “un estado fallido”.

Por lo mismo, el oficialismo no fue capaz de alcanzar el umbral del 30%, que era lo mínimo que se esperaba, y las fuerzas opositoras “tradicionales” reunidas en “Chile Grande y Unido” (RN, UDI, Evopoli, Demócratas y Amarillos) quedaron relegadas a un quinto lugar, ubicación que no soñaron ni en la peor de sus pesadillas.

Queda claro que “el hastío social”, al que hemos hecho referencia, es reflejo del fastidio de una sociedad donde se ha perdido el Estado de Derecho y donde las instituciones políticas no responden a las urgencias nacionales. Frases como “son los mismos de siempre” o “los políticos viven su mundo” dan cuenta de ese desgaste, y confirman la sensación que, si se sigue por el mismo camino, existen pocas esperanzas de soluciones concretas.

Ahora bien, si lo miramos desde “la vereda de lo positivo”, lo que pasó en la primera vuelta presidencial revela que “existe la esperanza” que las cosas cambien… porque siempre ella surge cuando hay señales de tiempos mejores. Expresiones como “esta vez será diferente” o “ahora veremos soluciones concretas”, son señales de expectativa positiva que se escuchan cuando se percibe liderazgos… con convicción y firmeza.

Así las cosas, hay optimismo con lo que podría ocurrir el 14 de Diciembre, pero lo que no puede pasar es que, por ganar la elección, se caiga en “toda suerte de transacas” que destruyan la esperanza de terminar con: la corrupción, la pitutocracia y la inseguridad; la falta de institucionalidad; de salud, educación, justicia, progreso y bienestar, así como tantos etcéteras, que serán el legado dejado por la ineficiencia y la incapacidad de este gobierno.

En suma, sin estar autorizada esta pluma para dar consejos, se atreve a sugerir que, por mucho que se requiera sumar otras fuerzas, no se puede traicionar las propias convicciones, y menos la esperanza que hoy anima a los partidarios de la Sociedad de la Libertad. La esperanza es la fuerza que sostiene a una nación cuando lo demás falla… La esperanza exige convicción, coherencia y responsabilidad. Traicionarla no es opción porque… ¡Hay un país que levantar y no una torta que repartir!

Por Cistián Labbé Galilea

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