El Presidente electo de Chile, José Antonio Kast, recibió este lunes un significativo espaldarazo internacional desde el núcleo del poder político y económico de Estados Unidos. La felicitación más destacada provino del expresidente Donald Trump, quien desde el Despacho Oval se refirió a la victoria de Kast como «bastante fácil» y expresó su expectativa de saludarlo pronto, caracterizándolo como una «muy buena persona».
Presidente Donald Trump:
“En Chile ganó el candidato que apoyamos, así que ansío mostrarle mis respetos pronto”.
Todo el mundo hablando de José Antonio Kast…
¡Qué bien elegimos!🇨🇱 pic.twitter.com/bZhfgvPfPW
— Leo Gonure🇨🇱🇺🇸 (@GonureL) December 15, 2025
Este gesto no fue aislado, sino que se enmarca dentro de una rápida secuencia de reconocimientos desde Washington, los cuales trascienden el protocolo diplomático habitual para proyectar una clara sintonía ideológica y programática.
La arquitectura de este apoyo se construyó en dos niveles. En el plano gubernamental formal, el senador y destacado líder de la política exterior republicana, Marco Rubio, extendió las felicitaciones en nombre de Estados Unidos, enfatizando la expectativa de colaboración en seguridad regional y la revitalización de la relación comercial. Simultáneamente, en el ámbito económico-ideológico, el Secretario del Tesoro, Scott Bessent, interpretó el resultado electoral como un rechazo chileno al «fracaso del comunismo» y una opción por un futuro de «paz, orden, crecimiento y esperanza». Esta dicotomía de mensajes —uno pragmático y bilateral, otro valórico y confrontacional— delinea los dos frentes desde los cuales se busca anclar la relación con el próximo gobierno chileno.
Las declaraciones de Trump, sin embargo, insertaron el caso chileno en un relato geopolítico más amplio. Al ser consultado sobre los triunfos conservadores en la región, el expresidente inmediatamente asoció la victoria de Kast con el proceso electoral en Honduras, donde afirmó haber apoyado y obtenido un buen resultado con el candidato Nasry Asfura. Esta afirmación es reveladora, pues no solo simplifica un escrutinio hondureño aún no oficializado y sujeto a controversia —y que una misión de la OEA ha declarado libre de fraude—, sino que sugiere una lectura de la política latinoamericana como un tablero de competencia binaria, donde sus endosos personales operan como un elemento de influencia percibida. Esta narrativa consolida la idea de un resurgimiento coordinado de la derecha en las Américas, con Trump como una figura nodal de referencia.
El paralelo programático entre ambos líderes ofrece el sustrato de esta afinidad. Kast, con un discurso centrado en el orden, la seguridad y un firme control de la inmigración ilegal, resuena directamente con los pilares del «America First» que catapultó a Trump al poder. Esta congruencia retórica y de agenda transforma el reconocimiento en algo más que un mero formalismo; se trata de una validación estratégica que busca fortalecer un polo de influencia ideológica frente a los gobiernos de izquierda y centroizquierda en la región.
En conclusión, las felicitaciones desde Washington constituyen un acto político cargado de significación. Lejos de ser neutrales, operan como un mecanismo de alineamiento y proyección de poder blando, donde figuras claves del establishment conservador estadounidense identifican en el triunfo de Kast un refuerzo para su visión hemisférica. Este episodio anticipa no solo una posible reorientación en la relación bilateral Chile-Estados Unidos, sino también la intensificación de una pugna ideológica transnacional, donde las elecciones nacionales son interpretadas como victorias o derrotas para modelos políticos rivales a escala global.



