Hay algo con la moral que anda dando vuelta en estos tiempos. Para algunos, como la presidente del Consejo Constitucional, Chile atraviesa una “profunda crisis moral”, mientras para otros como el diputado Winter tenemos un presidente con “la virtud de marcar una orientación moral”. Ahí está también lo de la “superioridad moral” y lo de los dichos del Presidente a los legisladores, eso de que “no hagamos una competencia moral de a quien le duele más” la violencia en La Araucanía. Debe ser un problema propio de los tiempos convulsos, basta recordar “la constitución moralista” de Juan Egaña. Pero lo cierto es que suena arriesgado apelar tanto a la moral. Confucio decía que “para saber si un reino está bien gobernado y si su moral es buena, hay que revisar la calidad de su música”. Si es así, cada uno podrá sacar sus propias conclusiones.

Pero para algunos, como Óscar Contardo, esto de la moral es una prueba más de que “la marcha en reversa continúa”. Según él, la “crisis moral” de los 90, a la que hacía referencia el arzobispo de Santiago Carlos Oviedo en 1991, está de vuelta. En esa época “frenó discusiones pendientes” y sumó “una extensa lista de prohibiciones”. Hoy se da en “otras circunstancias” y lo que busca, según Contardo, es “disimular” otros asuntos. Porque, para algunos, pareciera que “el problema no son los cambios que no se han hecho para satisfacer las demandas sociales aplazadas”, sino “la necesidad de volver a considerar que el respeto a la autoridad es sinónimo de obediencia”.

Sea así o no, el hecho es que algo con la autoridad también anda dando vuelta y lo plantea Paula Escobar al apuntar a la crisis del Instituto Nacional. Es la educación que regresa como un mono porfiado. Para Escobar parece haber “un peligroso vacío de autoridad” y “una ambivalencia” sobre lo que entendemos por ella. “Es un malentendido extendido en Chile”, escribe, recordando los trabajos de Kathya Araujo, “porque se identifica la autoridad con lo autoritario” y eso lleva a la “consiguiente resistencia” a la autoridad en sí. Al final, “ejercer la autoridad, sin excesos, pero sin complejos, es requisito necesario para que el país funcione”, dice. Pero algunos se resisten. ¿Será culpa de esa “generación ofendida” de Caroline Fourest o simplemente un asunto político?

Oscar Wilde, que supo de condenas morales, decía que “la moral es la actitud que tomamos hacia las personas que no nos gustan”. Quizá, más que un asunto moral termina siendo un asunto de intereses.  Y hacia allá apunta, por ejemplo, Pablo Ortúzar en su dura crítica a la actual generación en el poder. “Lo que esta nueva camada de políticos tiene montado”, dice, “es una empresa política basada en la explotación de la queja, el victimismo y la protesta”. Y, según él, no es irrelevante que “el corazón de la nueva izquierda sea la universidad”, porque desde allí “esperan reeducar a la sociedad”. Enseñar a distinguir lo bueno de lo malo. Y en eso hay mucho de moralina.

De vuelta al colegio

Pero si de asuntos educativos se trata, el otro tema que se tomó el debate durante la semana fue la constatación de lo que todos sabían: el colapso de la educación, ratificada ahora por las cifras. Suena a déjà vu. Como dicen, el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, aunque en este caso, “tres veces también”, “incluso cuatro”. Es la porfía del fracaso. Los datos del Simce no sólo revelan un retroceso de 15 años en los niveles educativos, sino también, la ampliación de todas las brechas, socioeconómicas y de género.

“Es la educación, estúpido”,  habría que decir por manido que suene. O como apunta Sebastián Izquierdo, llegó “la hora de la verdad”. Es cierto que ésta ha llegado varias veces, pero en esta ocasión el panorama es crítico. Parafraseando a García Márquez, es la crónica de una crisis anunciada. Porque como dice el coordinador académico del CEP, “en Chile ya se habían advertido las consecuencias inmediatas de la pandemia” y “la literatura ya señalaba cuáles serían los efectos en la pérdida de aprendizaje, el aumento de la desigualdad y el empeoramiento de la salud mental”. Pero pese a ello, nada se hizo. Y hoy, el llamado de atención no se puede seguir ignorando, dice Izquierdo. “No podemos conformarnos con medidas a pequeña escala” porque “el presente y futuro de Chile están en juego”. Y no se trata solo de una forma de decir.

Una que otra buena noticia hay, es verdad, como apunta Carmen Sotomayor, directora del Instituto de Estudios Avanzados en Educación. “El 90,2% de los estudiantes de 4 básico y casi un 86% de los de 2° Medio (…) participaron en la evaluación (…) lo que refleja que los estudiantes en 2022 volvieron a clases” y que algunos resultados fueron “menos dramáticos de lo que se esperaba”. Pero eso no basta para compensar la brecha gigantesca en lectura entre estudiantes de NSE bajo y alto. Para ella, “este es el problema fundamental”, porque “la lectura es una habilidad basal en todas las disciplinas escolares”. Sin leer, es difícil avanzar. Queda esperar si los dramáticos resultados motivan “a la sociedad a actuar y hacerse parte de estos desafíos”.

Retos no faltan, en especial, como escribe Ian Bremmer esta semana, con la acelerada llegada de la Inteligencia Artificial. “El mundo debe prepararse ahora para un avance tecnológico cuyas implicancias son enormes”, apunta. Uno que, además, “se está desarrollando a una velocidad que asusta incluso a los hombres y mujeres que han pasado su vida laboral preparando el terreno para este trastorno”. Y si bien, “traerá avances médicos y científicos”, también plantea riesgos frente a los cuales hay que estar listos. Y sin una buena educación, el asunto se complica.

Cambios republicanos

En Italia dicen que con la muerte de Silvio Berlusconi finalmente se cerró la segunda república. Es esa tendencia, heredada de Francia, que acostumbra dividir los períodos políticos en “Repúblicas”. Ellos -los franceses- ya van por la quinta. Tal vez sea un exceso convertir a Berlusconi en una bisagra entre dos, pero allá los italianos. Por acá, seguimos también transitando entre dos repúblicas, o más bien entre dos constituciones. Y como escribe Ascanio Cavallo, recordando a Edwards, las constituciones tienen un efecto frontera en nuestra historia. “Las sociedades se la pasan en eso: así crecen, así decaen”, escribe, y “siempre hubo grupos que deseaban cambiarlas, como si con ello fuese a cambiar el país”. Pero al final, de eso nada. “No hay Constitución eterna ni constitución perfecta”.

Por ahora, las cosas con la actual, o más bien, la que está en proceso, parten bien, tras la experiencia de la Comisión Experta, pero nada está dicho. “En tiempos donde nadie escucha a nadie (…) sería deseable que el debate de la nueva constitución llegue a buen puerto”, escribe Juan Carvajal citando a Fito Páez. Porque al final, dice, “la estabilidad solo se podrá conseguir con un texto final de la Carta Fundamental que concite un apoyo mayoritario”. Uno que ofrezca, según Max Colodro, un resultado subóptimo, donde “nadie se sienta plenamente cómodo y satisfecho”. “En eso consiste después de todo la democracia y así debe ser una Constitución: un acuerdo de mínimos, hecho en base a renuncias no fáciles”. Y si finalmente se logra “sería una gran derrota para el escenario de violencia y polarización original”. Nada malo.

Y si de polarización hablamos, en esta época de moralidades y moralinas, Carlos Meléndez levanta otro punto valioso para el debate actual, el de cómo “las viejas dictaduras del siglo XX latinoamericano –de derecha, como la de Pinochet o de izquierda, como la de Castro- siguen palpitando en los corazones millenials”. Y si bien “las dictaduras de derecha parecen erradicadas, al menos por el momento; las satrapías de izquierda siguen vigentes”, apunta. Y de ellas, “la cubana ha sido la más resiliente, precisamente por la complicidad silenciosa de los dizque ‘demócratas’ progresistas”, según Meléndez. Es el dilema irresoluto de la izquierda, entre igualdad y libertad. Ya lo decía Nietezche, “el mundo es una contradicción eterna”, y tan equivocado no estaba.

Boletín semanal de Opinión de La Tercera por Juan Paulo Iglesias

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