Un debutante en el humor tuvo la última noche de Viña 2024, el chileno Álex Ortiz (38), el ex “Flaite chileno”, pisó la Quinta. Se trata de un comediante que se ha hecho un nombre con su presencia en las plataformas digitales y redes sociales, además de acumular experiencia televisiva en espacios como Mentiras Verdaderas.

Ortíz se hizo conocido por su personaje Flaite chileno, ya se ha presentado en festivales como el de Talca (2019) y al igual que Luis Slimming, tuvo un exitoso paso por el Festival del Huaso de Olmué, donde debutó en 2023 con una celebrada rutina, en que apeló a temas cotidianos que generaron rápida identificación con el respetable.

En esa misma cuerda se anotó la rutina de hoy en Viña, probada en muchos bares. Incluso, su última actuación fue el miércoles pasado. Entró a las 23.51 al escenario con una vistosa chaqueta y su característico pelo rojo. “El comediante más desconocido de este festival”, y se presentó haciendo risas de si mismo. De inmediato comenzó a hacer chistes cortos y a contar una historia de su mamá y de su vivencia en un colegio municipal “El director en la puerta vendiendo falopa y entrábamos todos más duros que Peso Pluma”.

Foto: Dedvi Missene.

Y mostró su humor cotidiano que conecta con el público, “¿te estresa un poquito tu mamá?”, “te pide cosas que ella puede resolver”, ante la aprobación general del Monstruo y contó el chiste del Uber, a esta altura, uno de sus clásicos, pero que funcionan, amén del ángel y de la agilidad con que lo cuenta. Es que tiene la chispa y la rapidez del chileno popular.

“Con los años, encuentro que mi mamá se puso más violenta”, dijo para iniciar otra sección, en que su mamá peleaba con todo el mundo en Facebook, en un grupo de Cats lover diciendo que le cargaban los gatos. Algo muy de los tiempos de hashtags y algoritmos. Todo ante las risas mesuradas del Monstruo.

También se rio de los cuicos, o más bien, del “único compañero cuico”. Es que lo suyo es humor cotidiano y popular, reivindicando al hueón del pueblo que paga todo a crédito y hace durar el (poco) sueldo estirándolo hasta la saciedad. De hecho, hizo chistes con los útiles “que yo nunca voy a tener”, y de mito de que “el lado azul de la goma borra el lápiz pasta”. Aunque pasó casi 10 minutos describiendo útiles escolares, a ratos parecía leyendo una lista.

Foto: Dedvi Missene.

Sin ser descollante, Ortiz cumplió con sacar algunas risas, aunque lo mejor de él sale cuando improvisa, demostrando rapidez, como cuando molestó al Chavito, parte del jurado. Luego siguieron chistes de que las mamás “se guardan todo en las tetas”. Risas del público.

También el chiste de su mamá yendo a comer sushi por primera vez, o de la interacción con los amigos de su hijo, quien lo encuentra “cringe”, y su desconocimiento de las frases juveniles como “de pana”, o “de la perra” (aunque hay que decir que el “A lo maldito” de Freire es mucho mejor) y su gusto por Jere Klein, el nuevo ídolo de la juventud. Ahí se puso panfletario y reivindicó a ídolos barriales, de los músicos urbanos a Naya Fácil (cuando la nombró, la galería aplaudió a rabiar). “Son gente que le ganaron al barrio”, aunque dijo que a Jere Klein “no le entiendo qué chucha dice”. Hay que decir que a estas alturas, recién a los 25 minutos, sacó risas más contundentes.

Risas también arrancó con un chiste con el carnicero, y su mamá que le compraba “400 pesos de huesos para los perros”, y “yo no tengo perros po”. También hizo chistes sobre su condición de afiliado a Fonasa -y se apoyó en Young Cister, en varios momentos de la rutina, como lo hizo Lucho Miranda con el colombiano Manuel Turizo- y su condición de Isapre de Constanza Santa María (a quien molestó varias veces por ser “cuica”). El humor de clase, del pobre riéndose del rico arrancó buenas risas. También pasaron los remedios caseros, “mi papá se creía médico” que más de alguien ha pasado, y el Carnet de niño sano “todo meado por mi papá”.

También pasó por otros clásicos, como la Navidad. Por supuesto, la Navidad popular, “con el árbol plantado en tarro de leche Nido”, la leche Purita “unos grumos conchesumadre”, el barquito manicero, el vendedor de barrio con el grito inentendible, un viaje a Fantasilandia. Pasados 40 minutos, si bien arrancaba algunas risas moderadas, estaba lejos de ser un golazo. Su rutina resultaba algo cansina, pero no caía en lo aburrido. Estaba en ese limbo en que no era ni muy buena para reírse mucho, ni muy mala para pifiarlo. De todos modos, la Quinta le reconocía su trabajo con aplausos. Es que su energía es alta y sostenía su show con eso. Pero para ser un comediante de fuste, no basta con la energía.

Cerca de los 50 minutos, y con aplausos del público (sin que la Quinta se desbandara), el Monstruo le entregó la Gaviota de Plata. Luego, más chistes sobre su hijo centennial y que “nunca calcó un mapa”. Y después la Gaviota de Oro. Solo cumplió. Marcó un promedio de rating de 33,6 puntos, hasta ese momento, lo más alto, con un peak de 35,2 puntos a las 0:07 horas.

/Escrito por Pablo Retamal para Culto de La Tercera