Incluso entre aquellos que no tienen entrenamiento sicológico, es bastante conocido que las etapas del duelo siempre parten por la negación. El oficialismo y la coalición tradicional de derecha parecen recién estar atravesando esa etapa después de la apabullante derrota electoral del 7 de mayo.

Desde el Gobierno, que pretende seguir adelante con un programa que ya no tiene alas para volar, hasta la derecha tradicional, que insiste en desconocer la grave crisis por la que atraviesa, los perdedores de la elección más reciente parecen atrapados en la negación.

Aunque no fue tan significativa como la victoria del Rechazo en el plebiscito de septiembre de 2022, la victoria de Republicanos en la elección de convencionales constituyentes y el tropiezo de la izquierda y de los partidos tradicionales de la derecha fueron hechos significativos. Los resultados de hace una semana confirmaron lo que el propio Karl Marx advirtió respecto a los riesgos que implica la violencia en los movimientos revolucionarios. Cuando la violencia se toma las calles, la clase media, atemorizada, se vuelca hacia la ley y el orden y apoya una regresión autoritaria.

Como en Chile, el estallido social de 2019 derivó en niveles de violencia callejera sin precedentes en democracia y las acusaciones desde la izquierda a la policía por violencia excesiva y presuntas violaciones a los derechos humanos lograron que la policía se replegara en su combate a la delincuencia, el temor ciudadano rápidamente aumentó en meses recientes.

La decisión del gobierno de Boric a fines de 2022 de indultar a delincuentes con amplio prontuario confirmó lo que muchos ya sospechaban. Entre apoyar a las víctimas de la violencia y apoyar a violentistas, la administración Boric optaba por lo segundo, siempre y cuando los violentistas invocaran estar motivados por el cambio social para crear un país mejor.

Aunque toda la derecha intentó enarbolar la bandera de la ley y el orden, el hecho de que buena parte de ella -en especial aquella asociada a la imagen del impopular ex Presidente Sebastián Piñera- haya quedado marcada por la inmovilidad y la incapacidad para responder con el mensaje de ley y orden frente al estallido social, generó un vacío en el imaginario colectivo respecto a quiénes estaban capacitados y tenían la voluntad de imponer el orden.

El liderazgo de José Antonio Kast y la imagen que logró construir el Partido Republicano rápidamente llenaron ese vacío y vinieron a dar respuesta a una demanda por ley y orden que se propagaba rápidamente por la población. Mucho más que los nombres de los candidatos del Partido Republicano, lo que generó ese imán electoral el 7 de mayo fue la percepción de que, votando Republicano, la gente castigaba al impopular gobierno de Boric donde más le dolía, en su incapacidad para lidiar con la delincuencia.

Haber votado por la derecha tradicional significaba condonar la tibieza con la que Piñera y los partidos gobernantes reaccionaron a la creciente ola de violencia que se esparció a partir del estallido social. Votar por Republicanos, en cambio, dejaba en claro esa sensación anti-establishment que ya venía al alza desde 2021, cuando Franco Parisi logró el tercer lugar en la elección de primera vuelta.

El oficialismo ha minimizado su derrota apuntando a la torpe decisión de ir en dos listas y ha insistido en que la legitimidad del programa de gobierno sigue intacta. La derecha tradicional, por su parte, ha advertido que no se dejará absorber por la marejada de Republicanos. Pero, así como van las cosas, ni el Gobierno tiene suficiente fuerza para reponer su agenda de reformas en el Congreso y ante la opinión pública ni la derecha tradicional tiene una hoja de ruta para recuperar el apoyo electoral que migró hacia Republicanos el 7 de mayo.

Como la segunda etapa del duelo es la ira, debiésemos esperar que, en las próximas semanas, tanto en el gobierno como en Chile Vamos comiencen a alzarse las voces que pidan que rueden las cabezas responsables de la debacle del 7 de mayo.

Aunque es improbable que el Gobierno haga otro cambio de gabinete, La Moneda deberá hacerse cargo de las críticas de aquellos que verán con rabia que el sueño de remplazar la constitución de Pinochet con una redactada en democracia devenga en la pesadilla de tener que escoger entre la Constitución de Pinochet y la Constitución de José Antonio Kast.

La ira alcanzará incluso al propio Presidente Boric, que deberá hacer campaña para que su firma quede plasmada en la Constitución que profundice y fortalezca el modelo económico capitalista que el soñaba con sepultar.

La buena noticia es que el duelo, con todas sus etapas, no dura para siempre. La mala noticia es que, a diferencia de lo que pasa con el duelo a nivel personal, mientras más se demore el Gobierno y la derecha tradicional en completar todas las etapas del duelo, más tiempo perderán para poder articular una alternativa al poderoso mensaje de ley y orden que ha llevado a Republicanos a ser el partido que, hoy por hoy, parece encaminado a consolidarse como la principal fuerza política del país.

Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero

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