Mientras para muchos los cometas son solo postales del espacio profundo, algunos científicos los observan como mensajes sin remitente. Ese es el caso del objeto 3I/ATLAS, el tercer visitante interestelar confirmado que atraviesa el Sistema Solar, cuya aparición ha reactivado discusiones sobre su origen y naturaleza. Entre las voces más llamativas está la del astrofísico Avi Loeb, quien volvió a instalar una hipótesis provocadora: que ciertos objetos interestelares podrían ser enviados o utilizados por civilizaciones avanzadas.
Loeb, conocido por explorar escenarios no convencionales, sostiene que si hoy se detectan cuerpos como 3I/ATLAS, es estadísticamente improbable que este sea el primero que pasa cerca de la Tierra en toda su historia. En una reciente publicación en su blog, afirmó que sería “estadísticamente imposible” que el planeta no haya estado expuesto antes a material proveniente de otros sistemas estelares.
Su argumento se basa en la probabilidad acumulada: durante miles de millones de años, la Tierra habría tenido innumerables oportunidades de encuentros con objetos interestelares. Loeb cita una estimación concreta: rocas de escala métrica provenientes del espacio interestelar podrían impactar la Tierra una vez por década, lo que equivaldría a 500 millones de colisiones a lo largo de la historia del planeta.
Para el científico, la conclusión es clara: la Tierra pudo haber recibido material interestelar en múltiples ocasiones, incluso si hoy no existen rastros identificables. Y si alguno de esos objetos transportaba microorganismos resistentes o algún tipo de “carga biológica”, la exposición a vida extraterrestre dejaría de ser ciencia ficción para convertirse en una posibilidad científica.
En su texto, Loeb utiliza una metáfora para ilustrar esta idea: la del “jardinero interestelar”, una imagen que sugiere que una civilización antigua podría haber intervenido —directa o indirectamente— en la siembra de vida en distintos mundos.
Otro eje de su planteamiento es el “reloj cósmico”. Según Loeb, muchas estrellas se formaron mil millones de años antes que el Sol, lo que habría dado tiempo suficiente para que civilizaciones avanzadas surgieran y enviaran sondas, exploradores o mensajeros a través de la galaxia.
Loeb resume su postura en una frase que repite con frecuencia: “la historia de la Tierra no está aislada del resto de la galaxia”. Es decir, nuestro planeta no sería una burbuja separada, sino una parada más dentro de un vasto vecindario cósmico.
Aun así, el propio Loeb reconoce una limitación fundamental: no existen registros directos que confirmen visitas, sondas o intervenciones inteligentes en el pasado. La humanidad cuenta con un registro histórico limitado, y la observación sistemática del cielo es relativamente reciente.
Hasta ahora, las agencias espaciales solo han confirmado tres objetos interestelares detectados en tiempos modernos: 1I/ʻOumuamua (2017), 2I/Borisov (2019) y 3I/ATLAS (2025).
Más allá de la controversia, Loeb insiste en una conclusión que no depende de la existencia de vida extraterrestre: la necesidad de explorar. Si objetos naturales o artificiales pueden cruzar distancias enormes, la humanidad debería pensar sus propios viajes más allá de la Tierra como un desafío científico y no solo como espectáculo.
El astrofísico cierra su reflexión con una frase que resume su filosofía: “la inteligencia sin ambición es como un pájaro sin alas”.
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