Hace pocos días, un artículo publicado en La Tercera se preguntaba: ¿Y si la violencia fuera una epidemia? Una pregunta crucial en el Chile de hoy. En salud pública, se ha aplicado a la violencia el modelo de enfermedad infecciosa, en el que un agente o vector conduce a síntomas de enfermedad e infectividad. El agente se transmite de individuo a individuo, y los niveles de la enfermedad en la población por encima de la tasa esperada constituye una epidemia.

El contagio de la violencia es un fenómeno universal, que ocurre en todos los niveles de la sociedad y que afecta a un amplio espectro de individuos. Se transmite a través de las relaciones interpersonales, familias, pares, grupos, vecindarios, medios de comunicación y culturas.

La respuesta es sí, la violencia es una enfermedad epidémica. En 1996, la OMS declaró que la violencia es un importante problema de salud pública en todo el mundo. La define como “el uso de la fuerza física o el poder, potencial o real, contra uno mismo, otra persona, o contra un grupo o comunidad que resulte en o tiene una alta probabilidad de provocar lesiones, muerte, daño psicológico, alteración del desarrollo o privación”.

Este agente produce una enfermedad epidémica que se comunica, en parte, a través de mecanismos genéticos, pero, sobre todo, a través de patrones culturales, configurando “memes”, en contraposición a genes, como la unidad infectante que se trasmite esencialmente por imitación. Un meme es una conducta, una idea, que se contagia de cerebro a cerebro, predominando sobre otros paquetes culturales, como podría ser el auge de una ideología o una moda.

En 2022, Chile informó casi 1.000 fallecidos por homicidio, un aumento de una tasa de 2,7 por 100.000 habitantes a 4,7 en diez años, ya muy cerca del umbral de 5/100.000. Los delitos sexuales fueron 17 mil, los casos de violencia intrafamiliar 133.265, y las infracciones a la ley de armas 6.200, solo considerando estadísticas oficiales de Centro de Estudios y Análisis del Delito (CEAD).

Se sostiene en Chile que la violencia es la expresión de un estado de necesidad, lo que en la experiencia comparada no es correcto. Como señala H. Arendt: “El poder y la violencia se oponen el uno a la otra; allá donde uno domina, la otra está ausente. La violencia aparece cuando el poder peligra, pero si se permite que siga su curso, lleva a la desaparición del poder”.

La prevención de la enfermedad de la violencia pasa por el monopolio de su uso por el Estado. Un poder condescendiente con la violencia decreta su propia destrucción. Ello no significa que el Estado actúe con violencia, sino que acumula la potencia disuasiva de poder hacerlo. A su vez, para la ciudadanía, no usar la agresión debe ser una meta, que requiere imitar a líderes.

Hoy, la violencia en Chile está presente desde las relaciones familiares, escolares, de la calle, hasta la grave penetración del narcotráfico. De no tomar en serio lo que se enfrenta, una epidemia de paz será imposible.

Por Jaime Mañalich, médico, ex ministro, para La Tercera